lunes, 13 de abril de 2020

Bron / Broen (El Puente, temporada final): El sol también brilla (tímidamente) en Dinamarca



Una llamada telefónica. Dos palabras. Y estamos ante uno de los mejores finales de una serie que uno recuerda, a la altura de otro final inolvidable, por lo que a la ficción televisiva nórdica se refiere, como fue el del Forbrydelsen (The Killing), de cuyas tres temporada me ocupé en su momento aquí, aquí y aquí.


De la misma manera que pasó con Forbrydelsen que nos dejó un personaje femenino fantástico, otro tanto nos regala Bron / Broen, con Saga Noren a la que da vida una extraordinaria Sofia Helin, consiguiendo una interpretación de enorme altura donde con muy pocas cosas consigue transmitirnos ese inexcrutable mundo interior de Saga, una detective de la policía sueca con síndrome de asperger, lo que le impide mentir y sus arranques de sinceridad provocan momentos sonrojantes a la par que divertidos.


En esta cuarta y última temporada (para leer mis artículos sobre las anteriores tenéis los enlaces aquí, aquí y aquí), las policías de ambos países unidos por un puente que, por momentos, es uno más de los protagonistas de la serie, se enfrentan a una serie de asesinatos en serie, que, aún teniendo su interés, no son lo más importante de la trama argumental, que esta vez tiene su fuerte en las vidas de sus protagonistas, en sus zonas oscuras, en sus obsesiones, sus miedos, sus soledades, sus angustias.


Unas angustias que persiguen y alcanzan a todos desde diferentes caminos, tan desolados como los de esa urbanización en medio de la nada, repleta de días grises sobre un asfalto gris, y con personajes grises con ribetes negros que suponen una desazón cada vez que la acción se traslada a esa nada pretendidamente perfecta, pero que se olvida de las imperfecciones intrínsecas de los seres humanos, poco dados, al menos durante periodos significativos de tiempo, a la racionalidad.


Y las tragedias tanto criminales como personales van explotando, a veces de forma incontrolada, para que todo vaya tomando forma, los traumas del pasado se conviertan en un presente con sus aristas, pero asumible, todo termina más o menos encajando, mientras los cielos siguen sin dar tregua, con una monotonía grisácea rota tímidamente por unos tímidos rayos de sol que consiguen, a duras penas, que las nubes rotas se vuelvan al blanco, y cuando la luz gana terreno sabemos que lo bueno está ahí, llamando a la puerta despacio pero con firmeza.


Un nuevo día se abre camino y todo queda listo para un nuevo comienzo, la vida vuelve a dar otra oportunidad a nuestros personajes de los que nos despedimos, como lo hacemos de amigos a los que hemos conocido en un viaje, hemos compartido buenos y malos momentos con ellos y, al fin, toca decirles adiós y gracias.

martes, 7 de abril de 2020

Babylon Berlín 3ª temporada: Todo a punto para el estallido final



No he podido encontrar información fehaciente acerca de si existe la posibilidad de que esta serie espléndida cuente con una cuarta temporada o no (aquí y aquí mis artículos sobre las dos anteriores). Lo cierto es que el cierre de la tercera lo pide a gritos, porque no se limita a poner el broche a muchas de las historias con las que nos hemos apasionado durante tres temporadas, sino que deja puertas abiertas por las que se puede colar perfectamente una cuarta. Algo que no sería malo, porque aún el espectador, al menos ese es mi caso, no tiene la sensación de que se esté estirando el chicle más allá de lo razonable.

Independientemente de que haya continuidad o no, esta tercera campaña mantiene la tensión dramática de las dos primeras, dando continuidad a una trama política que recorre las tres partes de una forma muy poderosa, mientras los personajes son zarandeados de un sitio a otro por fuerzas que sólo a costa de ímprobos esfuerzos es posible plantar cara, pagando, por supuesto, un precio en ocasiones más que caro.


Berlín 1929, hundimiento de la bolsa y el protagonista Gereon Rath, baja las escaleras del edificio tambaleándose, sorteando los cadáveres de banqueros arruinados, sobre un suelo adornado de papeles ahora inservibles. Logra abrir la puerta y es arrollado por una masa enfurecida que reclama recuperar sus volatilizados ahorros. 


Principio y final de un camino que nos va a llevar a adentrarnos en el mundo del cine expresionista, que ya empezaba a dar los primeros síntomas de agotamiento, del hampa, de la política, de los obreros hambrientos y de ambición, mucha ambición de poder, de dinero e incluso, intelectual.


Todos los personajes navegan entre las sombras, las propias y las ajenas, y solo aquellos que consiguen, muy pocos la verdad, tal vez solo una mujer, convertirlo en compañero de viaje aceptado, lograrán mantener la cordura, mientras los demás se ven obligados a luchar contra los propios fantasmas, en muchas ocasiones, con consecuencias trágicas.


Los traumas de la guerra pasada, los luchadores por una endeble democracia acosada por todos los márgenes posibles, se ven impotentes para dirigir una pesada nave que va camino de la destrucción, de caer en manos de las camisas pardas de los nazis, que ambicionan dar a luz una nueva sociedad formada por hombres-máquina, liberados de la pesadez de los sentimientos, con nula empatía y programados únicamente para obedecer las consignas del líder.


Mientras tanto varias actrices fallecen a manos de un fantasma, trasunto de las fuerzas de la oscuridad (memorable la escena de la sesión de telepatía criminal), en medio de una escenografía cuidada hasta el más pequeño de los detalles, reflejando perfectamente el inframundo obrero, el ambiente de la clase media y el de la clase alta, donde los guiños al diseño de la Bauhaus son constantes.


Y el ambiente de los clubes nocturnos, auténticos espacios de libertad, de aceptación del otro, de la diferencia, donde todo el mundo es bienvenido y donde a nadie le importa lo que uno haga, lo que uno sea, o que sexualidad practique. Curiosamente, el ejercicio de la libertad solo es posible en la oscuridad, en lo oculto a plena luz de los focos, o en las celebraciones íntimas. Un último resquicio de libertad antes de que Alemania se hunda definitivamente en las tinieblas del nazismo durante prácticamente década y media. 

martes, 3 de septiembre de 2019

Deutschland 83: La guerra fría que a punto estuvo de ser nuclear



Corría el año 1983 cuando dos ancianos provectos, más uno que otro es cierto, como eran un actor de segunda fila como era Ronald Reagan y un ex dirigente del KGB como era Yuri Andropov, pusieron al mundo al borde de la destrucción global, lanzamiento de misiles nucleares mediante. Fue el año en el cual Reagan amenazó con el despliegue de los misiles balísticos Pershing II en las bases norteamericanas en Alemania, situación a la que los soviéticos, respondieron con el despliegue de sus SS 20.




Un tira y afloja que incluso amenazó con trasladar los campos de batalla al espacio, por medio de la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica, que no era otra cosa que el delirio del presidente norteamericano de crear un escudo antimisiles formado por satélites equipados con armas láser para destruir los misiles soviéticos en el aire, evitando así su impacto contra los objetivos fijados en tierra. También fue el año en el que apareció con toda su crudeza el virus del SIDA, que también tendrá su reflejo en la serie.




Disparates todos ellos que tuvieron una fuerte respuesta en la juventud de media Europa, con fuertes manifestaciones de movimientos pacifistas, de orientación de izquierda y, en algunos casos al menos, promovidos y financiados directamente desde la Unión Soviética, como parte de su estrategia política global. Por otro lado, los soviéticos estaban pasando por su propio Vietnam en las montañas de Afganistán, mientras los norteamericanos armaban y financiaban a los talibanes, a los que luego fueron a combatir al propio país asiático. Paradojas de la políticas internacional.




Valga esta larga introducción, espero que no demasiado tediosa, para contextualizar siquiera mínimamente, el escenario que nos pone ante nosotros una más que apreciable serie de espías venida de Alemania, titulada Deutschland 83, ambientada en una Alemania dividida y en la que el juego del espionaje se estaba desarrollando en toda su intensidad.




Con la amenaza del despliegue de los misiles norteamericanos, a los servicios secretos de la RDA se les ocurre infiltrar a un joven militar, en el cuartel general de la RFA, desde el que se van a dirigir unas maniobras militares, denominadas Arquero Capaz, desarrollado en medio de una fuerte incertidumbre internacional, y muy contestadas por los jóvenes pacifistas alemanes.




Una serie de contrastes muy diversos: los propios de la abrupta entrada de Martin, alias Colibrí, en un país tan próximo y tan lejano al mismo tiempo, con supermercados donde la orgía de productos y de colores no puede provocar más que un momento de alucinación casi psicodélica; los contrastes tecnológicos que provocan alguno de los momentos más divertidos de la serie (el descubrimiento del walkman o de aquellos primeros disquetes de ordenador); la diferencia entre un país donde todo está controlado, hasta los pensamientos de sus habitantes, a otro en el que todo se pone en solfa y donde no hay libros prohibidos, por ejemplo.




Deutschland 83, con una ambientación minuciosa e impecable, nos lleva por los pasillos oscuros del espionaje, donde se manipula a las personas de un modo implacable, donde se miente sin tener en cuenta si eso está poniendo a la humanidad en peligro de desaparición, sólo para hacer méritos ante unos superiores a los que no se ve y que desde la lejanía de algún despacho deciden el futuro de millones de personas de una forma fría e irresponsable. 




El chantaje emocional, el amor mercenario, los problemas de identidad y de creencias que irán viviendo los protagonistas, unos por una reafirmación ideológica con tintes de ingenuidad, otros por tener que compaginar la imagen militar con las pulsiones pacifistas, la búsqueda de la identidad sexual con un brusco despertar, la toma de conciencia de que lo que se le ha venido inculcando a lo largo de los años es verdad, que no hay peor sordo que el que no quiere oír y la lucha por intentar mantener la cordura son algunas de las claves de esta serie, que también tiene en el choque entre generaciones, aquellas que todavía recuerdan la Segunda Guerra Mundial y aquellas otras que no quieren volver a vivir nada parecido, otra de las cuestiones relevantes en el desarrollo de la trama.




Al final todos los protagonistas pagarán un precio muy alto, porque no hay guerra, ni fría ni caliente, que no tenga víctimas.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Babylon Berlin 2ª temporada: Todo el mundo oculta algo en Berlín



Después de ver la primera temporada de esta serie alemana, el visionado de la segunda era algo más que obligatorio, y a la espera de una tercera que ya anda por ahí. 




Si en la primera, en algunos momentos al menos, la trama no avanzaba con la agilidad que sería deseable, en esta segunda ocurre todo lo contrario, y las distintas tramas corren que se las pelan, casi a la misma velocidad con la que ese tres misterioso hace el camino de vuelta hacia su ignoto lugar de procedencia, sea ese el que fuere. 




La trama corre tanto, dejando momentos muy emocionantes de esos que hacen insufrible la espera para ver el siguiente capítulo, hasta el punto de que una de las historias secundarias que pone un puntito de incertidumbre, queda en vía muerta, quien sabe si para darnos alguna nueva sorpresa en la tercera campaña de la serie.




Sin embargo, eso no le resta un ápice de interés a la conjunción de fuerzas que se dan cita en la segunda temporada, donde el ambiente político y social se vuelve realmente explosivo y donde todo el mundo oculta algo, nadie o casi nadie, parece ser lo que realmente es, salvo el mafioso propietario del cabaret que de nuevo vuelve a ser un escenario importante de la historia, aunque esta vez con mucha menos relevancia de la música que en la primera temporada, salvo, quizá, por el tema que nos regala Brian Ferry, asesor musical de la serie.




Por la calles, en ocasiones más que lluviosas de un Berlín en los albores de una nueva y trágica década para la historia del mundo, circulan defensores de las bondades de la democracia, militares prusianos que añoran el regreso del emperador, comunistas luchando por implantar un régimen comunista a imagen y semejanza del ruso, y las camisas pardas de las SA entrando en juego para marcar los primeros escarceos antisemitas cebados en el jefe de policía y en el alcalde de la ciudad.




A partir de la conjunción de todos esos elementos, aparte de las peripecias vitales de los personajes, muy notable la del protagonista Gereon Rath, lo más normal es que cada uno vaya a lo suyo sin importarle las consecuencias para la vida de los demás, todos convencidos de que están luchando por los más altos ideales. Así, se cruzarán planes para el magnicidio, el simple pero muy lucrativo robo, y los empeñados en seguir haciendo lo decente, al menos por un tiempo, y las víctimas que van quedando por el camino fruto de juegos que son incapaces de comprender.




Los vivos son incapaces de deshacerse de los muertos, y todos juntos avanzan, confluyen en las vías ferroviarias, y todo parece que se aclara cuando se despeja la niebla (¿o acaso es una nube de gas tóxico?), pero ahí está la lluvia, el callejón oscuro, una capucha, un disparo, un muerto, un coche y a él nos subimos camino de una tercera temporada.

martes, 13 de agosto de 2019

Babylon Berlin 1ª temporada: Todo es posible en Berlín



Vaya por delante que una serie que inicia los créditos con guiños al cine expresionista alemán, al diseño de la Bauhaus y con una música con ecos al dodecafonismo, despierta con total seguridad mi curiosidad para echarle un vistazo a un producto que, de mano, ya tiene todo mi interés. Con ese arranque tenía que echarle un vistazo sí o sí, al contenido de la segunda serie de factura alemana con la que me enfrento después de la magnífica Hijos del Tercer Reich (Unsere mütter, unsere väter).




Otro de los grandes atractivos personales que tenía a priori para mí la serie, es la ambientación en el Berlín de 1929, en la capital de una renqueante República de Weimar, salida de las ruinas de la Primera Guerra Mundial, y que nunca terminó de asentarse con la fuerza suficiente como para hacer frente a dos poderosas fuerzas, destinadas a chocar con enorme virulencia unos años más tarde. Una república desgarrada entre las tensiones provocadas por los izquierdistas radicales por un lado, y por la extrema derecha del partido nazi, todavía incipiente, por otro.




Calles de Berlín que acogen, por un lado la miseria de la clase obrera totalmente pauperizada, sin esperanza, obligados a vivir hacinados en condiciones infrahumanas, comiendo la misma carne llena de gusanos que se tira a los perros, eso cuando hay dinero para comprar carne, claro está. Organizados en poderosas organizaciones de izquierdas que toman las calles, promueven huelgas y disturbios ante los que la policía responde sin contemplaciones.




La sangre corre por las calles, de la misma forma que el alcohol lo hace en los clubes nocturnos, controlados por mafias, la droga y la música de swing o de jazz suena a todo trapo para deleite de bailarines, cantantes, transexuales y jóvenes que buscan llevar algo de dinero a su casa traficando con lo único que tienen, su cuerpo.




Un Berlín convulso, en plena ebullición, donde los rusos se matan en sus calles con enorme entusiasmo, tanto que la policía germana ni se molesta en investigar, mientras que un joven inspector llegado de Colonia, Gereon Rath, también afectado por las consecuencias físicas y emocionales de la guerra, tendrá que meterse de lleno en ese mundo para tratar de localizar una película pornográfica que pone en riesgo la carrera política de su suegro.




Entremedias, un misterioso tren procedente de Rusia pondrá la parte política de la trama, y todo terminará por confluir en un único punto, en un Berlín vibrante, frenético, de ex soldados rotos por la guerra, proletarios sin empleo, nostálgicos de las glorias imperiales, trostkistas ingenuos que creen que podrán deshacerse de Stalin para llevar adelante la verdadera revolución, judíos, cristianos, mafiosos armenios, y todos y cada uno de ellos tiene algo que ocultar, llevan a cuestas sus sombras como la propia ciudad cuando cae la noche.




Una buena primera temporada que posiblemente tiene más interés histórico que por como lleva adelante la narrativa, pero que deja las ganas abiertas para ver la segunda temporada.




Mención aparte merece la excelente ambientación musical y una de las mejores coreografías que he visto en mucho tiempo, de la mano del tema Zu Asche zu Staub (A las cenizas, al polvo) que, en esto coincido con la opinión de Javier Olivares, es más que una canción, un himno, cantado por la lituana Severija Janusauskaite, que da vida a Svetlana, otra exiliada rusa que tiene mucho que ver con el tren misterioso. Os dejo el vídeo como remate final.


jueves, 8 de agosto de 2019

True Detective 3ª temporada: Igual va siendo hora de dejarla descansar en paz



Después de una primera temporada absolutamente fantástica, una segunda para olvidar en su totalidad, llegó una tercera tanda de la franquicia de True Detective, y una vez vista a uno le queda la sensación de que va siendo el momento de dejar el tiempo pasar y enviar la serie a vía muerta, darle carpetazo como a un caso ya resuelto y pasar a otra cosa.




Eso no quiere decir que la serie no tenga cosas apreciables, pero sí que se mantiene todo el rato en una zona gris, vamos ni chicha ni limoná, culminado todo ello con un capítulo final que me resultó de lo más aburrido que vi en mucho tiempo y con un tramo último de resolución de la trama que le deja a uno con cara de “esto es una broma ¿no?”. Supongo que a la altura de una historia que se podía haber dejado resuelta en la mitad de episodios.




La mejor parte de la serie es la figura de “Purple” Hays, detective negro veterano de Vietnam y cuyos recovecos psicológicos son de lo más interesante de la serie y que le permiten a Mahershala Ali dejarnos una muy buena interpretación. Soldado de reconocimiento de largo alcance, está acostumbrado a moverse en la selva con total sigilo y en total soledad, y eso le va acompañar durante toda la serie, la soledad.




Probablemente la peor de las soledades posibles, la del que incluso se siente solo cuando está acompañado, una soledad basada también en el horror de lo visto, la maldición de ser el hombre que sabe, al modo del personaje que encarna John Wayne en Centauros del desierto, y ese conocimiento le aparta de sus semejantes, de una familia a la que quiere mantener lejos para no herirla con sus zonas oscuras y que, precisamente, por eso, termina causando un daño que no busca.




Parece el sino de los veteranos de Vietnam, de aquellos que combatieron en la selva y que nunca lograron salir de ella (son innumerables las películas norteamericanas al respecto y novelas como Dog Soldiers), lastrados por una experiencia traumática imposible de dejar atrás. Luego llegará la mala jugada de una memoria que se resiste a quedarse, que empieza a dejar a Hays de la mano de la enfermedad, y tiempo y memoria se convierten en dos de los personajes invisibles de la trama.




Una trama que atraviesa tres décadas y que a la tercera se resuelve de aquella forma y manera, y nos deja con una suerte de happy end que cierra el círculo del mal y, supongo yo, intenta dejar al espectador con un buen sabor de boca y lo único que consigue es dejarle con un tedio importante y ganas locas de pasar a la siguiente serie que uno tiene en su particular cola de impresión, y que en mi caso se titula Babylon Berlín.

lunes, 5 de agosto de 2019

Jena-Baptiste Tournassaud (Montmerle-su Saône, 1866 – Montmerle, 1951): El tiempo que pasa



Con motivo del centenario de la finalización de la Primera Guerra Mundial, primero en Francia y y este año en España, se está volviendo a sacar a la luz el trabajo fotográfico de este comandante del ejército francés, que fue director del Servicio Fotográfico y Cinematográfico de Guerra, durante el conflicto bélico, labor a la que aplicó todo su conocimiento y sensibilidad artística, dejando para la posteridad una colección de imágenes impresionante.




Amigo de los hermanos Lumière, fue uno de los primeros en experimentar con el pictorialismo, para dotar a sus fotografías de color, andando un camino confluyente con el impresionismo, para conseguir trasladas a las imágenes las sensaciones del fotógrafo ante el objeto o la escena fotografiada, logrando composiciones muy especiales, que adquieren una mayor sensación de movilidad, de dinamismo, de dramatismo y de un cierto aire de irrealidad como el que tienen todas las fotografías coloreadas.




La colección de imágenes del conflicto que desgarró Europa entre 1914 y 1918, nos dejan retratos (fue el retratista oficial de Clemenceau, primer ministro galo durante la guerra) de soldados que miran atrás, mientras la nieve borra sus huellas del camino, casi como si se estuvieran despidiendo conscientes de los peligros que les acechan y no solo los climatológicos.




Otras veces, son destacamentos que se lanzan al combate cobijados por un cielo de tormenta, otras veces expectantes en medio de una niebla que difumina los contornos, que pone un marco aún más dramático si cabe, a la invisible amenaza que saben que les espera. Compañeros que llevan un cadáver atravesando una trinchera, el momento del descanso, o la imagen más tierna de una novia o esposa, subida a una roca para poder besar a su amado soldado de caballería.




O los niños que observan, seguramente sin terminar de entender las razones de ello, a una vieja estatua apeada de su pedestal por alguna explosión, rota ya en el suelo y perdido todo el sentido de gloria, de historia eterna que tenía antes. En un instante, todo ha cambiado, ha caído al mundo terrenal, ya no hay admiración, solo indiferencia, una cierta sorpresa, mientras la vida sigue caminando en medio de las dificultades de todo tipo. 




Y ese árbol tronchado a cuyo pie vemos un casco todo abollado, símbolo de una barbarie que nada respeta, ni al arte, ni a la naturaleza, ni al ser humano. Y acaba la guerra y solo quedan banderas y fusiles clavados en la tierra, como símbolo último de la inutilidad de una guerra cuya finalización no hizo más que anunciar la siguiente, aún más desgarradora.




Pero Tournassoud no fue solo un fotógrafo militar, terminó siendo simplemente fotógrafo una vez abandonado el ejército, y se revelará como un apasionado del mundo animal, de la naturaleza, de la arquitectura, de las personas, mientras documenta, bien en blanco y negro, bien en color, la transformación de un mundo rural al que va llegando la modernidad, y esas tres mujeres que vemos en una de sus obras, tirando de un arado con sus propias fuerzas, sin hombres ni animales, absorbidos por una guerra insaciable.




Más información: Wikipedia [en], Patrimoines [fr], France 3 [fr], Le progrès [fr].