martes, 4 de noviembre de 2008

Gato negro, gato blanco (Emir Kusturica, 1998)



Dos horas de kitch alocado a ritmo de una música frenética. Gato blanco, gato negro (aunque la traducción correcta del serbio sería Gata negra, gato blanco, y eso nos queda claro que tiene que ser así al final de la película), es una más de las geniales travesuras cinematográficas el inclasificable Emir Kusturica, y en la que vuelve a dar protagonismo a la etnia gitana de la que tantas cosas admite haber aprendido.

La historia (más bien habría que decir las historias) se desarrolla a las orillas del Danubio, un río transeuropeo por el que han circulado productos, ideas, pueblos, y donde viven una serie de personajes que tienen en el contrabando y un concepto absolutamente personal del capitalismo individual, y en el que la visita periódica de un barco ruso revoluciona la economía local. Dadan Destanov, mafioso aficionado a la cocaína, y Matko Carambolo, un negociante de ribera, se asocian para robar un tren que lleva tres vagones llenos de gasolina.


Eso degenerará en un arreglo para casar a la hermana de Dadan, la insoportable Afrodita, y al hijo de Matko, Zare adolescente que está enamorado de otra joven, en una boda que se tiene que celebrar por encima de cualquier cosa, incluso de la muerte del padre de Matko. Si todo lo que acontece antes de llegar al la boda es un locura absoluta (un cerdo que se come un coche, una banda de música que toca con los músicos atados en lo alto de un árbol, dos presuntos difuntos a los que se intenta conservar con bloques de hielo…), generan un conjunto barroco, exagerado, de carcajada absoluta.

A lo largo del metraje de la película, el director no nos da un solo momento de tregua, ya que siempre está ocurriendo algo, generalmente a ritmo frenético, en un constante ir y venir, que alcanza un paroxismo absoluto en la escena de una boda con la que ninguno de los dos novios está de acuerdo. Un mundo de hipérbole, que muy bien pudo haber salido de alguna leyenda popular de esas que se van pasando de boca en boca a lo largo del tiempo, hasta que el motivo que le sirve de origen se distorsiona totalmente.

Después de muchas idas y venidas, la historia se cerrará de forma adecuada para todos los protagonistas, y el cerdo prácticamente habrá conseguido comerse el coche entero mientras la pareja de gatos se aparea plácidamente.

8 comentarios:

Estel Julià dijo...

Bueno, bueno, bueno Alfredo, lo que nos traes no tiene desperdició, sólo lo pírrico de la historia ya vale la pena.

Es genial, me ha encantado este post.


Un abrazo,


Estel J.

Alfredo dijo...

Kusturica es un cineasta fantástico, poseedor de un mundo en el que la imaginación y el exceso son dos claves fundamentales, y si nunca te has acercado a su música también te la recomiendo.

Un beso.

Fuga dijo...

El paseo en moto por ese campo de girasoles es espectacular, creo que aunque sólo sea por ese trailer ya merece la pena. Amo los girasoles.

Gracias por el rato.

Buenos frios y grises días.

Alfredo dijo...

Una película disparatadamente divertida, que estoy seguro que refleja mucho del alma balcánica. Todo es tan surrealista que necesariamente tiene que ser real.

Besos!!

Laura dijo...

Me ha encantado tu fina ironia para la foto de hoy. Me gusta.
El cine de Kusturica es disparatado, alocado y su música es tambaleante , borracha. Es un artista sin aristas.

Te mandamos besos de otoño.

Alfredo dijo...

La serie de fotos que Ángel Marcos hizo en Las Vegas nos enseñan la cara oculta tras los neones y el giro frenético de las ruletas.

De Kustu poco más se puede decir.

Abrazos!!

Alvaro G. Loayza dijo...

Muy buen post Alfredo. tuve la suerte de conocer a Kustu a través de ésta película mientras la pasaban en sesión golfa en los ideal de Madrid, donde batió el record de la época de ser la peli con más tiempo en la cartelera, una joya disparatada que desde el primer plano no puede evitar sugerir a sudamérica, creo que si uno busca las antípodas puede encontrar grandes similitudes.
Un abrazo!!!

Alfredo dijo...

Yo conocí a Kustu primero por su música que por su cine, y Gato negro gato blanco fue la última película a la que llegué de este director. Probablemente, en cualquier continente nos podemos encontrar historias tan desquiciantes como las que Kustu refleja en sus películas. Una vez conocí a un periodista chileno que me contó historias de Latinoamérica que encajarían a la perfección en un guión de Kustu.

Saludos!!