lunes, 29 de septiembre de 2008

Benjamín Menéndez, entre la fragilidad y la memoria


Blanco roto versus color, es el título de la exposición que hasta el próximo 6 de octubre está abierta en la ovetense Galería Vértice. Se trata de una muestra de la última obra del artista Benjamín Menéndez (Avilés, 1963), en la que se dan la mano la fragilidad y la memoria, cuestión esta última que es recurrente en la obra de este artista multidiscipinar que lo mismo toca la pintura, que la escultura que las instalaciones, y que es autor de la obra titulada Avilés, que ya se ha convertido en el símbolo de la ciudad de la que toma el nombre, y que está formada por tres conos de acero corten, que se recortan y proyectan hacia el cielo de la ciudad, estableciendo un puente entre la tierra en la que se asientan y el horizonte hacia el que se quiere proyectar la nueva zona que se está diseñando en la zona de la ría avilesina, que de espacio degradado está virando hacia un espacio para la ciudadanía y la cultura.


Al entrar en la exposición nos encontramos con una serie de tres piezas de porcelana sobre distintos soportes que se nos muestran frágiles, y en constante evolución, ya que se van craquelando con el paso del tiempo, de tal forma que se convierten en seres vivos de blanco inmaculado y cuya observación nos lleva a territorios situados en un terreno más sensorial que real, o a visitar paisajes de la memoria, de esos que habitan en los más interno del ser humano.

Un ser humano frágil por definición, como es inevitable percatarse con enorme claridad cuando se llega a la instalación de gran tamaño formada por una superficie del mismo material, suspendida en el aire en un juego de engaña a nuestros sentidos, ya que el material pesado se vuelve ante nuestros ojos, ingrávido, además de imponernos su presencia con una fuerza enorme. De nuevo, la gran superficie blanca aparece agrietada, como aquellos suelos afectados por la sequía y que se rompen en formas caprichosas.


Todo eso se rompe cuando se entra en la sala en la que cuelgan algunas de sus últimas pinturas, todas ellas de los años 2007 y 2008, en las que el color es el elemento preponderante. “En estos cuadros hay una búsqueda de memorias del color, de lugares sitios, recuerdos, que están en mis experiencias vitales, y que surgen en el color y en la geometría, y en el cuadrado sobre todo, que es un elemento básico”, me decía el propio artista mientras que mostraba la exposición.

Obras con las que siente que está abriendo las puertas a una nueva etapa creativa, lejos de las sedas que venía utilizando hasta ahora, y que aunque todavía no sabe con certeza hacia dónde le conducirá, si tiene claro que va a explorar al máximo. Lo seguro es que el color va a ser el elemento fundamental para dar vida a unos cuadros, que nos sugieren más que nos muestran, ante los que es imposible permanecer indiferente, y que, al igual que la sucede a Benjamín Menéndez, nos abren puertas sugerentes, nos interpelan y nos ponen ante un mundo que yo siento como telúrico, como enraizado en ese territorio que sólo nos pertenece a cada uno de nosotros, y que es el que forman los recuerdos y la memoria.

Vienen a la cabeza imágenes de tejidos exóticos, esos que dan identidad cultural a los pueblos de otras latitudes, y que a pesar de ser pobres en lo material, componen sus vestidos con una riqueza cromática que los convierte en auténticas obras de arte. Y algo de eso hay en esta exposición. Junto a eso, todavía es posible vislumbrar una pervivencia de los colores que tienen que ver con los paisajes industriales que tapizaron la mirada infantil y juvenil del artista, en un Avilés marcado a fuego por la industria siderúrgica (primero llamada Ensidesa y ahora Arcelor), y que va dejando tras de sí una serie de ruinas industriales que le han servido a Benjamín de poderoso elemento de inspiración.

La parte final de la exposición está en el pequeño jardín de la galería, en el que el artista ha intervenido con la colocación sobre el césped de tres círculos, de nuevo utilizando la barbotina, de tamaño decreciente desde la entrada al jardín, que van siendo poco a poco integrados en la naturaleza circundante según las semillas de césped van germinando y mimetizando las piezas con el entorno en el que indefectiblemente desaparecerán ante nuestra vista. De nuevo nos pone cara a cara con nuestra fragilidad, y con la capacidad que tiene la naturaleza para fagocitar todo aquello que queda sin vida, no importa cuál sea su naturaleza: un cuerpo humano o una ciudad entera. 

viernes, 26 de septiembre de 2008

It's swing time



Glenn Miller Orchestra - Pennsylvania 6-5000



Hamp's Boogie Woogie



Moten swing



Harry James - Don't Be That Way

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Jeff Wall (Vancouver, Canadá, 1946)


Con su trabajo se ha convertido en uno de los fotógrafos contemporáneos más influyentes, con una obra en la que no deja de lado ningún tema social: la pobreza, las madres solteras de pocos recursos, el vandalismo, el racismo, la decadencia de los nativos canadienses, y muchos otros. Para ello, Wall recurre a unas composiciones que parecen sacadas directamente de la realidad, pero que están pensadas minuciosamente antes de iniciar las sesiones, en las que utiliza modelos profesionales, para conseguir unas imágenes que luego serán tratadas digitalmente y colocadas en una caja metálica e iluminadas desde atrás, lo que da a sus obras un aura realmente especial, y que pasa a convertirse en un elemento más de la fotografía.


Muchas de las composiciones que podemos ver en la obra de Jeff Wall, están inspiradas en obras de arte clásicas, fundamentalmente de artistas como Manet, Delacroix, Cezanne o el japonés Hokusai. El fotógrafo no se limita a recrear esas obras de arte ya clásicas, sino que las distorsiona hasta el punto de que, en ocasiones, es muy complicado encontrar el punto de referencia inicial.


El realismo que encontramos en las fotografías de este canadiense, ha sido definido por él mismo como “casi documental”, ya que nos ofrece una recreación de un momento que muy bien pudo ser visto en vivo por el propio autor, pero que recrea para dar origen a algo que se acerca mucho a la realidad primigenia, pero que ahora se ha convertido en una recreación, como si estuviéramos delante de un escenario cinematográfico que nos intenta trasladar a un determinado ambiente o momento histórico. Así, cada una de sus fotografías se convierten en un objeto único.


Wall llena sus escenarios, bien sean urbanos o de interiores, de pequeños detalles, esos que nos obligan a acercarnos a mirar la fotografía de cerca para poder apreciarlos, para luego volver a alejarnos para comprender la composición completa, en las que introduce personajes que a veces se nos presentan como monumentales, añadidos a unos interiores en los que apenas si caben, mientras que en otras ocasiones se nos aparecen en toda su frágil humanidad, caídos debajo del mobiliario, aprisionados en un interior plagado de bombillas, bajando por escaleras decrépitas o en celebraciones que tienen algo de inquietante.


Desolación, es lo que encontramos en muchas de las composiciones de Wall, la derrota de los hombres y de las mujeres contemporáneas, incapaces de cruzarse por la calle con alguien de un grupo étnico diferente sin torcer el gesto en una mueca de desagrado. Una humanidad de suburbio que acaba formando parte de lo que podríamos llamar la “ciudad oculta”, esas otras realidades que conviven con la nuestra pero a las que rara vez prestamos atención.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Diana Krall, jazz de terciopelo



Just The Way You Are

No importa el disco que cojamos de esta pianista y cantante de origen canadiense, en todos ellos nos encontramos con una atmósfera tremendamente sensual, elegante, de una gran riqueza musical, una voz que te lleva a nada que uno se deje llevar por lugares tenues, escondidos, que la música de la Krall llena de encanto, de misterio.

Nos encontramos ante la que muchos entendidos consideran como la mejor cantante de jazz de este siglo XXI, y una de las mejores de todos los tiempos. Largo ha sido el camino que ha recorrido desde el pequeño pueblo de Nanaimo, en la provincia canadiense de la Columbia Británica. Allí, empezó a estudiar piano con 4 años en un ambiente en el que la música lo invadía todo; su abuela era cantante de jazz, y sus padres eran pianistas. Diana Krall ha recordado en algunas entrevistas como los domingos la familia al completo se reunía para interpretar temas clásicos de Nat King Cole o de Frank Sinatra.

Con esos antecedentes, Diana sólo podía ser interprete de jazz, y una cualquiera, sino una gran estrella. En el instituto se enroló en una banda de jazz y con 15 años la contrató un local de su pueblo para tocar el piano tres noches por semana. Eran años en los que todavía no había dado el paso hacia la parte vocal, y estaba centrada totalmente como instrumentista.



Let's Fall In Love

En ese local la escuchará el bajista Ray Brown, quien le ofreció ser su mentor y manager, iniciándose una larga relación que sólo terminaría con el fallecimiento de Ray Brown. Por su consejo, una joven Diana Krall, se muda a Los Ángeles con una beca del gobierno de Canadá en el bolsillo, para estudiar piano con Jimmy Rowles, quien también la convencería para que empezara a cantar.

Una vez finalizado su permiso de residencia en los Estados Unidos, tuvo que regresar a Canadá, donde, en 1993, grabará su primer disco al que tituló Stepping Out, con el pequeño sello TCB, y acompañada por John Clayton y Jeff Hamilton. Ese disco acabaría por llamar la atención del veterano productor Tommy LiPuma (vinculado a gente como Joao Gilberto, Natalie Cole, la Streisand o Miles Davis) quien le produciría su siguiente disco Only trust your heart. Era el año 1995.

Desde ahí Diana Krall ha seguido una carrera imparable, repleta de éxitos a los dos lados del Atlántico, dejando en cada una de sus interpretaciones un sello absolutamente personal, logrando una fusión perfecta entre el sonido de su piano y el de su voz aterciopelada, todo puesto al servicio de un jazz elegante, intimista, ante el que es imposible resistirse.

El fallecimiento de su madre traerá como consecuencia uno de los mejores discos de la canadiense. Se trata de The girl in the other room, editado con Verve Records en 2004. Un disco en el que derrocha sentimiento y virtuosismo a partes iguales, ante el que uno siente una extraña empatía que emana de esos terrenos inexplorados que están más allá de la pura y mera racionalidad. En este disco Diana Krall cruza las fronteras entre los estilos musicales e incluye versiones de temas de artistas tan alejados del jazz como Tom Waits o Joni Mitchell, junto con temas habituales del bop o del swing, junto con seis temas compuestas por su marido, Elvis Costello.

Sensualidad elegante podría ser un apresurado resumen de la música de Diana Krall, una artista que ella misma reconoce que aún le quedan muchas fronteras por explorar.



Fly me to the moon

jueves, 18 de septiembre de 2008

Edouard Levé (Neully sur Seine, Francia, 1965 – París, Francia, 2007)


En este artículo me voy a centrar en la faceta fotográfica de este francés, que se caracterizó por una personalidad culturalmente polifacética, y que con 42 años tomaría la trágica decisión de poner fin a su vida, concretamente tres días después de entregar a su editor, Paul Laurens, el original de un libro al que había titulado Suicidio, en el que recordaba a un amigo suyo muerto hacía 15 años.

En su faceta artística se mezclan la literatura, la pintura y la fotografía, fundamentalmente, aunque será ésta ultima la que está siendo objeto de una mayor atención, varias exposiciones mediante, de crítica y de público. Una obra fotográfica en la que refleja la angustia genérica del ser humano, esa que no tiene un único rostro, sino que es capaz de tomar cualquier apariencia; una angustia que tiene que ver con la reducción a la que somete la sociedad consumista al individuo, y que termina por convertirle en otro objeto de consumo más.


En el mundo estamos rodeados de estereotipos que nos hacen perder de vista lo que somos, lo que da forma a nuestra esencia humana, y nos retrata como mera apariencia, como unos objetos más rodeados de una angustia que no se hace presente, pero que notamos como nos respira en el cogote. Buscó y encontró un pueblo en Francia que precisamente lleva ese nombre, Angoisse (Angustia), donde hizo una serie de fotografías, tanto nocturnas como diurnas, que transmiten con enorme precisión ese particular estado del alma.

Además de melancólico, Levé también es un artista con grandes dosis de ironía, enigmático en alto grado, y también con un contenido utópico. La primera de sus series fotográficas, la dedicó a hacer instantáneas de personas que tenían el mismo nombre que personajes famosos: Eugène Delacroix, André Breton, Fernand Léger, Yves Klein y otros. Una clara muestra de su gusto por los juegos de palabras, lo que le llevó a hacer 10.000 kilómetros por los Estados Unidos, para hacer fotos de ciudades homónimas de otras: Florencia, Estocolmo, Berlín, Jericó…


Levé es un fotógrafo amante de la fantasía, amigo de dar a algunas de sus series fotográficas un contenido próximo a lo surreal, no en vano su estudio contenía un abigarrado conjunto de objetos presidido por una cabeza de ciervo con unas orejas de color rosa fucsia, mientras en una esquina se podía ver un maniquí con el que estaba trabajando para conseguir una imagen de un ahorcado. A pesar de todo, sus composiciones siempre tienen un gran sentido clásico.

A este fotógrafo le gustaba sacar las cosas de su contexto para enmarcarlas en otro que termina por modificar la esencia primera de aquello que retrata. Eso ocurre, por ejemplo, en su serie Pornographie, en la que hace adoptar a sus modelos posturas pornográficas propias de actores del género, con la salvedad de que sus modelos están totalmente vestidos lo que cambiar radicalmente la lectura que hacemos de esas imágenes, convertidas ahora en algo chocante, irónico, y en las que el sexo se ha convertido en algo puramente escenográfico y en las que, paradójicamente, el propio objeto de la imagen, el sexo, ha desaparecido.

Algo similar ocurre en Rugby, la serie que dedica a este deporte, en la que otra vez sus modelos posan con ropas de calle, mientras chocan para formar una melé o escapan corriendo a un placaje. Una vez más nada es lo que parece.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Giorgio de Chirico (Bolos, Grecia, 1888; Roma, Italia, 1978)


Este artista italiano debe su fama como artista a un periodo extremadamente breve de su creación, concretamente la que va entre la década de los años 10 y los 20, cuando es movilizado por el ejército. En esos años formula lo que será conocido como pintura metafísica, que va a tener una gran influencia especialmente en el movimiento surrealista, sobre pintores como Magritte, Dalí o Magritte, y el propio Tanguy dejó escrito que fue a raíz de ver la obra de Chirico cuando decidió que tenía que ser pintor, decisión sorprendente en una persona que nunca antes había cogido un pincel.

Esto nos habla de la potencia de la obra de Chirico en esos años, cuando venía de estudiar en Atenas y Florencia, pero sobre todo de la Academia de Bellas Artes de Munich, donde conocería el pensamiento de Nietzsche y Schopenhauer que tanta importancia van a tener en su pintura. Florencia y, sobre todo, Turín van a ser dos ciudades fundamentales en la temática de las obras de Chirico. Luego viviría en París hasta su alistamiento en 1915 debido a la Primera Guerra Mundial.


Sus paisajes urbanos, en los que ocasionalmente aparecen algunas figuras humanas, aparecen como decorados imaginarios colgados en medio de la nada, reducidos a unas formas esenciales que las dotan de una atmósfera misteriosa, en los que, a veces, presentimos un peligro indeterminado, y que conviven con objetos de los más variopinto (remedos de esculturas clásicas, plátanos, muebles, cajas…) con los que entablan una relación poderosa.

Ciudades retratadas en ángulo, congeladas en el tiempo y en el espacio, inquietantes en todo caso, da igual que nos muestra edificios pulcramente pintados o decadentes, cerradas sobre sí mismas con si de fortalezas se tratara, eso sí, de formas austeras, de geometría marcada de un serenidad trágica. Edificios que hablan de un orden, iluminados por un sol que marca sombras alargadas, como sol de invierno, y que no da calidez a unos edificios fríos que dan forma a unas ciudades que parecen estar viviendo de viejas glorias pasadas, ancladas en algún momento temporal indeterminado.


Los colores que utiliza de Chirico contribuyen poderosamente a dar esa sensación de frialdad y abandono, con el uso de verdes, ocres, grises. Escenarios que aparecen habitados por objetos no menos perturbadores en unos espacios que imponen su vacío y su silencio, especialmente cuando sus habitantes son maniquíes de sastrería que se nos aparecen como ídolos de una cultura desconocida.

De Chirico saca a los objetos del lugar en el que sería más normal encontrarlos, y los coloca en contextos que resultan sorprendentes y que nos generan multitud de preguntas y de asociaciones inesperadas, lo que nos coloca en la difícil tarea de implicarnos en la obra, en buscar interpretaciones en medio de una realidad pictórica nacida de lo onírico (algunos doctores atribuyen a las fuertes migrañas que padecía el pintor el resultado que vemos en sus cuadros).

Y los trenes. En muchas de sus peculiares vistas urbanas aparece al fondo un tren dejando tras de sí una estela de humo blanco, y que tiene que ver con la figura de un padre ingeniero de ferrocarriles, fallecido en 1905, y de la que nunca logró desasirse totalmente, como recuerda en sus Memorias.

La heterogeneidad se dispara cuando de Chirico se adentra en los espacios interiores, en los que ya nos encontramos con un conjunto abigarrado de elementos: moldes de yeso, guantes de goma, esculturas grecorromanas, aparatos científicos, fruta, aparejos de pescar… Todo ello en espacios que con el tiempo se irán haciendo más pequeños, angustiosos.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Nibs van der Spuy, la riqueza de la música sudafricana

Artículo publicado originalmente en la revista digital Alenarte.



Shaded in blue

Acercarse a la música de este sudafricano provoca de forma inmediata que salten por los aires todos los esquemas preconcebidos que pudiéramos tener acerca de la música africana en general y de la sudafricana en particular, y es que en la música de Nibs van der Spuy nos encontramos con una amalgama tremendamente amplia de sonidos que dan como resultado una música elegante, profunda, capaz tanto de emocionarnos profundamente como de hacer que el cuerpo se mueva al ritmo de la música cuando son los ritmos latinos los que cobran protagonismo.

Equipado con una guitarra, y haciéndose acompañar por unos músicos de mucha calidad, este sudafricano ha venido demostrando con el paso de los discos, que hay que considerarlo dentro de ese grupo de músicos creadores de poderosas atmósferas en las que flotan las sensaciones, y de una sutil belleza. Eso le ha convertirlo en una auténtica leyenda musical en su país desde que empezara con su banda Landscape Prayers hasta el inicio de su carrera en solitario.

La versatilidad de Nibs van der Spuy es tremenda, y le hace capaz de adentrarse con extraordinaria solvencia en terrenos tan diversos como la música africana, la clásica, la de raíz celta, ritmos étnicos como el maskanda o los relacionados con la tradición musical de la India, y todo eso se funde en su crisol musical formado en al ciudad minera de Benoni, próxima a Johanesburgo.



Beautiful feet

En ese abigarrado conjunto de ritmos musicales, seguro que ha tenido algo que ver el hecho de haber nacido en el seno de una familia en la que su padre, además de un laureado piloto de combate en la Segunda Guerra Mundial, también tocaba la guitarra, el ukelele, la armónica y el banjo, además de poseer una importante colección de discos de Big Bands de los años 30 y 40, que causarán un gran impacto en el joven Nibs. Su madre era una pianista de formación clásica, y para rematar el triángulo, su hermano mayor fue el que le introdujo en la música de bandas como los Beatles, los Rolling Stones o los Allman Brothers. Todo eso unido dio como resultado que van der Spuy empezara a estudiar guitarra a los 14 años, instrumento que ya no abandonará.

En 1980 empezará a escribir sus propias canciones y será Steve Morse, del grupo Dixie Dregs, quien se convertirá en el impulsor del nuevo músico que estaba empezando a ver la luz. Nibs empezará sus estudios musicales universitarios y formará su primer grupo, un trío acústico llamado Plagal Cadence. Cuando el trío se disuelva, Nibs impulsará un nuevo proyecto bajo el nombre de Landscapes Prayers, un grupo instrumental con el que grabará Bush Telegraph (1997), Trasmigration Man (1999) y Lontana (2003). Discos todos ellos nominados a los premios de música de Sudáfrica en el apartado de música instrumental. Coincidiendo con su estancia en ese grupo, Nibs publicará en 1999 su primer disco en solitario, Lines of my face, al que seguirá Flower in the rain en 2002.

Otros hitos en su carrera musical es el trabajo que grabó junto al mozambiqueño Gito Baloi (muerto violentamente en su casa de Johanesburgo poco después) en 2004 y que lleva por título Sweet Thorn, y en el que destaca la sensibilidad y compenetración que logró esta pareja de músicos. Ese mismo año, grabará con el batería del grupo de Johnny Clegg, Barry van Zyl, el disco Hadeda.

En 2006 saca a la luz su tercer disco en solitario, y último hasta el momento, al que titula Beautiful Feet, un trabajo que ha cosechado reseñas más que elogiosas en la prensa especializada, especialmente en Gran Bretaña y Alemania, pero también en Francia o Japón, países por los que gira habitualmente. Beautiful Feet es un trabajo que compendia todo aquello que hace que Nibs van der Spuy sea un músico de gran proyección. La web latinvibe dice de este disco: “Olvide cualquier prejuicio o estereotipo que pueda tener acerca de la música africana, aquí está el Nick Drake que encontró Graceland, con ecos de Richard Thompson, Bert Jansch, los Chieftains, Brasil y Robert Nestor”.

Un trabajo honesto, de una brillantez realmente difícil de encontrar, con una factura perfecta en la que la música y las palabras brillan con una luz especial.



En directo en la Fnac de Estrasburgo

miércoles, 10 de septiembre de 2008

John Rankin Wadell (Glasgow, 1966)

“No toma prisioneros. Desde que sus fotografías irrumpieran en el año 1991 desde el telón de fondo de nuestras vidas, forma parte de nuestra realidad, nuestra historia, y si alguien me preguntara quien creo que puede ser el fotógrafo británico en activo más influyente, mi respuesta, en una palabra, sería Rankin” (Clifford Thurlow)

La historia profesional de este fotógrafo empieza cuando tiene 15 años y su familia se muda desde su Glasgow natal a Londres, después de una parada intermedia en Yorkshire. En la capital británica, Rankin entra en el London College of Printing, una institución en la que el artista afirma no haber “aprendido nada”, aunque, mirando el lado positivo, tenía un buen equipo fotográfico con el que “enseñarse a uno mismo como ser un emprendedor”. Y ese concepto va a ser muy importante en el desarrollo de la carrera profesional de Rankin, cuando no encuentre otra vía que la de sacar para adelante su propia revista durante los años de gobierno de Margaret Thatcher.

“Hubo una gran recesión después de los años de gobierno de Thatcher, no había dinero, nadie te daba trabajo”, ha dicho en alguna ocasión Rankin. Así, ante el desolador panorama, decide embarcarse en la aventura de editar la revista Dazed & Confused, que se convirtió casi de forma inmediata en la plataforma más importante de la fotografía innovadora de los años 90, mientras que crecía la fama profesional de Rankin por medio de sus excelentes retratos de todo tipo de personalidades de la música, el cine y la moda. Unos retratos con un sello distintivo de provocación, de acercamiento irreverente a la personalidad del personaje, divertidos y, con bastante frecuencia, con un contenido erótico.

Rankin reconoce que la fotografía tiene para él un alto contenido adictivo, y que nada le hace tan feliz como ver el mundo a través del objetivo de su cámara, que le ha servido para sacar a la luz una obra ecléctica, en la que combina un sentido del humor muy peculiar, el erotismo, y también obras destinadas a ganar dinero y reconocimiento.

Uno de los temas por los que destaca la obra de este autor, es el de los desnudos, que tienen poco de convencionales, ya que nos muestra cuerpos andróginos, difíciles de encajar en las taxonomías habituales en las que estamos acostumbrados a movernos. “Rankin es un contable arrepentido, que ha publicado numerosos libros de desnudos sin eludir la perspectiva andrógina del género. Es el caso de Emily, una joven cuyo torso de mujer desmiente la mirada pícara de chico malo que hace novillos en la escuela, en busca de aventuras poco inocentes”. (Arturo Arnalte en el artículo El cuerpo como ornamento, publicado en el número 109 de la revista Descubrir el Arte)

Tampoco el mundo del cine es desconocido para este autor, ya que tiene en su haber un corto titulado Perfect, que estuvo nominado a los premios británicos de cinematografía en el apartado de cortometrajes, y después rodaría el largo The life of the Saints, que se ha podido ver en diferentes festivales. Una película escrita por Tony Grisoni, que muestra una fábula moral violenta, lo que le asegura dos cosas: una audiencia minoritaria y la entrada en el capítulo de películas de culto.

“Me encanta lo que hago, y he venido trabajando para tener la libertad de hacer exactamente lo que quiero hacer”

lunes, 8 de septiembre de 2008

Avigdor Arikha (Bukovina, Rumanía, 1929)


“El arte basado en la observación lo crean, sin a priori y sin apoyos, la mirada y la mano a partir del natural, es decir 'sur le motif', como decía Cézanne. Su objetivo no es decorar, como el ornamento, ni documentar, como la imagen, sino que nace de una necesidad profunda para retener lo vivido” (Avigdor Arikha)

Hijo de padres judío germanohablantes, Avigdor Arikha vivió en carne propia, junto con su familia, la persecución a la que la Alemania hitleriana sometió a los judíos antes y durante la II Guerra Mundial. Su familia fue deportada a campos de trabajo ucranianos en 1941, en los que su padre moriría, mientras que él lograba salvar su vida gracias a sus dibujos. Y es que desde muy pronto, Arikha (apellido que le daría uno de sus maestros en sustitución del familiar Dlugacz, ahora traducido al arameo), mostró una buena predisposición hacia el arte (a los 9 años hizo sus primeros retratos). El caso es que, en 1944, los dibujos que hizo sobre las condiciones de vida en los campos de concentración llegaron a manos de los delegados de la Cruz Roja, quienes se estaban haciendo cargo de niños huérfanos para llevarlos a Palestina. Así fue como su hermana y él lograron salir de aquel infierno.

Pero las dificultades para el joven Arikha no terminaron ahí, ya que su nuevo hogar se enrolaría en el Haganah, el embrión del ejército israelí, y tuvo que combatir en la primera guerra árabe-israelí. Gravemente herido, los médicos lo dieron por muerto y lo enviaron al depósito de cadáveres, donde una enfermera logró avisar a su hermana, y ésta convencer a los médicos para que le operaran, logrando salvar milagrosamente su vida.

Entre 1946 y 1949, entró a estudiar en un centro que seguía las enseñanzas de la Bauhaus, lo que le convertía en un centro educativo de vanguardia. Era la Bezazel School of Arts and Crafts, para luego irse a estudiar a París con una beca gubernamental, ciudad en la que reside actualmente.

En esos primeros años 50, Arikha empezará a ser conocido en los ambientes artísticos por su labor como ilustrador de textos de Rilke y Gogol, entre otros, para entrar de lleno en el terreno de la abstracción con una serie de cuadros marcados por su experiencia en los campos del terror, con una pintura oscura, que revela la tormenta interior que se mantenía viva en su imaginario particular.

Explora ese camino hasta que llega a la conclusión de que ha llegado a un punto más allá del cual no encuentra nada, y ahí se genera una crisis que le llevará a abandonar la pintura en el año 1965, volviendo de nuevo a sus orígenes dibujísticos y al grabado, tomando sus motivos del natural, algo esencial para entender su evolución en años posteriores, además de dedicarse a estudiar Historia del Arte. Según cuenta el propio pintor, esta decisión la toma después de ver en el Louvre el cuadro de Caravaggio La resurrección de Lázaro, un cuadro que muestra el manierismo hacia el que derivó la pintura italiana de ese momento, algo que él considera que también se estaba produciendo en el arte de los años 60.

Empezó pidiéndole a su mujer que le sirviera de modelo, y aunque sus primeros intentos de volver a pintar del natural no fueron fructíferos, su empeño terminaría por cristalizar en 1973, año en el que se sintió con ganas y fuerzas para regresar a la pintura. Desde entonces, Arikha, no ha dejado de reflejar en sus cuadros la realidad que le rodea y tomada de una forma directa, rápida (no más de dos sesiones), en la que cada obra es un retrato en sí mismo, independientemente de que se trate de un paisaje, un desnudo, o lo que sea. Es una pintura que Samuel Beckett, calificó de “una heroicidad en soledad”. Es una obra que captura el instante de una forma férrea, en la que los retratados, en algunas ocasiones, juegan con el espectador ocultándose y utilizando los espejos para mirarnos a nosotros, porque, en cierta medida (y creo que esto es válido para cualquier obra de arte), la obra nos mira a nosotros. Se entabla un juego de miradas sutil, brillante, lleno de significados, hasta dar a luz una suerte de diálogo mudo, de cruce de significados.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Náufragos (Lifeboat, Alfred Hitchcock, 1944)

Una película de catástrofes, un drama psicológico, una sublime metáfora de la Segunda Guerra Mundial. Todo eso, y seguramente alguna cosa más, es lo que se esconde detrás del título de esta película en la que el “mago del suspense” demuestra toda la potencia creativa que llevaba dentro.

En este caso se trata de llevar a la gran pantalla una historia del gran novelista norteamericano, John Steinbeck, autor, entre otras, de Las uvas de la ira, quien también participó en el guión de la película. La historia contaba las peripecias a las que se ve enfrentado un grupo de personas que coinciden en un bote salvavidas después de que su barco fuera torpedeado por un submarino alemán, que también resulta hundido, y cuyo capitán se unirá al heterogéneo colectivo que tendrá que empezar a pensar en cómo salir del atolladero en mitad del océano.

El inicio de la película es absolutamente genial, con esa chimenea que se hunde en el agua y que ya nos coloca en situación con un recurso muy simple pero, al mismo tiempo, totalmente eficaz. Luego empezamos a ver una serie de objetos que flotan en el agua, y a lo lejos un bote salvavidas a la deriva con la figura de la periodista Connie Porter (a la que da vida la afamada actriz teatral británica Tallulah Bankhead, de quien se dice que pasó por dos pulmonías durante el rodaje de la película al tener que pasar tanto tiempo en el agua).

El resto de compañeros de aventura van a ser: Kovac (John Kodiac), marinero; el telegrafista Stanley Garret (Hume Cronyn); la enfermera Alice Mackenzie (Mary Anderson, con la que Hitchcock no hizo buenas migas, y cuando esta le pidió que le dijera cual era su mejor faceta, el director le dijo: Querida, estás sentada encima de ella); Charles Ritterhouse (Henry Hull), rico empresario; Gus Smith (William Bendix), marinero con una pierna herida y con ancestros alemanes; Joe (Canada Lee), un camarero negro que gusta de tocar la flauta (de hecho el sonido que sale de su instrumento es la única banda sonora de la película); la señora Higgins que llega al bote con su hijo muerto (Heather Angel); y el capitán del submarino alemán (Walter Slezak, actor austriaco).

Cada uno tiene una personalidad diametralmente opuesta a la de sus compañeros, destacando especialmente la periodista Constance Porter, quien está más preocupada de conseguir unas imágenes impactantes del naufragio, y de escribir el mejor artículo sobre la tragedia, que por cualquier otra cosa. Poco a poco irá perdiendo todo aquello que la convierte en un personaje distante, frío, cerebral, para dejar a la vista su lado de mujer que se enamora, de mujer capaz de renunciar a todo para ayudar al grupo. Es, sin duda, el gran soporte de la película con una actuación estelar.

Dejando de lado las interpretaciones que tienen que ver con el trasfondo político que se oculta en Náufragos, lo que Hitchcock nos pone delante es un drama psicológico de primera magnitud, de una profunda crueldad y en la que nadie es capaz de escapar a sus instintos más primarios. A lo largo del metraje vamos a asistir a muertes, suicidios, amputaciones, en medio de un juego macabro de poder, de conflictos que amenazan la frágil estabilidad de un bote salvavidas que está en medio del Atlántico.

La tensión irá creciendo hasta el punto de que la violencia verbal y física se enseñorea de esta particular balsa de la medusa, en la que la supervivencia se convierte en algo individual. Los egoísmos provocados por la situación desesperada (hambre, sed, dolor físico, angustias personales con las que viven los personajes…), las conspiraciones, las desconfianzas (tienen que ponerse en manos del capitán del submarino que les ha convertido en náufragos, ya que es el único que tiene conocimientos de navegación), terminan por convertir al bote en un suerte de ataúd flotante en el que el violento estallido final se convierte en inevitable.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Sarah Lucas (Londres, 1962)


“Tenéis que pensar dos veces sobre todo lo que digo, da igual lo que diga, en serio o en broma. Es una provocación”

El sentido de la obra de Sarah Lucas no puede ser otro que el de la provocación, como buena representante de ese grupo que se ha bautizado (algunos dicen que más por razones de mercado que de otra cosa) como Jóvenes Artistas Británicos, en el que también se incluye gente como Damien Hirst o Tracey Emin, por citar tan sólo dos.

Lo que se manifiesta claramente en todas las obras de Lucas, es un ingenio agudísimo puesto al servicio de la crítica, en muchos casos de trazo grueso. “En muchos de sus trabajos, muestra la mirada masculina escudriñando a la mujer que desea o a la mujer como objeto de deseo y, en este proceso, exagera hasta tal punto el machismo que se desenmascara en la mirada, que la propia artista parece disfrutar claramente del juego entre la mirada y el objeto llamativo de la mirada”, ha escrito Raimar Stange en el apartado que se dedica a esta artista en el libro Mujeres artistas de los siglos XX y XXI.

En su obra se pueden rastrear influencias que la relacionan con Bruce Nauman o con Marcel Duchamp, con el uso de elementos de fuerte contenido satírico, con otros más vinculados a lo conceptual, e incluso con asociaciones insólitas de objetos, que pueden ser naturales, más propias del surrealismo. Todo ello para conseguir unas obras que nos dejan perplejos, que chocan contra nuestra mirada que tiene que volverse escrutadora para encontrar ese pequeño hilo que nos permita construir nuestra propia interpretación de la obra.

Sarah Lucas se incluirá a sí misma en muchas de sus obras, fotografiándose en poses que se consideran propias de lo masculino: sentada con las piernas abiertas, vestida con chaqueta de cuero y gafas de sol… En otras ocasiones recurre a composiciones que remiten a las naturalezas muertas, pero en las que los elementos vegetales (pepinos, melones…) adquieren una connotación equívoca relacionada con el sexo o, sería mejor decir, con el sexismo y su denuncia. Así, por ejemplo, su obra Au natural (Al natural) de 1994, está formada por un colchón colocado en el suelo, en el que lo masculino está representado por dos naranjas situadas a ambos lados de un pepino, mientras que lo femenino lo representan dos melones y un cubo metálico abollado. Otra de sus obras más conocida es Chicken knickers (2000), una fotografía en la que se puede ver un cuerpo masculino entre las rodillas y la parte superior del ombligo, que porta unos calzoncillos blancos sobre los que aparece un pollo pelado, como si estuviera listo para ser asado.

La primera exposición importante que hizo Lucas, fue en el año 1991, cuando presentó una serie de collages en los que utilizó portadas de periódicos británicos, para conformar una serie de piezas en los que confluían el sexo, la deformidad, lo violento y el sensacionalismo (característica básica de la llamada “prensa amarilla” británica)

“Las farsas y tragicomedias presentadas por Sarah Lucas convencen mediante su lenguaje insistente, preciso y seguro. Pero también consigue irritar en la misma medida con su repetido y exagerado reciclaje de tópicos que, como reza el dicho norteamericano, combaten al enemigo cantando sus propias canciones. En esto, Lucas no necesita poner delante su propio placer e incluso admite una ambigüedad contradictoria, lo que hace su estrategia estética todavía más convincente” (Raimar Stange)