viernes, 30 de noviembre de 2007

Mi querido Mijael (Mijael sheli) (y I)



Noa. Trío de música tradicional.

También la desierta estepa rusa me atraviesa por las noches. Llanuras vidriosas con una capa de escarcha azulada que refleja los rayos de una luna salvaje. Y hay un trineo y una piel de oso, y la espalda negra de un cochero muy abrigado y una carrera de caballos desbocados, y en la oscuridad brillan los ojos de los lobos, y un árbol solitario, en árbol muerto, permanece en la ladera blanca, y las noches se suceden en la estepa y las estrellas están despiertas, tramando algo. De pronto, el cochero dirige hacia mí un rostro tosco, como esculpido por la mano de un escultor ebrio. De su espeso bigote cuelgan carámbanos. De su boca entreabierta parece salir el aullido del viento helador. El árbol muerto que permanece solo en la ladera no está allí en vano, tiene una función que desconozco despierta. Pero incluso cuando me despierto recuerdo que la tiene. Y así no vuelvo con las manos completamente vacías.


Cuando pasamos cerca del patio de la guardería de Sara Zeldin, le conté a Mijael que trabajaba allí. ¿Soy una maestra severa? Él cree que debe ser una maestra severa. ¿Por qué lo cree? No lo sabe. Es como un niño, digo yo, que empieza a decir algo y no sabe cómo terminar. Expresa una opinión y no es capaz de sostenerla. Igual que un niño.
Mijael sonrió.
De uno de los patios, en la esquina de la calle Malaquías, salieron chillidos de gatos. Eran gritos fuertes, histéricos. Luego oímos dos gemidos ahogados, y al final un llanto monótono, débil, rendido, como de resignación y desesperanza.
Un llanto perdido.



Noa. We.

Cuando estoy junto al fregadero de la cocina puedo ver por la ventana el patio trasero. El patio de nuestra casa está abandonado, cubierto de un espeso barro en invierno y de cardos y polvo en verano. Los trastos ruedan por el patio. Yoram Kamnitzer y sus amigos construyeron fortines de piedra en los que sólo quedan las ruinas. También hay un grifo roto en un extremo del patio. Existe la estepa rusa, existe Terranova, existen archipiélagos y yo estoy encerrada aquí. Pero a veces abro los ojos y el tiempo se manifiesta. El tiempo es como una patrulla de policía que pasa por la calle de noche: una luz roja brilla con rápidos destellos y en cambio los neumáticos giran despacio. Hacen un leve ruido. Un movimiento prudente. Lento. Acechante. Tanteante.
Me gustaría pensar que los objetos inanimados están sometidos a un ritmo distinto porque no tienen capacidad de pensar.

Mijael se va y las lágrimas me hacen un nudo en la garganta. Me pregunto de dónde sale esta tristeza. Desde qué maldita guarida irrumpe para estropearme una mañana azul y plana. Como la contable de una oficina comercial hurgo entre un montón de recuerdos hechos añicos. Reviso cada cifra de una larga cuenta. ¿Dónde se oculta un grave error? ¿Acaso es un espejismo? ¿Dónde me ha parecido ver un fallo garrafal? La radio empieza a cantar. De repente habla del creciente descontento en algunos pueblos. Me sobresalto: las ocho. El tiempo no descansa y no deja descansar. Cojo mi monedero. Apuro sin necesidad a Yair, que está listo antes que yo. Con su mano en mi mano, nos vamos a la guardería de Sara Zeldin.



Noa y Carlos Nuñez. A lavandeira da noite.

- Ha habido un malentendido entre nosotros, Mijael. Lo terrible no es que seas hijo de tu padre. Lo terrible es que tu padre haya empezado de pronto a hablar por tu boca. Y tu abuelo Zalman. Y mi abuelo. Y mi padre. Y mi madre. Y después será Yair. Todos nosotros. Como si uno y otro y otro fuésemos copias defectuosas. Se pasa a limpio y su vuelve a pasar a limpio y se descarta y se arruga y se tira a la papelera y se vuelve a copiar con algún cambio imperceptible. ¡Qué estupidez, Mijael! ¡Qué desolación! ¡Qué chiste tan malo!


Hacia las cinco despuntó el sol. Salió envuelto en una densa niebla. Sobre la tierra yacían borrosos los arbustos silvestres. En la ladera de enfrente había un joven pastor árabe y unas cabras grises que pacían con furia a su alrededor. Oí campanas lejanas sonando en las alturas. Era como si otra Jerusalén hubiese surgido de sueños melancólicos. Fue una visión terrible y lúgubre. Jerusalén me perseguía. Las luces de un coche brillaban en una carretera que no veía. Árboles solitarios, grandes, ancestrales, crecían con fuerza. Jirones de niebla se perdían en valles desiertos. El espectáculo era gélido y turbio. Una tierra extraña iba siendo anegada por una luz fría.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Mi querido Mijael (Mijael sheli, Amos Oz, 1968. Ediciones Siruela, 2005)

Una moderna madame Bovary israelí. Así se ha llegado a definir a Jana, la protagonista absoluta de la novela del escritor Amos Oz (Jerusalén, 1939), galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Una obra en la que la voz femenina es la que nos conduce por un mundo de miedos, inseguridades, fantasías, deseos, sentimientos y emociones.

“Escribo porque las personas a las que amaba han muerto. Escribo porque cuando era niña tenía una gran capacidad de amar y ahora esa capacidad de amar está muriendo. No quiero morir.”

Entre el autor y su personaje, se establece una relación de simbiosis y de mimesis que resulta sorprendente, ya que no es habitual que un hombre consiga adentrarse tan profundamente y con tanto acierto, en lo más profundo del alma femenina, un mundo al que el común de los hombres rara vez consigue siquiera vislumbrar en la lejanía.

No sabemos por qué Jana decide casarse con Mijael, un estudiante pobre de Geología, ya que son dos personas totalmente opuestas, o tal vez precisamente por eso. El matrimonio, los convencionalismos sociales, terminan por convertirse en algo totalmente insoportable para ella, y sólo encuentra refugio en su mundo interior, en unas fantasías en las que ella es una reina capaz de someter, y en la que dos gemelos de nombres árabes forman parte de sus fantasías sexuales y de sus pesadillas. Cuando ya nada de eso sea posible, optará por el recurso a la enfermedad.


“Yosef, mi difunto padre, solía decir: las personas fuertes son libres de hacer casi todo lo que quieren, pero ni siquiera las más fuertes son libres de querer aquello que quieren. Yo no soy especialmente fuerte.”

Mijael es un hombre responsable, considerado con los que le rodean y un tanto frío y despasionado, mientras que Jana alberga en su interior una fuerza y una rica imaginación, que a veces estalla en accesos de fuerte vehemencia, todo lo cual, contrasta vivamente con la rutina de su vida diaria. Una madre que no es capaz de sentir amor hacia su hijo, Yair, un pequeño metódico, lógico e independiente, mientras coloca al borde del abismo a un poeta adolescente, y sus fantasías sexuales adquieren la forma de unos gemelos.

La ruina emocional en la que se convierte la vida de Jana, queda enmarcada en el paisaje urbano de una Jerusalén que está en transformación, y en la que todavía son apreciables las ruinas sin casa huellas de los acontecimientos bélicos que habían tenido a la ciudad dividida por escenario. Jana mantiene a lo largo de toda la novela una lucha que parece irresoluble, en la que no puede haber ni vencedores ni vencidos (¿recreación simbólica del eterno conflicto entre israelíes y palestinos?), en una lucha que se plantea sin esperanza y en la que la sensación de vacío termina por imponerse.

“Cuando pasamos cerca del patio de la guardería de Sara Zeldin, le conté a Mijael que trabajaba allí. ¿Soy una maestra severa? Él cree que debe ser una maestra severa. ¿Por qué lo cree? No lo sabe. Es como un niño, digo yo, que empieza a decir algo y no sabe cómo terminar. Expresa una opinión y no es capaz de sostenerla. Igual que un niño.
Mijael sonrió.
De uno de los patios, en la esquina de la calle Malaquías, salieron chillidos de gatos. Eran gritos fuertes, histéricos. Luego oímos dos gemidos ahogados, y al final un llanto monótono, débil, rendido, como de resignación y desesperanza.
Un llanto perdido.”

Para contarnos todo eso y mucho más, Oz recurre a una prosa sencilla, de gran eficacia a la que nada le sobra, con descripciones de un gran detalle, capaz de pararse en cosas muy pequeñas y de diseccionar con precisión de entomólogo la naturaleza humana, especialmente la de Jana, que es de una enorme riqueza.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Alizia 21 (Konjuro Teatro)



Jorge Moreno es actor, director y dramaturgo que con el texto titulado Alizia 21 logró hacerse con el II Premio Teatro Jovellanos y sus correspondientes 18.000 €, y ese fue el texto que representa actualmente con su grupo Konjuro Teatro. Una vez visto el montaje, la conclusión es que se trata de un texto probablemente más interesante leído que la plasmación escénica que ha conseguido el propio autor. Un texto tragicómico, surrealista y con tintes del teatro del absurdo en el que el mundo de los cuentos, o de las fantasías infantiles, se subvierte totalmente para dar lugar a una historias que llega a adquirir tintes truculentos, con momentos interesantes junto con otros más bien insípidos.

Alizia es un trasunto de la Alicia que Lewis Carroll trasladó al mundo de las maravillas, y que Jorge Moreno lleva a un mundo de pesadilla, un mundo en el que el personaje destruye a su creador, momento que se elige como arranque de la obra para luego iniciar un viaje tenebroso por los miedos a los que nos enfrentamos los seres humanos todos los días.

La frialdad de las actuaciones lastró el desarrollo de la obra durante una buena parte de la misma, notándose una candencia de ritmo tirando a monótono, algo que se subsanó en parte a partir de la escena del obispo de todas la religiones, donde se genera uno de los momentos más cómicos de la obra, junto con la escena del juicio y la parodia que Jorge hace de un Franco a punto de morir y sentado en una silla de ruedas, acompañado por un Borbón travestido e histriónico, a los que dan vida Jorge Moreno y David Acera. A partir de ahí, el ritmo cobra una velocidad que le va más acorde al desarrollo de la historia, y que consigue que los espectadores no nos terminemos de aburrir del todo.

Punto a favor del texto es el sentido más que negro de un humor que arremete contra todo y contra todos. Nadie se salva de verse reflejado en un espejo deformante que destapa la cara absurda que hay detrás de los violentos de ultraderecha, de la religión, de una justicia que es totalmente demencial, de unos hombres ratas enganchados a las drogas y sólo capaces de vivir en la basura, de los terroristas suicidas… Se trata de recopilar "las partes más negativas de la sociedad que estamos viviendo", tal y como declaró el autor al periódico La Voz de Asturias.

Este montaje es un ejemplo más de cómo los grupos asturianos se ven obligados a estrenar al menos una obra al año, para seguir "cazando" las más que necesarias subvenciones oficiales para poder continuar malviviendo, algo que, necesariamente, va en contra de la calidad. A pesar de ello, no deja de ser un texto interesante dentro del paupérrimo panorama creador que tenemos en Asturias, y Konjuro Teatro en general, y Jorge Moreno en particular, son referencias ineludibles, y de los que cabe esperar más y mejor como ya nos han demostrado en ocasiones anteriores.

Bunbury. Alicia

jueves, 22 de noviembre de 2007

Eugenio Recuenco

Cuando uno se topa con una foto de este madrileño, puede estar bien seguro que está viendo algo más que una fotografía, está viendo arte (por si todavía hay alguien que piense que la fotografía no es arte), está contemplando un universo complejo en el que se dan la mano en un continuo fantástico la pintura, la arquitectura, la moda, la fotografía, por supuesto, lo escenográfico de tal forma que tan solo le faltaría la música o la palabra para que fuera una obra de arte total.

Como buen fotógrafo de moda, la mujer ocupa un papel fundamental en su obra, unas mujeres que, a veces, están como ausentes, otras veces nos desafían con la mirada, con las poses de unos cuerpos que no parecen pertenecer al mismo universo en el que nos movemos los demás, pero que también muestran la desolación. Mujeres que transmutan su carnalidad en maniquíes plásticos o en mármoles que nos recuerdan la estatuaria clásica, a pesar de lo cual no renuncian a la sofisticación. Otras veces son niñas, muñequitas o tiernas lolitas, casi seres salidos de lo profundo, echas con la materia con la que se hacen las pesadillas o los sueños más desasosegante.


Mujeres que guardan una fuerza telúrica, primigenia, esa que está en el origen del todo, y que por eso también son capaces de amar, de tener amores furtivos al pie de una vía de tren más allá de la cual nada es posible. Féminas que tienen amantes que huyen por los tejados, que protegen a la dama en frágiles aleros, tan fríos como la noche. Tejados que son testigos de encuentros furtivos, clandestinos en pasillos que no conducen a ningún sitio y que dejan a los protagonistas a la deriva, en noches cubiertas por un piadoso manto blanco.


En ocasiones coloca a sus figuras en interiores barroquizantes, exagerados, con una enorme profusión de detalles que recuerdan a los interiores de la pintura holandesa barroca (sin olvidarnos de Caravaggio, Vermeer, El Bosco o Friedrich), y exteriores luminosos a los que también dota de un punto de desolación. Son desiertos en los que incluso se desata la violencia, caminos que tienen destinos inciertos. Cruces y candelabros judíos que conviven en un sincretismo de creencias, tendencias en un mundo donde todo se confunde y pocas cosas aparentan tener sentido.


Atmósferas con un punto de irrealidad o, casi mejor, una realidad trascendente, a medio camino entre lo surrealista daliniano y lo metafísico de De Chirico. Algo a lo que también contribuye el hecho de convertir a los cuerpos en escorzos que rozan todos los límites, mientras otras veces se trastocan en autómatas perversos.


La noche, la luna, los pájaros, vienen a completar un universo onírico, en el que también tiene cabida el misterio de oriente y los paisajes postindustriales a lo Blade Runner, que también pueden ser la Metrópolis de Supermán o la Gotham de Batman, con el cine negro, los cuentos infantiles, aquella publicidad ingenua de los años 50 o una visión caricaturesca de los cómics de superhéroes. David Lynch, Kubrick, Kim Ki Duk, son otros de sus referentes cinematográficos contemporáneos.


Ahora mismo tiene en marcha un casting para buscar a personas que tengan un parecido físico con la figura de Jesucristo para aparecer en una de sus fotografías. Los interesados pueden enviarle una foto suya a soyjesucristo@gmail.com.



lunes, 19 de noviembre de 2007

Kroke





The sounds of the vanishing world

La tierra, el agua, el aire y el fuego se hicieron música. Es la única forma que tengo de explicar todas las sensaciones que me dejaron los polacos de Kroke (Cracovia en yiddish), después de haberlos visto actuar el directo sobre el escenario del Teatro Jovellanos de Gijón.

Kroke es un grupo que basa su música en la tradición klezmer (de kley “instrumento” y zemer “cantar”), es decir la música tradicional instrumental de los judíos de los países del este de Europa, que fusionan con el jazz o la música de los gitanos del orbe balcánico.

El grupo lo forman el violinista Tomasz Kukurba (virtuoso que demuestra que los extraterrestres ya están entre nosotros, porque parece imposible que un mortal llegue a tocar un instrumento como él lo hace), el acordeonista Jerzy Bawol, y el contrabajista Tomasz Lato, a los que se une el percusionista Tomasz Grochot. Ellos han compartido escenario con gente como Van Morrison o Ravi Shankar, por citar sólo dos, además de contar con Steven Speilberg entre su club de incondicionales.

Partiendo de la tradición judía, la reelaboran con todo tipo de sonidos para conseguir un conjunto inigualable, sorprendente y que te atrapa en su telaraña mientras intentas que tu intelecto asimile todo aquello que está sonando, hasta que te das cuenta de que no hay nada que entender, que se trata de sentir.

Unas dos horas de concierto en las que el grupo nos regaló un viaje de una intensidad absolutamente desconocida e imposible de explicar con palabras, después de haber vivido un directo en el que la magia fue el elemento más presente. A ratos tuve la sensación de que la música me cogía de la mano y me llevaba a conocer las calles de Cracovia (ciudad en la que nació el grupo en 1992), para luego subirnos al cielo más alto, dejarnos ingrávidos, para luego bajarnos a una velocidad vertiginosa para adentrarnos, con una suavidad extraordinaria en el fondo del mar, para luego darnos una descarga eléctrica que ya te deja en estado de shock.

El gran conductor de esa nave es el violinista, Tomasz Kukurba, del que Ramón Trecet (conductor del programa Diálogos 3 en Radio 3), ha escrito que “tiene firmado un pacto con los dioses”. Jamás había visto a nadie manejar un instrumento de esa manera, sacar una enormidad de sonidos, que cuando combina con su voz alcanza niveles de un sentimiento en el que la alegría, la melancolía, la tristeza, la fiesta se dan la mano en un continuo en el que sólo cabe dejarse llevar. “Kukurba es un rayo láser que inmediatamente toma posesión del escenario y establece contacto con tu yo más íntimo. Te puede ‘matar’ de diez formas distintas, depende de la noche, porque claro, hay que decirlo sencillamente, sin levantar la voz, sin alterarse mucho. Nunca repiten el mismo concierto. Nunca”, y vuelvo a tomar prestadas las palabras de Ramón Trecet.

De las dos horas de concierto, unos 20 minutos fueron de un único tema, en el que Kukurba hizo alarde de todo su virtuosismo, acompañado magníficamente por el resto del grupo, especialmente el contrabajista y el acordeonista que mantuvieron durante muchos minutos una única nota que sirviera de contrapunto a la melodía del violín y del flautín, con una sencillez minimalista pero de una gran efectividad, mientras nos sumergían en las profundidades del mundo submarino. Sublime.

La piel de gallina se me había puesto antes con la Dance of Snow Flake, un toque directo al alma, a la sensibilidad más profunda. Tendría que inventar adjetivos que no conozco para describirlo.

Regreso a Trecet y cierro: “Que disfrutéis, pero ya os anticipo que vais a tener un problema: vais a empezar a buscar como locos donde les podéis ver otra vez”.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Pura Anarquía (Mere Anarchy, Woody Allen)


Un libro que en el que se recopilan 18 historias breves escritas por Woody Allen bajo el denominador común de un humor absolutamente vitriólico, que sirve para poner de manifiesto los aspectos más surrealistas de la realidad que nos rodea. De hecho, algunas de las historias parten de noticias reales publicadas en la prensa, sobre las que el autor aplica su lupa implacable para sacar historias parodiadas hasta lo imposible, pero en las que reconocemos un indudable fondo de realidad.

Las excentricidades culinarias, las nuevas filosofías vitales en plena moda New Age, los contratistas de obra, los guionistas que se ven obligados a vender su pluma al mejor postor, las historias del mejor cine negro, las subastas en Internet, y muchos otros, son los aspectos sobre los que Allen vuelca toda su capacidad para la ironía, el humor corrosivo, incluso macabro, que caracteriza a muchos de los mejores guiones cinematográficos de este neoyorquino universal, más apreciado en Europa que en su propio país.

Con este libro Allen vuelve al género del relato después de 25 años de ausencia, para volver a hacernos reír con unas historias que entran de lleno en el terreno de la burla ácida, algunas de las cuales ya habían sido publicadas anteriormente en el New Yorker. En España lo ha editado Tusquets Editores, dentro de su Colección Andanzas y salió a la venta en septiembre de este mismo año.



Qué paladar tienes, muñeca

Como detective privado, estoy dispuesto a recibir un balazo por mis clientes, pero eso tiene un precio: quinientos de los grandes la hora más gastos, que suelen equivaler a todo el Johnnie Walter que pueda echarme entre pecho y espalda. Aun así, cuando una monada como April Sensualle se presenta en mi despacho armada de sus feromonas y solicita mis servicios, el trabajo puede convertirse en pro bono por arte de magia.

- Necesito su ayuda –ronroneó, y mientras cruzaba las piernas en el sofá, sus medias negras de seda dejaron claro que aquello era una guerra sin cuartel.

- Soy todo oídos –dije, convencido de que la ironía sexual implícita en la inflexión de mi voz no pasaría inadvertida.

- Necesito que vaya usted a Sotheby’s y puje por algo en mi nombre. Como es lógico, yo corro con los gastos. Pero es importante para mí permanecer en el anonimato.

Por vez primera vi más allá de su pelo rubio, de sus labios como almohadas y de los dirigibles idénticos que tensaban la blusa de seda hasta el límite de su resistencia: la chica estaba asustada.

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- Así es, muñeca. Tú mataste a Harold Vanescu, el gourmet internacional. No hace falta ser una lumbrera para sumar dos y dos.

Se precipitó hacia la puerta, pero le corté el paso.

- Está bien –dijo con resignación– Supongo que se acabó lo que se daba. Sí, yo maté a Vanescu. Nos conocimos en París. Yo había pedido caviar en un restaurante y me había cortado la punta de una tostada. Él acudió en mi auxilio. Me impresionó su soberbio desdén por las huevas rojas. Al principio, todo fue maravilloso. Me colmó de regales: espárragos blancos de Cartier, un frasco de vinagre balsámico del que, como él sabía, siempre me ponía unas gotas detrás de las orejas cuando salíamos… Fuimos Vanescu y yo quienes robamos la trufa de Mandalay del Museo Británico colgándonos cabeza abajo y cortando el cristal de la vitrina con un diamante. Yo quería hacer una tortilla de trufa, pero Vanescu tenía otros planes. Él quería venderla en el mercado de objetos robados y destinar el dinero a comprar una villa en Capri. Al principio, nada le parecía demasiado bueno para mí; después advertí que las porciones de beluga en nuestras tostaditas eran cada vez más pequeñas. Le pregunté si tenía problemas en la Bolsa, pero él se echó a reír ante la sola idea. Pronto me di cuenta de que, en secreto, había pasado del Beluga al Sevruga, y desde que lo acusé de poner Ossetra en un blini, se volvió irascible y poco comunicativo. Se había convertido en un hombre frugal, e incluso se preocupaba por los gastos. Una noche llegué a casa antes de lo previsto y lo sorprendí preparando entremeses con caviar de pez pulmonado. Nos enzarzamos en una violenta pelea. Le pedí el divorcio, y discutimos sobre la custodia de la trufa. En un arrebato de ira, la cogí de la repisa de la chimenea y lo golpeé con ella. Al caer, se dio de cabeza justo contra un caramelito de menta. Para esconder el arma del crimen, abrí la ventana y la lancé a la caja de un camión que pasaba. He estado buscándola desde entonces. Una vez libre de Vanescu, creí sinceramente que por fin podría zampármela. Ahora podemos buscarla y compartirla… usted y yo.

Recuerdo su cuerpo contra el mío y un beso que me hizo salir vapor por las orejas. También recuerdo la expresión de su cara cuando la entregué a la policía de Nueva York. Dejé escapar un suspiro mientras contemplaba su equipamiento de primera cuando la pasma la esposó y se la llevó. A continuación me acerqué al Carnegie Deli para tomarme un bocadillo de pastrami con pan de centeno, acompañado de pepinillos y mostaza: esa materia de la que están hechos los sueños.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Conversaciones con mi jardinero (Dialogue avec mon jardinier, Jean Becker, 2006)


En esta película, el francés Jean Becker, nos ofrece una película extremadamente sencilla y compleja al mismo tiempo. Sencilla porque la base son las conversaciones que mantienen el pintor (Daniel Auteuil) y el jardinero (Jean-Pierre Darrousin), y que giran alrededor de la vida, la muerte, la naturaleza, el arte, el tiempo. Conversaciones aparentemente banales, pero en las que se ocultan muchas grandes verdades, un fino sentido del humor que a veces estalla en carcajadas, miedos, derrotas, luchas, y muchas pequeñas cosas que van, poco a poco, desbrozando un camino de sencillez por el que transitar para ir descubriendo esas cosas que forman nuestro día a día cotidiano.

Es la historia del reencuentro de dos antiguos compañeros de escuela, a los que la vida ha colocado en sitios diametralmente opuestos, pero que luego vuelve a reunir en el punto de partida. El pintor regresa desde París al pueblo de su infancia, a la casa paterna, en busca de inspiración para su arte y de calma para su corazón. El jardinero acude en respuesta a un anuncio, para levantar un huerto que terminará por convertirse en su propia obra de arte.

La pintura y la horticultura se dan la mano, como dos formas distintas de creación por la mano del hombre, y entre lechuga y lechuga y brochazo y brochazo, vamos a ir descubriendo, sin prisas pero sin que la historia decaiga en ningún momento, casi al ritmo del crecimiento de los vegetales, la ingenuidad y la sabiduría que se ocultan detrás de un personaje (basado en una persona real) que tiene claro lo que quiere, lo que necesita para ser feliz, que comprende de una forma muy profunda algunas de las verdades fundamentales de nuestra existencia.

Sus palabras contrastan vivamente con las que se utilizan en la gran ciudad, un mundo, especialmente el relacionado con el arte, en el que las palabras están despojadas de sentido, de significado, de verdad, y se utilizan para esconder la ignorancia, para decir que lo negro en realidad no es de ese color, sino que lo que se ve es el no blanco.

La película, como los cuadros de paisaje del pintor, tiene algo de impresionista, ya que se esfuerza por captar esos pequeños momentos irrepetibles, esas sombras y luces que sólo son posibles en un momento concreto del día, en medio de un paisaje que sólo cambia cuando sobre él se posa la mano del hombre para poner orden en lo que aparentemente es un caos. Así, el arte del pintor se transformará para encontrar en las pequeñas cosas la fuente fundamental de su inspiración, y con ello logrará poner calma en medio de una crisis vital marcada por una mujer que le pide el divorcio, mientras no es capaz de mantener una relación fluida con su hija.

Después del jardinero todo habrá cambiado.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Umbral (Teatro delle radici, Lugano, Suiza)

Un día los dioses decidieron reunirse en asamblea, para decidir dónde poner las respuestas a las preguntas esenciales de la vida. No para decidir cómo iban a ser los elefantes o cuantas piernas iban a tener los hombres. No, para eso no. Nada más y nada menos que para decidir dónde poner las respuestas a las preguntas esenciales de la vida.

La asamblea iba transcurriendo, día tras día, sin que los dioses llegaran a un acuerdo, porque había que buscar el lugar más difícil para colocar un asunto tan importante. Nada más y nada menos que las respuestas a las preguntas esenciales de la vida. Uno de ellos propuso: pongámoslas en la montaña más alta del mundo. No, ahí, no –dijeron los otros– porque seguro que los hombres aprenderán a escalar y las encontrarán; no, tiene que ser en un sitio bien difícil.

Siguieron las discusiones, y otro de los dioses dijo: pongámoslas en el fondo del mar; es bien difícil llegar al fondo del mar. Los demás rechazaron la propuesta: los hombres aprenderán a nadar y muy pronto llegarán al fondo del mar y las encontrarán.

Las hojas de todos los calendarios ya se habían caído todas de tanto esperar, cuando un dios les dijo a los otros: pongamos la respuesta a las preguntas esenciales de la vida en el interior del hombre, porque ahí nunca se van a atrever a entrar.

Esa historia la contó (tal y como yo la recuerdo) la actriz Cristina Castrillo durante su narración sobre lo que ha sido su recorrido por el proceloso camino que lleva hasta la condición de actor / actriz. A lo largo de una hora ofreció un monólogo absolutamente maravilloso e imprescindible, tanto para espectadores como para los que quieren llegar a hacerse acreedores al "título" de actor / actriz, en lo que fue una demostración palpable de que más allá de sobreactuaciones, manierismos varios, fraseos deficientes y una mera simulación de emociones, se puede encontrar una verdad basada en una sencillez enormemente compleja y que sólo es posible alcanzar después de un proceloso camino de constante investigación personal, de recorrido por los oscuros pasillos del interior de la persona.

Una hora de complicidad, de relación sencilla, directa, con los espectadores, también con humildad, sin alharacas, ni poses afectadas, de gestualidad precisa con la que subrayar unas palabras que iba depositando en nosotros con el ritmo justo, con la velocidad adecuada, con las pausas necesarias, con silencios cargados de significado, formando un todo homogéneo en el que ninguna parte era superflua.

Todo para mostrarnos un trabajo interior basado en las imágenes, en las sensaciones profundas que provocan en nosotros los estados de ánimo, y que luego se pueden convertir en partituras de movimientos abstractos, de significados más crípticos pero infinitamente más ricos porque obligan al espectador a confrontarlos con sus propios esquemas, y extraer de la propuesta del actor / actriz unas conclusiones absolutamente personales y que contribuyen a enriquecer tanto el hecho teatral como al propio espectador, quien establece, así, una comunicación silenciosa, pero perceptible, con el escenario.

"Cada uno ha nacido en este mundo en un lugar o en otro, en un tiempo o en otro, para desplegar, en las condiciones de su tiempo y de su sitio, la autonomía de su propia condición" Joseph Campbell (citado en el programa de la demostración)

viernes, 9 de noviembre de 2007

Marlango en Gijón



Hold me tight. De su nuevo disco Electrical Morning.

El trío que forman la también actiz Leonor Watling (letrista y voz), Alejandro Pelayo (pianista) y el neoyorquino de madre asturiana, Óscar Ybarra (trompeta), saldó la deuda que tenía con Asturias con el concierto que ofrecieron el pasado día 7, en el Teatro Jovellanos de Gijón. En este concierto, estuvieron acompañados por Vicent Miñana “Uma” (guitarra), Manuel Bagués (bajo) y Gonzalo Maestro (batería).

Un concierto en el que primó un sonido contundente, portente, con momentos que se acercaron mucho al rock, dejando un poco de lado el tono relajado, casi cómplice de sus dos primeros discos Marlango, editado por Subterfuge Records en 2004, y Automatic Imperfection, ya con el sello Universal Music en 2006 (del tercero, Electrical Morning no digo nada porque todavía no he tenido la oportunidad de escucharlo). Eso no quiere decir en absoluto, que se perdiera ese aire intimista, delicado y, hasta cierto punto, romántico, de las grabaciones, ya que en el concierto se alcanzaron altos niveles de complicidad con un público que ya estaba entregado desde el principio, y que despidió el concierto en pie y con una cerrada ovación.

Sobre eso, y por encima de todo, la música, sonidos sugerentes que crean a su alrededor un invisible, pero no por ello menos perceptible, universo de imágenes, de recuerdos que recorren la sala meciéndose como un pequeño vals, brillando como peces de colores, para dejarnos al final con la idea de haberlo comprendido todo. Una voz maravillosa, un piano que lo llenaba todo, una trompeta con momentos sencillamente emocionantes, una guitarra efectiva, un bajo de rotunda presencia, y una espectacular batería, originaron un concierto de los que no se olvidan.



Pequeño vals. De Automatic Imperfection.

Y con ello, una excelente iluminación contribuyó mucho crear un ambiente de sala, con ribetes de película de cine negro, en la que la única nota de color la puso el top rojo con escote de pico y los zapatos de tacón en el mismo color, que vistió Leonor Watling.

Según se recogen en el folleto del Festival de Jazz de Gijón, en el que se ha incluido a Marlango sin que sean un grupo de jazz, pero no importa, el último disco que ha sacado el grupo a la venta, está producido íntegramente por Alejandro Pelayo, y todas las letras son de Leonor Watling. Sigue la información del programa: “En él encontraremos instrumentos monofónicos, como las Ondas Martenot o el Minimoog, además de una mayor presencia de las guitarras eléctricas y el tratamiento electrónico de instrumentos ‘reales’, eludiendo samplers o loops. Todo ello sin renunciar a los pianos marca de la casa y grabado, como los dos predecesores, con todos los músicos tocando al mismo tiempo. Electrical Morning es la luz de la mañana que nos abre un rayo de esperanza en un mundo oscuro, saturado de información y sin sentido”.

Get me drunk each night. Pues eso.

(Nota al pie: Por favor, responsables del Teatro Jovellanos, cambien ya las butacas, que son un calvario).



Its all right

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Media Luna (Niwemang, Baghman Ghobadi, 2006)


Esta película nos traslada a un mundo en el que se da cita toda la magia que contienen los buenos cuentos orientales, en un terreno tan desolado, duro e inhóspito como es el Kurdistán, lo que no es óbice para encontrarnos con una historia tierna, deliciosa y en la que la música está siempre presente, incluso cuando no se la oye.

El kurdo Bahman Ghobadi vio recompensado su trabajo con la obtención de la Concha de Oro del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, en el año 2006. Historia en la que cuenta un viaje con tintes fantásticos, de Memo y un grupo de sus hijos para dar un concierto en un Kurdistán iraquí post Saddam. Viaje en un autobús destartalado, a lo largo del cual, a pesar de que los espectadores sepamos muy pronto como va a terminar, nos emocionamos, nos reímos y se nos oprime el corazón, mientras vamos viendo las vicisitudes por las que tiene que pasar el abigarrado conjunto musical.

Los kurdos son un pueblo sin estado y, según el director de la película, la esencia de ese pueblo sin estado está en la "mezcla de tragedia y comedia con la que se ha enfrentado a tantos sufrimientos y tragedias en la historia", de ahí que busquen el refugio "en el humor y en la música para poder seguir adelante, para no perder la esperanza en un destino que no sea tan amargo".

El compositor de la música es Hossein Alizadeh, quien realiza un trabajo soberbio, tomando como base una voz femenina, de esas que acarician el alma con una suavidad conmovedora, acompañada por una base instrumental sutil, en la que los instrumentos de cuerda y de percusión nos ofrecen un universo sonoro muy por encima de lo que la sobriedad de esos instrumentos puede hacer suponer en un momento determinado. Unos sonidos que inveitablemente remiten a la música Armenia, fundamentalmente, y los sonidos de Arto Tuncboyaciyan o de Ara Djinkian nos vienen inmediatamente a la mente.

Viaje no sólo físico sino también por una mentalidad que asume con total normalidad que no todo se puede explicar por la vía científica, sino que el corazón y los instintos son otras de las vías fundamentales de conocimiento, en un mundo en el que se convive de forma natural con las apariciones y con la muerte, que muestra un rostro ambivalente, ya que deja la tristeza en los vivos, pero acoge a los difuntos con un rostro amable.

Dentro de lo coral que es la película, brilla con luz propia el personaje de Mamo (Ismael Ghaffari), un mítico cantante kurdo que quiere ir al Kurdistán iraquí a dar un concierto que sirva para hacer rebrotar la cultura kurda en una zona que sufrió una más que dura represión por parte del régimen de Saddam. Por el camino, decide que necesita una cantante femenina y se va a buscar a Hesho (Hedieh Tehrani), una mujer a través de la cual, el director, quiso representar a "las miles de mujeres oprimidas a las que se prohíbe cantar en Irán", una mujer a la que encontró en "un pueblo de montaña donde se ha refugiado con otras 1.334 cantantes. También quería rendir un homenaje a todas las cantantes iraníes que ya no pueden cantar y que están exiliadas en sus propios hogares".


Teléfonos móviles, ordenadores portátiles, cámaras de video, conviven en perfecta armonía con gallos huérfanos, apariciones fantasmales, montañas a las que gritar la rabia y la impotencia de un pueblo que sobrevive de auténtico milagro en medio de un universo mítico y musical que les permite seguir manteniendo su identidad.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Fora de xogo (Fuera de juego, Nove Dous Teatro)



Los gallegos de Nove Dous Teatro trajeron hasta Oviedo, dentro del programa Encuentros de Asturias que patrocina la firma bancaria Cajastur, el montaje Fora de xogo (Fuera de juego) original del dramaturgo de Ujo, Maxi Rodríguez, quien, a su vez, es el director del espectáculo.

Una obra en la que se cuenta algo de las miserias por las que tienen que atravesar las gentes que se dedican a este arte milenario, y que han encontrado en el fútbol un enemigo que todo lo arrasa, hasta erigirse en presencia hegemónica en las vidas de infinidad de individuos, mientras que la cultura prácticamente ya no le interesa a nadie.

El cuarteto de actores que salieron al escenario ovetense, representaban a una compañía (Felpudo Teatro) que acude a una localidad para actuar en la Casa de Cultura, con la sana intención de ofrecer al respetable una obra titulada Edipo 2007. Mala suerte, el día de la función coincide con el partido que el equipo local está jugando con la intención de subir a la Tercera División. Resultado: nadie acude a abrir la Casa de Cultura, y todo el pueblo está en las gradas del campo de fútbol para gozar del espectáculo de masas por excelencia.

A partir de ahí se genera un juego dramático, en el que los actores y el director del grupo, van confundiendo sus vidas con la historia de Edipo, y siempre con un balón entremedias, ese elemento esférico que se ha convertido en el centro de todas las conversaciones, casi en el centro del universo (de hecho en España el periódico de mayor lectura es un diario deportivo).

Son 80 minutos de un espectáculo que resulta entretenido, aunque la principio cuesta un poco engancharse a la historia (a los mismos actores les costó un poquito engancharse al castellano y no hablar en gallego), que empezó con los actores ligeramente precipitados, lo que les llevó a "pisarse" en algunas de las réplicas iniciales, pero que una vez que se consiguió el ritmo en general alto, que era imprescindible para mantener la historia en pie, la cosa cogió su velocidad de crucero para llevarnos hasta el final sin sobresaltos (no es una obra en la que ocurran grandes cosas).

Una obra de sonrisa más que de carcajada (como sí lo fue la primera incursión del autor en el mundo del fútbol con la aclamadísima Oé, Oé, Oé que tuvo un largo y exitoso recorrido por toda la península, e incluso dio el salto a iberoamérica), para pasar un rato sin pretensiones, que utiliza el humor como elemento para poner de manifiesto que la batalla contra el llamado "deporte rey" (otros prefieren llamarlo el "vil deporte de la coz"), está totalmente perdida en un mundo en el que cuando se habla de clásicos se piensa en un Madrid-Barça o en cualquier otro de esos muchos partidos del siglo que se juegan cada temporada, y ya no en los auténticos clásicos de la cultura universal como puede ser el drama de Edipo (aquel en el que el protagonista se casa, sin saberlo, con su propia madre, después de matar a su padre, y cuando se da cuenta de lo que ha hecho, se saca los ojos).

Al final queda la resistencia, el seguir haciendo teatro, como se dice en el texto, "por huevos y sin subvención", mantener la "mala salud de hierro" de la que goza el teatro y gritar desde los escenarios y desde los patios de butacas, lo mismo que los aficionados al cuero esférico, aquello de: ¡A por ellos, oé, a por ellos, eoe!

Sin embargo, la sensación que nos queda a los aficionados al arte de Talía es la de estar en un permanente fuera de juego.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Le Bal (La sala de baile, Zig-Zag Danza)

De la gijonesa Zig-Zag Danza, de Estrella García y Miguel Quiroga, he podido ver recientemente el espectáculo Le Bal (La sala de baile), basado en una idea de Jean Claude Penchenat y que utiliza uno de esos antiguos salones de baile para, a través de los cuerpos, contarnos un periodo de la historia que va desde los años 20 hasta hoy en día, siguiendo un esquema similar al que ya nos ofreció la misma compañía en Tangos, historias de ayer y de hoy, con el que la compañía cosechó un merecido éxito.

Las palabras que no decimos o, mejor dicho, los silencios es lo que mejor nos retrata a las personas, de ahí que se diga que con las palabras podemos mentir pero con nuestros cuerpos no. Así, Estrella y Miguel despojan a su espectáculo de cualquier tipo de palabra, para dejar que sean los cuerpos, con sus movimientos, sus miradas, y la música los que sirvan de correa de transmisión con el espectador.
Un barman, que va envejeciendo con el local (ambientado en Francia), es el hilo conductor de una historia que se inicia con unas músicas en las que el acordeón, posiblemente el instrumento francés por excelencia, para dejar paso a los felices 20 y sus ritmos más frenéticos, apurando una alegría que se truncará con el final de los años 30, y la guerra. Entonces, el salón de baile se convertirá en refugio ante los bombardeos, y la música deja paso al sonido áspero de las bombas y al miedo.

Pero también será núcleo de resistencia, cuando el ocupante acompañado por los colaboracionistas, intenten conquistar este reducido espacio de libertad, en el que mujeres solas (los hombres se han quedado en el campo de batalla) intentan poner límites a la soledad. Mujeres valientes que resisten al ocupante mediante la pasividad y el desprecio.

Luego les tocará el turno a los yanquis, y los nuevos ritmos, entre los que el rock’n’roll es el dominante, para encarar con optimismo una nueva realidad. Los 70 con aquellos ritmos de discoteca que inmortalizará John Travolta en Fiebre del sábado noche.

Pasarán los años y los ritmos de siempre, aquellos que habíamos escuchado el principio volverán a un mundo que ya no es el mismo, pero en el que los deseos de las personas si lo siguen siendo. Sentir unos brazos que los arropen, conocerse, sentir como los cuerpos se vuelven ingrávidos mientras laten como si fueran uno solo.