miércoles, 30 de julio de 2008

Jeff Koons (York, Pennsylvania, 1955)


Lo kitch y lo monumental se dan la mano en la obra de este artista que primero trabajó como corredor de bolsa, así que el binomio que forman la obra de arte y el mercado no es algo en absoluto desconocido para un Koons que no duda en utilizar los servicios de una agencia de publicidad para comercializar su imagen, y que ha llegado a decir que “en esto del arte, no importa mucho si convences o no a los críticos. Ellos no tienen un millón de billetes para comprarte una bonita escultura”.

Koons entra por la puerta grande del mundillo artístico en la década de los 80, con una exposición titulada The New, abierta en 1980, en la que se combinaban unas aspiradoras colocadas en vitrinas iluminadas con neones, balones de baloncesto flotando en acuarios y finas porcelanas en las que representaba a personajes como Michael Jackson y la Pantera Rosa. Eso ya nos pone sobre la pista de otras características habituales en las obras de Koons, como es la apropiación de elementos procedentes de la sociedad de consumo, a los que se dota de grandes dosis de sentido del humor y de ridículo, además de unos acabados sorprendentes.



Son obras que conectan de una forma muy directa con una masa de espectadores desconcertados ante el arte contemporáneo, y que en las piezas de Koons encuentran elementos reconocibles, con los que pueden comunicarse porque comparten los mismos canales que utilizaría la publicidad en esta sociedad del ocio y del entretenimiento en la que priman los aspectos puramente visuales. Sería la máxima ridiculización de un gusto burgués excesivo que intenta ocultar su paupérrima estética con afeites que no resisten el más mínimo acercamiento. La obra de Koons tiene algo de duchampiana, de ese espíritu dadá que utiliza el humor más ácido como elemento para sacudir conciencias, combinado con elementos propios del pop, pero también del minimalismo, para producir objetos desconcertantes.


Una obra totalmente excesiva, para la que toma elementos extraídos de los medios de comunicación de masas, de la publicidad, combinados para obtener un resultado muy alejado de sus orígenes. Imágenes en las que se toma partido por los elementos hedonistas, por el deseo sexual, la moda, la diversión, valores todos ellos que se nos transmiten de forma constante a través de la publicidad. Si utilizáramos la dicotomía propuesta por Humberto Ecco de dividir a la sociedad entre apocalípticos (aquellos que sólo ven los aspectos oscuros de la cultura de masas) e integrados (los que aceptan esa cultura), la obra de Koons entraría de lleno en la segunda de esas categorías, incluyendo la comercialización del producto artístico. 


Esa apariencia de banalidad que se aprecia en la obra de este artista, no deja de contener un elemento de fondo bastante inquietante. Y es que nos pone frente a frente con nuestra propia banalidad, con lo insustancial que se ha vuelto todo, con la invasión de lo kitch (no hay más que ver las tiendas de recuerdos para turistas), con lo vacía que se han vuelto nuestras sociedades occidentales, sobre la impostura que sostenemos todos los días y en la que intentamos reconocernos mientras miramos hacia otro lado para no ver el abismo. Eso nos lo pone Koons ante nuestros ojos y además a escala monumental, para que lo veamos bien, para que no podamos mirar para otro lado, mientras recibimos el mensaje de que no hay nada por lo que preocuparse, que todo va a seguir siendo tan banal como siempre, y por ese lado no tenemos nada que temer.

lunes, 28 de julio de 2008

Capercaillie, la música del urogallo escocés

Artículo publicado originalmente en la revista digital Alenarte.



Coisich a ruin

Resumir la importancia musical de Capercaillie (urogallo en gaélico) es una aventura ciertamente condenada al fracaso, por la enorme calidad de los miembros que integran la banda, y por el impresionante legado discográfico que nos ha dejado después de más de 20 años de andadura. Con esta salvaguarda por delante, voy a ofrecer unas pinceladas sobre un grupo clave para entender la historia musical escocesa con proyección internacional.

Karen Matheson, Donald Shaw y Marc Duff, junto con otros tres músicos que terminaron por abandonar el grupo, son el núcleo fundacional de Capercaillie. Todos ellos vienen de la música tradicional escocesa, cuyos temas siguen cantando, la mayoría de las veces en escocés, y muchos de los cuales fueron aportados por Karen quien los aprendió a su vez de su abuela, Elizabeth MacNeil, quien fuera una reputada cantante en las islas del norte de Escocia; mientras que Donald Shaw, marido de Karen, proviene de las bandas de bailes tradicionales, una de las cuales dirigía su padre de quien aprendería a tocar el acordeón, y todo el repertorio de jigas, reels, lamentos, y música vocal que forman la parte fundamental del folclore escocés.

Era el año 1983, cuando se produce el nacimiento de Capercaillie, y al año siguiente de su fundación logran autofinanciar su primer disco que llevó por título Cascade, un primer trabajo grabado y mezclado en tres días, y donde todavía no se aprecia casi nada del estilo que dará vida al estilo Capercaillie, grupo que va a recibir una incorporación muy interesante, cuando el violinista Charlie McKerron entre en la formación incorporando con él la variedad de temas que se dan cita en al costa este del país.



Skyewalking Song

Crosswinds, el disco que editan en el 87 se puede considerar como la clave de la carrera musical del grupo, y no sólo porque les abrió las puertas de los Estados Unidos, sino porque el grupo ya empieza a definir un estilo personal en el que se dan cita la tradición con la modernidad, digamos, para entendernos, que dejan el toque folclórico de su primer trabajo, y ya entran en el terreno del folk, ese en el que los temas tradicionales reciben un barniz de modernidad de la mano de instrumentos electrónicos y arreglos que le dan un aire novedoso a unos temas puestos al servicio de auténticos virtuosos.

Manus Lunny, otro músico de nivel impresionante, entrarán en el grupo en el 88, y será su hermano Donald, otra figura absolutamente imprescindible en ese panorama musical, el encargado de producir Sidewalk, Delirium y Secret People. Donald ya tenía tras de sí una trayectoria musical más que consolidada, después de tocar con bandas tan imprescindibles y míticas como Planxty, Moving Hearts o la Bothy Band, y ya había sido productor de Clannad.



Hookannoy

Poco a poco, Capercaillie se va introduciendo en la electrónica, y aparecen elementos que les llevan al rock, pero también a rozar conceptos más propios de la new age, todo ello con el apoyo impresionante de la voz de Karen Matheson, quien ha editado varios discos en solitario, que se ha convertido en la seña de identidad más clara de esta formación que ya ha anunciado que Calling it a Day (expresión inglesa que se refiere a retirarse cuando aún se está a tiempo), será el último trabajo discográfico ya que han decidido disolver el grupo por la cantidad de compromisos que tienen sus diferentes miembros, y una vez que finalice la gira que están llevando a cabo a lo largo del verano el grupo ya sólo se volverá a reunir para sacar a la luz ese último disco, y Capercaillie ya entrará por la puerta grande en el terreno de lo mítico, y algunos podrán decir con legítimo orgullo aquello de "yo estuve en aquel concierto de Capercaillie, y sabéis qué, todavía tengo la piel de gallina".



Fisherman's dream

viernes, 25 de julio de 2008

David Lachapelle (Fairfield, Connecticut, 1969)



Considerado como uno de los fotógrafos más influyentes del mundo, David Lachapelle destaca por un estilo muy personal, enraizado en los postulados del arte pop, pero llevándolos un poco más allá, a un terreno barroquizante, surrealista, desquiciado y desquiciante, erótico, en el que la postproducción y el retoque digital, logran darle a sus trabajos un acabado que contiene extraños niveles de belleza visual.

Él mismo recuerda la primera foto que hizo, en la que tuvo a su madre como modelo. Estaban de vacaciones en Puerto Rico, y David tenía 6 ó 7 años, y su madre tenía la costumbre de hacer elaboradas fotografías de la familia. Para esta ocasión, Helga, posó llevando un bikini blanco y dorado, sobre la terraza del hotel y le indicó a su hijo el lugar exacto desde el que quería que le hiciera la foto. Esa fue la primera de otras muchas que tendrían a su madre como protagonista.


El aprendizaje oficial de David se inició en la North Carolina School of Arts, hasta que con 18 años se traslada a Nueva York e ingresar en la Arts Students League y en la School of Arts. La estancia en Nueva York, ciudad en la que había estado unos años antes trabajando en la mítica discoteca Studio 54, le permitirá entrar en contacto con el gurú del arte pop, Andy Warhol, quien muy pronto lo contratará para trabajar en la revista Interview.

De esa manera inició David Lachapelle el camino que le llevaría a convertirse en un icono de la fotografía gracias a unas imágenes que tienen mucho de fantásticas, de barroquizantes hasta el punto de entrar en el terreno de lo bizarro, sacadas de unas lentes ante las que han posado infinidad de famosos de todos los ámbitos. Imágenes que también resultan frescas, con una paleta de colores impactante, y capaces de excitar nuestras emociones en un mundo sobrecargado de imágenes y en el que muchas veces miramos sin ver, algo que no ocurre con las fotografías de Lachapelle, de las que no podemos escapar, que nos obligan a ver con toda atención porque nos atrapan en su colorista y efectista tela de araña.



Fotografías que bajo la capa aparente de frivolidad, ocultan una carga de profundidad muy poderosa contra la cultura popular, contra esa cotidianidad la más de las veces chabacana en la que nos movemos, y que nos ponen de frente con nuestras pasiones más viscerales. Trabajos en los que se toma su tiempo para que estén exactamente como él quiere que estén, para recrear un universo personal plasmado en escenas surrealistas, unas veces, o hiperrealistas, otras, con un toque de sofisticación y de sensibilidad, lo que acentúa aún más la carga del mensaje que se oculta detrás de su fotos.


Desde una total independencia a la hora de crear, subvierte totalmente los roles tradicionales, mezcla elementos extraídos de diferentes procedencias para conseguir como resultado fotos que son casi como explosiones en medio del vértigo y el vacío que nos rodea. Si unas veces firma unos retratos casi clásicos, con el personaje recortado sobre un fondo neutro y con una aureola que nos dice que nos encontramos ante un divo o diva; cuando se decanta por los grupos, éstos tienen más la apariencia de un líder seguido por su corte de aduladores, de groupies, que adulan o esperan la palabra que les haga creer.

miércoles, 23 de julio de 2008

Premio



Desde El andén, un blog que dirige Estel desde la Comunidad Valenciana, me ha llegado un regalo sorpresa en forma de premio. Es una de esas cosas que hacen especial ilusión por cuanto que llegan de forma inesperada. Llega desde un lugar en el que la poesía y la música, además de las noticias que tienen que ver con la cultura, se dan la mano en una simbiosis de especial sensibilidad. Muchas gracias Estel.

Y lo voy a compartir. Mis nominados son:

Fashion and Art Essences: Espacio de Monik, una simpática sevillana que adora su ciudad, y que nos cuenta historias reales como la vida misma con un sentido del humor fresco. Eso lo combina con artículos sobre arquitectura, pintura, y otras muchas otras cosas.

Casandra y sus colores: Un lugar que desde Uruguay nos trae una sinfonía de colores perfectamente afinada y completada con versos intensos y muy personales.

Milamores: Desde Perú, mantiene una puerta abierta a compartir información siempre interesante sobre lo que ocurre en su país, y preocupada por lo que pasa a su alrededor y el pensamiento de los otros.

Mafalda: Por compartir momentos personales mostrando una gran vitalidad y también un fino sentido del humor, muy próximo al personaje de cómic que le sirve de faro.

Y estos son de momento mis ganadores.

lunes, 21 de julio de 2008

Gerhard Richter (Dresde, Alemania, 1932)

“No persigo ninguna intención, no tengo sistema y estilo”. Eso afirmó el alemán Gerhard Richter, quien pasa por ser uno de los artistas más influyentes del momento, en el año 1966, y que tiene total vigencia después de todo el tiempo que ha pasado. Y es que acercarse a este artista supone adentrarse en una obra tremendamente versátil, de una gran complejidad y que atraviesa diferentes formas de hacer, distintos géneros, de tal forma que es un artista auténticamente inclasificable dentro de ninguna corriente artística definida apriorísticamente.

Richter entrará en la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal en 1951, para luego huir a la República Federal Alemana, en 1961, un poco antes de que se levantara el Muro de Berlín, para instalarse en Düsseldorf, en cuya Academia de Arte acabará ingresando. Los inicios de su obra tienen que ver con un claro compromiso político, no en vano había vivido bajo el nazismo, sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial, y terminó por escapar de un país que había caído bajo la órbita del sistema comunista.

En Dusseldorf conocería la obra de artistas como Dubuffet, Giacometti, Fautrier o las aportaciones del grupo Fluxus, una suerte de neo dadaísmo, para más tarde, ya en los 60, conocer el expresionismo abstracto y el informalismo, hasta llegar a formar con Signar Polke y Honrad Fischer-Lueg, el grupo Realismo Capitalista.



El camino que ha ido recorriendo Richter, a pesar de los cambios de rumbo, mantiene una constante homogénea que recorre toda su obra, y que tiene que ver con una mirada que tiene algo de desapasionada y de sombría, en unas obras que saltan de la abstracción a la figuración con total normalidad. Muchas veces, Richter toma imágenes extraídas de los medios de comunicación, de revistas, libros, enciclopedias o de la propia televisión, para construir un universo ambiguo, que aún dando la impresión de ser impersonal, nos hacen llegar una sensación de pesadilla, de que algo malo está a punto de ocurrir.

Richter lo mismo utiliza una sobriedad cromática absoluta, como salta a un colorismo de enorme viveza, del realismo a la abstracción, siempre con la mirada puesta en una realidad cotidiana a la que reinventa en cada una de sus obras y a la que mira desde un escepticismo que luego se traslada a una obra que mantiene la duda como otro de los elementos suyacentes. Actitud que enraíza muy bien con esta era en la que los seres humanos parece que nos movemos en la duda permanente, en un mundo en el que cada vez las líneas están menos claras y en el que el relativismo es el único mapa que puede aportar alguna guía mínimamente útil.



Un pintor capaz de convertir lo extremadamente pequeño, como es la estructura de un átomo de estroncio, en una obra monumental, o de instalar su pintura en los enormes vitrales de la catedral de Colonia.

“No hay mucho que decir, pintar es una forma distinta de pensar. Sería como preguntarle a Einstien qué pensaba cuando estaba desarrollando una ecuación. En realidad no pensaba nada, simplemente hacía ecuaciones y yo simplemente pinto.”

viernes, 18 de julio de 2008

Cassandra Wilson, el ombligo del sol



"Mírala: el más bello fruto nacido en Jackson, estado de Mississippi. Vestido estampado, botas vaqueras, rubia de peluquería, cascada de rizos, guitarra en ristre, bohemia radiante. Puede haberse formado artísticamente en Nueva York pero todavía huele a tierra roja húmeda, al Río Madre de la música estadounidense."

Con esa descripción tan bella realizada por Diego A. Manrique, me dispongo a desgranar algo del estilo de Cassandra Wilson, la que pasa por ser la mejor cantante de jazz del momento. Nace en la ciudad de Jackson, estado de Mississipi, en 1955, hija de un conocido contrabajista de jazz, y crece entre los discos de Duke Ellington, Thelonius Monk o Ella Fitzgerald, al mismo tiempo que empieza a tocar el piano y la guitarra con nueve años.


El primer hito en su carrera será su traslado a Nueva York, donde entrará en contacto con el M’Base Collective, y se relacionará con el saxofonista Steve Colleman y su grupo Five Elements en la que el funk, el free jazz y el rap se daban la mano. Luego llegará al trío New Air, formado por el multiinstrumentista Henry Threadgill, el contrabajista Pheroah Aklaff y el baterista Steve McCall. Eran los primeros años 80. Cassandra grabará su primer disco propio en 1985, al que tituló Songbook, para el sello JMT, pero no será hasta que la fiche el mítico sello Blue Note, cuando empiece a despegar la carrera en solitario de Cassandra Wilson.

Para ese sello grabará Blue Light Til Dawn en 1993, un disco que fue acogido con absoluto entusiasmo por la crítica especializada, y que se terminó por convertir en la auténtica piedra central sobre la que edificar su posterior carrera musical, a lo largo de toda la cual ha hecho gala de una enorme personalidad subrayada por una voz capaz de adaptarse a una amplia variedad de estilos, hasta conformar una forma de hacer especial, peculiar, que la ha llevado a los altares del jazz para ser considerada a la misma altura que grandes divas como Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan o Betty Carter.



Redemption Song

Cassandra derrocha seducción con su voz de dicción clara, para adaptarla a un repertorio en el que cohabitan con total serenidad sus inicios como cantautora, el jazz y el blues que forman parte de su código genético y cultural, y la reinterpretación de la música sureña, esa que nace de los algodonares, de las marismas, tan cálida como el sol que castiga las pieles negras en el tórrido verano de ese sur que tiene mucho de constructo mítico.

Una cantante que huye de los artificios, de aquello que suene a adorno vacuo, y cuando se la escucha se tiene la sensación de que es una cantante de esas que sabe que la música tiene todo que ver con el sentimiento auténtico, que tiene su cobijo en algún recóndito rincón de eso que damos en llamar alma, una cantante que como dicen por el sur de España, tiene duende. Ella da vida a temas de composición propia, pero también a versiones de temas que cuando toman forma a través de su voz, y de las que se apropia hasta tal punto que nos olvidamos absolutamente de que son versiones. Ella logra que suenen como nunca lo han hecho antes.


En la carrera de Cassandra Wilson uno se puede encontrar de todo. Desde discos en los que explora los orígenes del jazz y del blues del profundo sur de los Estados Unidos, hasta otros en los que explora la conjunción con los sonidos electrónicos, el electro-pop, el funk y otros.

Y vuelvo a tomar prestadas las palabras de Diego A. Manrique cuando escribe: "Frente al escaso vuelo creativo de tanta princesa-del-jazz, Cassandra Wilson inventa confluencias y amasa texturas. Su música tiende hacia un presente orgánico, tapizado por percusiones imposibles, donde el funk suena acústico y los blues se construyen con la materia de los sueños. Según su disco de 1995, ella era la Nueva hija de la luna; luego, Cassandra miró hacia el Ombligo del sol. Ella sabe, ella quiere, ella puede." No hay nada más que añadir.



Harvest Moon

(Artículo publicado originalmente en la revista digital Alenarte)

miércoles, 16 de julio de 2008

Olafur Eliasson (Copenhague, 1967)


Nacido en la capital danesa, de orígenes islandeses, estudió en al Academia de Arte de Berlín, donde está afincado, Olafur Eliasson es un creador capaza de crear auténticos microcosmos en sus instalaciones, en las que la luz y otros elementos relacionados con la naturaleza son elementos definitorios de un trabajo multidisciplinar que tiene mucho de arquitectónico, como demuestra el hecho de que de los 40 empleados que tiene en su estudio, 12 tienen vinculación con la arquitectura.

La percepción que tenemos las personas de los fenómenos naturales, y las relaciones que establecemos con ellos, son estadios relevantes en el aspecto reflexivo que da contenido al trabajo de Eliasson. Así, la luz, la niebla, el viento o el hielo se convierten en elementos artísticos de la mano de este artista, en una combinación de lo tecnológico y lo natural que va más allá de un mero interés ecológico que también tiene.

Una combinación que se refiere a una responsabilidad crítica, en un trabajo que está estrechamente vinculado a la realidad en la que está inmerso el propio artista, una sociedad de consumo en la que el producto nuevo viene a sustituir al precedente como si éste no hubiera existido nunca. Implicación crítica que no tiene nada que ver con ningún posicionamiento político, aunque sí coloca a los espectadores ante el reconocimiento de su pertenencia a una comunidad que tiene que ser social y ambientalmente sostenible.

Uno de sus últimos trabajos ha sido una instalación de gran tamaño para la Sala de Turbinas de la Tate Modern, un espacio de enormes magnitudes en el que el público se enfrenta a una representación del cielo y del sol, además de un gran espejo que refleja en el techo lo que está ocurriendo en el suelo. Ante esa tesitura, los espectadores reaccionan de maneras diversas, ya que unos optan por tumbarse y tomar el sol, otros miran fijamente a esa fuente de luz, entre un sin fin más de actitudes que hacen que obra y espectador dialoguen.

Hace unos días se han inaugurado en Nueva York cuatro grandes cascadas de agua que trasladan a la capital norteamericana, concretamente al East River, la experiencia de las cataratas del Niágara, situadas al norte del estado, gracias a una monumental obra de ingeniería que estará visible hasta el próximo mes de octubre. En Berlín, instaló varios trozos de hielo de 15.000 años de antigüedad, que mostraban trazas de haber entrado en contacto con materiales de origen volcánico, que se fueron derritiendo poco a poco, o derramó grandes cantidades de líquido verde en los ríos que cruzan algunas de las principales capitales europeas.


Eliasson plantea al espectador una relación con la naturaleza que algunos autores han vinculado con el romanticismo nórdico, que tiene un importante componente melancólico, y el propio autor reconoce la influencia que el paisaje de Islandia o Dinamarca ha tenido en su obra. La percepción que tenemos los seres humanos de todo lo que nos rodea, tiene mucho de construcción cultural y, por lo tanto, se va modificando con el paso del tiempo, y es en ese cambio de percepción es donde se sitúa el trasfondo de su obra.

Complejas estructuras de base geométrica, situadas en un medio natural no siempre favorable para el desarrollo de la vida, parecen estar ahí precisamente para proteger y preservar ese entorno natural, en el que vivimos y desarrollamos nuestra actividad y con el que planteamos relaciones que no siempre son de respeto y convivencia.

lunes, 14 de julio de 2008

Ángel Marcos (Medina del Campo, Valladolid, 1955)


Dentro de las actividades de PhotoEspaña 2008, la galería madrileña de Soledad Lorenzo tiene abierta una exposición con la obra del vallisoletano Ángel Marcos. Concretamente, se trata de una serie de fotografías que tienen como protagonista a esa ciudad imposible que es Las Vegas, nacida de la nada en medio de un desierto y que se ha convertido en una meca laica para todos los adoradores del neón fantasmagórico, de las alegorías de lo kitch, y de los seguidores de placeres efímeros resueltos en un presente que no tiene salida hacia ninguna parte.

Marcos no se deja deslumbrar por el bombardeo luminoso y hedonista, y en esta serie de fotografías que titula Un coup de dés (Un golpe de dados), nos muestra la cara que se oculta detrás del brillo deslumbrador, que no deslumbrante, y nos lleva a lugares inciertos, de ruina, en los que el desierto se convierte en una auténtica frontera, y las calles parecen que no conducen a ninguna parte (probablemente porque una vez que se entra en Las Vegas ya no hay a donde ir), y aparecen tristes licorerías, almacenes abandonados o en trance de abandono. Lugares ante los que podemos experimentar distintos tipos de sensaciones, como pueden ser el miedo, el vértigo, la rebelión…


Un lugar en el tener la ilusión de que se puede perder todo y se puede seguir manteniendo la dignidad, en el que poder ponerse las luces de neón como ropaje glamoroso que esconda las vergüenzas propias y ajenas, una ciudad que siente un horror patológico al vacío, donde todo es excesivo, ampuloso, de un gusto barroquizante empachante. Unas fotografías en las que la figura humana está ausente o convertida en reclamo de placeres efímeros, inciertos, por los que transitar rápidamente, al ritmo de una ruleta que gira sin detenerse en ningún momento.

Una ciudad sin memoria anclada en un presente permanente, que pone el temblor en la punta de los dedos de unos visitantes que van en busca de su particular tierra prometida, del gran premio de sentirse elegidos por esa pagana divinidad que marca la ley en esa tierra de frontera: el azar. Nada es real, todo está regido por el azar en un territorio propicio para el desconcierto y donde todo se ha convertido en un simulacro de la propia sociedad de consumo.



"Me encantan esos lugares de desafecto. Cuando hay una exclusión forzosa o auto-exclusión siempre la gente desprovista de bienaventuranzas se refugia en espacios de exclusión. Me interesa que se vea la tramoya, que se vea que en este lugar que es Las Vegas todo esta hecho de cartón piedra, todo es un teatro, somos conscientes de ello, pero seguimos tirando los dados".


viernes, 11 de julio de 2008

Basta que me escuchen las estrellas (Producciones Micomicón)

Después de haber visto Atra Bilis (una delirante comedia alrededor de un difunto), Los niños perdidos (un drama sobre como los niños sufrieron la guerra civil) y ahora Basta que me escuchen las estrellas (un recorrido por la vida y obra de Lope de Vega), los madrileños de Micomicón demuestran que son capaces de afrontar con gran brillantes cuántos retos teatrales se ponen por delante, con el acompañamiento imprescindible de una de las principales figuras de la escena española como es Laila Ripol, que compagina las labores de dramaturga y directora.

Hasta la XXVI Semana de Teatro de Pola de Siero acudió este grupo para ofrecernos una visión del Lope de Vega más íntimo, a través de las cartas, canciones, textos teatrales y de otro tipo, que dejó escritos, y que dan para un montaje que dura unas dos horas, tiempo que se hizo un poco excesivo debido fundamentalmente, a las malas condiciones que tiene el Salón de Actos de la Casa de Cultura polesa, que es uno de esos sitios que se empeña en convertir a los espectadores en auténticos héroes.

Una obra coral, con texto de Laila Ripol y Mariano Llorente, construida sobre una estructura de teatro del Barroco, con las tres jornadas clásicas, y con el acompañamiento de música en directo para acompañar a los bailes, que ayudan a dar dinamismo al espectáculo y para que el espectador conozca algo de la música de aquel Siglo de Oro.

Tres jornadas en la que en cada una de ellas se nos habla de un momento diferente en la historia del teatro. En la primera tienen más peso los personajes de la comedia del arte, que empezaban a llegar a la capital del imperio por aquellos años. La segunda ya tiene una estructura más relacionada con el Siglo de Oro, mientras que la final presenta elementos que la vinculan a las formas contemporáneas.

Poco a poco vamos descubriendo la cara que se oculta detrás del Lope de Vega Fénix de los Ingenios, el hombre que tuvo momentos de desahogo económico al servicio de grandes nobles, pero que también pasó por la pobreza, que amó apasionadamente a las muchas mujeres que pasaron por su vida, que fue amante padre, y que sufrió viendo como la sombra de la muerte se llevaba a muchos de sus seres queridos.

Como nos tienen acostumbrados, los actores sacaron adelante su trabajo con enorme solvencia, dando vida a diferentes personajes, todos y cada uno de ellos debidamente individualizados, trabajo que al final fue recompensado por unos espectadores ya al borde del ahogamiento. Perfectamente equilibrada entre los elementos cómicos y dramáticos, la obra se convierte en un diálogo con el espectador al que invita a recorrer los espacios íntimos de una de las grandes plumas de la literatura mundial.

miércoles, 9 de julio de 2008

El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950)

Película que probablemente tiene más que ver con el género de la comedia ácida, que con cualquier otro, y parece que buen reflejo del sentido del humor que adornaba a este cineasta nacido en Polonia, crecido en Viena y que había trabajado como guionista en Berlín, antes de irse a París y de asentarse en Hollywood en 1934. Sus inicios en la industria del cine no fueron precisamente sencillos, por lo que se puede sospechar que aprovechó el momento para resarcir algunas cuentas pendientes, de paso que mostraba con una crudeza fantástica las miserias de un mundo que, de puertas hacia fuera, vende unas estrellas que brillan más que las ubicadas en el firmamento, pero que de puertas para adentro esconde multitud de miserias.

De ahí que tuviera que rodar la película en el más absoluto de los secretos, ya que si la Paramount descubría el pastel lo más probable hubiera sido que no pudiera haber terminado el rodaje. Así, se hizo creer a los estudios que se estaba rodando una comedia de enredo. De ahí la sorpresa general cuando la película se proyecto a los altos ejecutivos, y se cuenta que Louis Mayer, el propietario de la Metro, le dirigió unos cuantos improperios a la vez que le llamaba desagradecido, a lo que Wilder respondió con un lacónico: "te jodes".

Sea como fuere, el caso es que la película fue el primer gran éxito de Wilder, y se llevaría tres Oscar: mejor argumento y guión, mejor dirección artística en blanco y negro, y mejor banda sonora de película dramática, y en la que se incluyen algunas de las escenas más poderosas visualmente hablando, de la historia del cine.

El reparto de la película es sencillamente increíble, empezando por una majestuosa Gloria Swanson, que da vida a Norma Desmond, una estrella del cine mudo a la que la llegada del sonido expulsa del firmamento de la industria y ahora vive en una decrépita y excesiva mansión, creyendo que todavía es una gran estrella y que todo el mundo la recuerda. Vive acompañada por su mayordomo, al que da vida el que fuera gran director alemán Erich von Stroheim, quien a raíz del fracaso de Avaricia, tuvo que volcarse en la interpretación, y que en esta película es quien mantiene viva la ficción de Norma.

La otra pata del triángulo la forma William Holden, un actor que a pesar de tener en ese momento una buena colección de títulos a sus espaldas, todavía era bastante desconocido para el gran público, y que aquí da vida a un guionista en apuros que acepta poner orden en un imposible guión pergeñado por la propia Norma. También se asoman otras personalidades de la industria como Cecil B. DeMille o Buster Keaton, otra víctima del sonoro y que terminó muriendo en la miseria.

Wilder nos cuenta una historia de ambiciones, en un Hollywood corrupto en el que los escrúpulos no son precisamente una moneda de uso corriente, y donde la gente es capaz de hacer cualquier cosa por triunfar, incluso prostituirse tanto física como espiritualmente. Para contarnos esa historia de arribismos y jaulas de cristal, Wilder marca un principio y un final de película realmente memorables. Desde esos primeros planos de la policía llegando a la mansión para encontrarse con un cadáver tendido boca abajo en la piscina, escena que está rodada desde el fondo lo que obligó a un trabajo realmente complejo para la tecnología de la época, y con el difunto hablando en off. El final es otra escena memorable, y en la que Gloria Swanson saca lo mejor que lleva dentro para culminar una interpretación de esas que no se olvida, mientras baja las escaleras por última vez como una gran estrella que está rodando el último plano de una vida vivida en la mentira y de la que no puede escapar hasta quedar totalmente atrapada por el personaje que se ha ido creando a lo largo del tiempo. Una escena que encierra una belleza espeluznante, por la crueldad que contiene al mismo tiempo.

Genialmente mordaz.

lunes, 7 de julio de 2008

Lost in translation (Sofía Coppola, 2004)


Tokio como metáfora y como realidad. Sobre ese escenario de la hípertecnológica capital nipona, tiene el acierto Sofía Coppola, de sitúar la historia de dos naúfragos sentimentales, de dos personas que a pesar de estar muy separados por la edad, tienen una actitud de hastío hacia la vida y las relaciones, bastante similar y que les convierte en almas gemelas, en personas condenadas a encontrarse y a comunicarse en un lenguaje que va más allá de las palabras, hecho de miradas, de gestos.

Bob Harris es una estrella de cine de luz menguante que viaja a Tokio, a cambio de una considerable cantidad de dinero, para hacer un anuncio de whisky. Oferta que le sirve de disculpa para salir de una vida anclada en la rutina, en la que lo más emocionante que puede vivir en su matrimonio es la elección de la moqueta o del tipo de armario que quiere para una habitación de su casa. Da vida a este personaje un excelente Bill Murray, quien consigue darle a su personaje ese toque justo entre la melancolía y la ironía (porque la película tiene un humor subterráneo absolutamente fantástico).

Otra no menos increíble Scarlett Johansson, le da la réplica desde una veinteañera, graduada en Filosofía, que viaja a Tokio acompañando a su marido fotógrafo, y que tiene en la soledad y el desconcierto dos incómodos compañeros de viaje, mientras se pregunta por el sentido de su matrimonio (acaso no lo tenga en absoluto), y por el camino que tiene que seguir en la vida. Durante su soledad en la habitación de un hotel despersonalizado, mira la ciudad desde la ventana de su habitación y la soledad viene a estar a su lado, mientras la ciudad bulle de vida y de personas extrañas.

Un Murray insomne, y una Scarlett perdida, se encuentran en la barra del bar del hotel para iniciar una historia profundamente humana, de esas que calan hasta los huesos, de "gran vuelo lírico y poderoso calado irónico", como escribió Ángel Fernández Santos en el periódico El País. Una historia que nos habla de amor, de la necesidad que tenemos todos los seres humanos de compartir nuestra perenne soledad, ese vacío emocional que no encuentra palabras y del que sólo los gestos nos pueden rescatar. David Garrido escribió refiriéndose a esta película: "No existe aspiración más humana y universal que esa necesidad de compartir, de crear, de sentir y abandonarse en el que está a tu lado, más allá de la condición de pareja, amante, esposo, objeto de deseo o casual coincidencia en tu vida".


En medio de la vorágine de una ciudad plagada de luces de neón, de ruido, Sofía busca el silencio de dos personajes que se ven inmersos en un mundo extraño, en una cultura muy alejada de la suya. Eso, y el saberse habitantes del país de la soledad y del hastío, es lo que servirá de cemento para edificar una relación que crece desde la intimidad más profunda y que se va definiendo en cosas ínfimas, casi imperceptibles, pero no por ello menos fuertes y que escapa a cualquier definición al uso.

Todo ello apoyado en una música excelente y una más que talentosa fotografía, y un final apoteósico, de esos que nos golpean ahí donde anidan las mariposas que revolotean por nuestro interior cuando los sentimientos se escapan a nuestro control.

Concluyo con un fragmento del artículo Insomnes en Teratópolis, publicado por Ricardo Menéndez Salmón en la revista Hesperya, y que está dedicado a esta película: " (…) O quizás la dirección de la metáfora no resulte tan obvia, y Japón esconda, en realidad, la inquietante parábola del otro que viaja no sólo a nuestro lado, sino también en nuestro interior. Las mujeres que amamos, los hombres con quienes tenemos hijos, el yo que nos interroga desde el tazón de desayuno, desde el atasco en al autopista, desde la jerarquías laborales. ¿Cuántos lugares llamados Japón existen alrededor y dentro de nosotros? La intraducibilidad de las emociones, lo inexpresable de los pensamientos, la inconmensurabilidad de los afectos. ¿Será que en la vida no hay cantidades homogéneas y que todos nos perdemos en la traducción? ¿Quién duerme en realidad a nuestro lado cada noche? ¿Quién transporta nuestra simiente en su matriz? ¿Qué me es dado esperar a lso 25? ¿Un doctorado en Filosofía en la epatante Yale? ¿Y a los 50? ¿Un momento Sartori mientras agito mi whisky componiendo un gesto a lo James Bond? ¿Y a los 25 y a los 50? ¿Un amor fou que me redima de la vida en fuga, la podredumbre, las viejas fotografías? (…)"


viernes, 4 de julio de 2008

Donna Hightower, del Sur profundo a los altares del jazz.



Stormy Weather

En julio de 2006, la localidad madrileña de Collado Villalba, organizó un homenaje a esta vocalista norteamericana que vivió en nuestro país durante unos 30 años, dentro del Festival Vía Jazz, en lo que fue la segunda actuación de Donna Hightower en España desde que lo dejara en los años 90 para regresar a los Estados Unidos. Antes había estado en el homenaje que se había tributado en el Auditorio Nacional de Madrid, al excelente saxofonista Pedro Iturralde en el Festival de Vitoria de 1987.

La historia de esta cantante, nacida un 28 de diciembre de 1926 en Cathersville (Missouri), empieza en un hogar en el que su padre era profesor de música, y en el que la radio fue la primera maestra que tuvo Donna, quien a los 10 años ya cantaba gospel en la iglesia de su barrio (actividad que aún mantiene, ya que todos los domingos se la puede oír cantar en el coro de su parroquia de la ciudad tejana de Austin, en la que reside). Por aquel viejo aparato salían las voces de cantantes de country, jazz, blues, gospel…

Admiraba a gente como Bessie Smith, Ella Fitzgerald, una joven llamada Sarah Vaugham, o Billie Holliday, entre otros, además, claro, de la diva Dinah Washington, una cantante de la que se sabía todo el repertorio, y que todavía estaba lejos de imaginar la importancia inesperada que iba a tener en el inicio de su carrera. Pero antes de eso, el primer paso lo dio cuando decide trasladarse a Nueva York en la segunda mitad de los 50, donde consigue un trabajo en la cocina de un restaurante de Manhattan. Allí, para aligerar la engorrosa tarea de lavar los platos, canta, y en 1958 un productor del sello Capitol la oye y le dejó su tarjeta.

Al hablar con él, Donna se tira el farol de que tiene una maqueta grabada, lo que despierta el interés del ejecutivo de Capitol, y le pide que se la lleve pues tiene interés en escucharla. Ni corta ni perezosa, Donna consigue convencer a un trío con el que cantaba en sus días libres en un local de Harlem, para grabar una maqueta con media docena de temas, con la que Donna se presentó en la discográfica. Allí dejó la maqueta, aunque no se pudo entrevistar con el ejecutivo que la había escuchado, al no encontrarse en su oficina.



I've Got You Under My Skin

Sin muchas esperanzas, Donna vuelve a su rutina diaria, hasta que un día la despierta una llamada del ejecutivo en cuestión ofreciéndole la posibilidad de grabar un disco, que llevaría por título Take one. ¿Qué es lo que había ocurrido para que el olvido se trocara de pronto en una oferta discográfica? Pues nada más y nada menos, que la gran Dinnah Washington había dado plantón al sello Capitol, cuando la compañía ya tenía reunidos a una nómina de músicos impresionantes en el estudio para empezar la grabación del que debía de ser el mejor disco de la diva, como le dijo el productor. Pero Dinnah era mucha Dinnah, y ya nadie se extrañaba de los retrasos, desplantes, resacas de la Washington.

En ese momento se enciende la bombilla, y el productor recuerda haber escuchado la maqueta de Donna, quien a la sazón tiene una voz muy similar a la de Dinnah, y la llama para que ese mismo día se meta en el estudio para grabar el que será su primer disco y el salto a la fama. Allí la esperaban la banda que había reunido el saxo alto Benny Carter, y que estaba formada por el saxo tenor Ben Webster, el trompetista Joe Wilder, el pianista Hank Jones, el bajista George Duvivier, el guitarrista Mundell Lowe y el baterista Don Lamond. Vamos, algunos de los músicos más granados del jazz.

Y ahí empezó todo. Después de grabar un segundo disco para Capitol, Gee Baby ain’t good to you, en 1959, se viene a Europa, concretamente a Londres, para cantar con la orquesta de Ted Heath, y luego a París con la de Quince Jones, para actuar en el parisino teatro Olympia. Luego hará giras por Alemania y Francia, hasta que en 1961 llega a España para actuar en el Club de Oficiales de la base americana de Torrejón de Ardoz, y en el club madrileño Whisky Jazz, y así empezará su larga relación con nuestro país que se extenderá hasta los años 90, cantando con todos los grandes músicos de jazz españoles.

Aquí conseguirá un gran éxito con la publicación del tema el Vals de las mariposas, con el asturiano Danny Daniel, del que vendieron cientos de miles de copias, y que elevará su popularidad en España. Eso sin dejar de lado sus continuas giras por Europa donde su voz era y sigue siendo, muy apreciada. Una voz negra, profunda y que ha ido ganando en graves con los años y que sigue conservando una enorme vitalidad, y una forma de dar vida a las letras de las canciones que la convierten en una intérprete única.



Lullabye of Birdland

(Artículo publicado originalmente en la revista digital Alenarte)

miércoles, 2 de julio de 2008

Elmer Batters (Milwaukee, 1917, California, 1997)

"Como es sabido, las piernas están para andar, bailar y amar. Pero también se dirigen a quienes se sienten fascinados por ellas, en un lenguaje tan elocuente como la poesía"


En esa frase pronunciada por el propio Elmer Batters está recogida la esencia de su trabajo fotográfico, y es que los pies y las piernas femeninas fueron su obsesión constante durante los aproximadamente 40 años que duró la carrera artística de este fotógrafo autodidacta y absolutamente personal, en cuya obra se reúnen aspectos eróticos, fetichistas, y una calidad artística que tardó en ser reconocida.

Batters empieza su trabajo a finales de los años 40, en un momento en el que empezaba a hacer crisis el modelo de las chicas de calendario que tanto éxito habían tenido en los años de la guerra mundial, y se empezaban a editar las primeras revistas masculinas en las que se reproducían fotografías de chicas escasamente vestidas o totalmente desnudas. En ese contexto, Batters decidirá editar su propia revista, la Man’s Favourite Pastime, en la que empezó a publicar sus fotos de pies femeninos, de piernas vestidas de nylon y de zapatos de tacón, muchas veces descalzados para acentuar la curvatura del pie.

Fotos que la puritana sociedad norteamericana de los años 60 no podía tolerar, a pesar de que hacer y reproducir fotos de pies no era un delito, pero en ellos se veían peligrosas implicaciones para morales estrechas y pacatas. La Unidad de Asuntos Morales del Departamento de Policía de Los Ángeles abrió la oportuna investigación, y el asunto acabó con la detención y el procesamiento por un delito de obscenidad. Cuando volvió a editar su propia revista, Leg Art, vuelve a tener problemas con las autoridades, que le acusan de pornografía, con lo que abandonará definitivamente su etapa editorial para trabajar para revistas tan importantes como Thigh High.

Batters empieza entonces a depurar su técnica, siempre al servicio del mismo tema. Pies generalmente cortos, tirando a anchos, de empeine alto y curvado, de dedos regordetes son el centro de unas instantáneas que tienen un alto contenido de verdad, de normalidad, algo a lo que contribuyen dos elementos, como son los escenarios que elige (muchas veces su propia casa, otras veces en el desierto, habitaciones de hotel, casinos) y la elección de unas modelos no profesionales (de hecho a muchas las reclutaba en la misma calle o mediante anuncios).

Aunque sus modelos no eran profesionales, la cámara de Batters las eleva a la categoría de iconos de una nueva feminidad que se estaba empezando a definir por aquellos años 60 y 70. Son mujeres que dan todo el aspecto de ser, porque lo son, mujeres de esas que pueden estar viviendo en la puerta de al lado, con lo que consigue llevarlas a la categoría de iconos sexuales, mujeres con las que podemos cruzarnos todos los días y fantasear.

En los 80 Elmer Batters tuvo que dejar, por problemas con la vista, su carrera, y en los años 90, poco antes de su muerte, vería como su colega Eric Kroll, sacaba sus fotografías del olvido con la publicación en la revista Leg Show, y, poco después saldrían a la luz dos libros con sus fotografías titulados From the tip of the toes to the top of the hose (1995), y Legs that dance to Elmer’s tunes (1997)

"En Batters no hay nada de idealizaciones o mujeres artificiales, nada de estéticas austeras o autocontenidas, nada de falso pudor o falsas coartadas, por el contrario, encontramos una suerte de realismo y cotidianidad sin contenciones por donde se cuela la ironía y la crítica al idealismo y la ilusión tranquilizante del erotismo de aquellos años. Algo que tiene mucho que ver con el comentario crítico sobre el comportamiento sexual y con la reapropiación irónica y descarnada de los iconos sexuales fabricados consensuadamente por la sociedad y los medios de comunicación" (Cita extraída del artículo El teatro de Elmer Batters. Sin coartada. De Alberto Martín)