viernes, 27 de febrero de 2009

Duke Ellington, el aristócrata del jazz



Los modales refinados de Edward Kennedy Ellington (Washington D.C., 1899 – Nueva York, 1974), le valieron de joven el apodo de “Duke” (Duque) que ya no le abandonaría nunca, y con el que se conoce a una de las leyendas del jazz, que junto con los no menos legendarios Louis Armstrong y Charlie Parker, formó un triángulo fundamental en la historia de este movimiento musical.

Sin preocupaciones económicas en su familia (en unos lados se dice que su padre era mayordomo en la Casa Blanca, y en otros que tenía el mismo trabajo en una casa pudiente), Ellington se convertiría con el paso de los años en un compositor enormemente prolijo, hasta el punto de que se cifran sus composiciones en unas 2.000, eso sin contar las que fue escribiendo en cualquier papel que caía en sus manos, y cuya influencia musical se sigue proyectando en nuestros días.



Pronto empezó a adentrarse en el mundo de la música gracias a lecciones de piano, y con 17 años tendrá lugar su debut profesional, y empieza a ver la posibilidad, que se concretará poco tiempo después, de dejar los estudios para dedicarse de lleno a la música. La primera formación de Duke Ellington serán los Duke’s Serenaders, que después se transformarían en The Washingtonians. A esas alturas, en los albores de los años 20, todavía sigue vinculado a su ciudad natal, hasta que se siente atraído por el ambiente musical de la ciudad de Nueva York, a la que se traslada en 1923.

Allí empezará a tocar en algunos de los clubes de mayor renombre, hasta recalar en el mítico Cotton Club, un local ubicado en el barrio de Harlem y regentado por el mafioso Owney Madden, en el que se codeaba toda la alta sociedad blanca de la ciudad y en el que desarrollará el conocido como jungle style (estilo jungla), nombre que le viene por la imitación tanto con las voces como de los instrumentos, de sonidos africanos y que daban un aire exótico a los temas.



Las retransmisiones que se hacía por radio en directo desde el Cotton Club, introdujeron la música de Ellington y su grupo en muchos hogares y eso les convirtió en un grupo muy famoso que, cuando dejó el club, ya era un grupo consolidado y muy maduro musicalmente hablando. Eran los años dorados de las big band, entre las que también destacaban y la de Benny Goodman, Glen Miller o Lionel Hampton, por citar sólo tres, y en los que Ellington ya había dejado tras de sí temas tan inolvidables como Mood Indigo o Sophisticated lady.

Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, marcaron el declive de las big band, lo que no arredró a Duke Ellington, que se empeñó en seguir al frente de su grupo al que mantenía gracias a los ingresos que recibía por los derechos de autor de sus temas, lo que no impidió que algunos de los mejores músicos se fueran en busca de otros horizontes musicales. Con la formación renovada, Ellington es invitado a participar en el Festival de Jazz de Newport en el año 1956, en lo que marcará el resurgimiento del ave fénix de sus cenizas.



“Con estos músicos y cierto escepticismo, Ellington es invitado a actuar en el Festival de Jazz de Newport de 1956. Lo que pasó aquella noche está escrito en los anales del jazz. Duke Ellington, sacó de su chistera creativa dos temas compuestos en 1937, Diminuendo in Blue y Crescendo in blue y decidió encima del escenario servirlos unidos, separándolos simplemente con un interludio a cargo de Gonsalves. Y ahí se produjo el milagro. Los arrolladores veintisiete "chorus" seguidos de jazz puro y duro que improvisó el saxofonista, empujado por una rítmica ejemplar le dieron la vuelta al historia. Las sillas volaban por encima de las cabezas de los atónitos y rugientes espectadores y a la mañana siguiente toda la prensa anunciaba en grandes titulares "Ellington ha vuelto" (Párrafo extraído de la web apoloybaco.com)

A lo largo de los años de su carrera musical, Ellington no dejó de componer en ningún momento, y no sólo temas de jazz, sino que también nos ha dejado baladas, blues, música para ballet y conciertos sacros, algo a lo que también ayudó la diferente procedencia de los músicos de los que se rodeó y su propia habilidad para absorber todo lo que acontecía musicalmente a su alrededor. “Tanto apreciaba Ellington las personalidades musicales de los miembros de su banda, que escribía cada parte de una composición para resaltar el talento y la habilidad de músicos específicos, mezclando con gran imaginación las ideas de ellos con las suyas”, escribe Roberto Barahona en un artículo publicado en el periódico chileno El Mercurio el 18 de abril de 1999.

Un cáncer se llevó por delante la vida de Duke Ellington, terminando con una leyenda viva convertida en leyenda imperecedera.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Robert Doisneau (Gentilly, 1912; París, 1994)


“Entonces yo estaba en la calle otra vez, donde ocurría de todo. Yo me encontraba muy feliz, y, al mismo tiempo, preocupado. Cinco años trabajando en una fábrica me habían adormecido la creatividad. Pero dormida o no, la situación me obligó a enfrentarme a un nuevo comienzo.”

Eso lo decía el fotógrafo francés Robert Doisneau, autor de la archifamosa foto de los dos amantes besándose delante del Ayuntamiento de París, recordando la fecha de su despido de la fábrica en la que trabajaba como fotógrafo. Eso le obligó a hacer de la necesidad virtud y volver a poner en pie una carrera profesional que le convertiría en uno de los fotógrafos del alma de la capital francesa por excelencia.


Doisneau había nacido en el seno de una familia de la pequeña burguesía parisina, y que empezó su andadura profesional como grabador y tipógrafo, hasta que decide pasarse a la fotografía, y entra en contacto con la tendencia etiquetada como Nueva Objetividad, de la mano de André Vigneau. Sus primeros trabajos son de 1929, y la crisis de los años 30 le pilla de lleno y es cuando entra en la factoría de Renault, de la que terminará por ser despedido por no cumplir con el horario laboral.

La guerra hizo que fuera movilizado por el ejército hasta el año 1940, y durante la contienda, además de colaborar con la resistencia, seguirá fotografiando la ciudad ocupada. Una persona tímida convertirá eso en una de las señas de identidad de su trabajo, en el que las personas ocupan un lugar central, acompañadas por un fino sentido del humor. Así, irá dando forma al París de los pensionistas, los niños, los trabajadores, las prostitutas, los jóvenes, retratando todo el paisaje humano que comparte espacio en las calles y barrios de la capital francesa.


Doisneau se convierte en un testigo de la vitalidad de la ciudad, a través de unas fotografías que destilan un fino sentido de la ironía, a veces también melancolía escondida detrás del filtro humorístico. En 1950, la revista Life encarga a varios fotógrafos un reportaje sobre los amantes en las calles de París, y ahí está el origen de la foto más famosa de nuestro fotógrafo con la que abro este artículo y que se ha convertido en un auténtico icono de la ciudad de la sensualidad y del amor.

Una imagen que en su día al editor de Life no le pareció gran cosa e incluso se publicó sin poner el nombre del autor, lo que no impidió que se convirtiera en una foto que aparecerá reproducida en infinidad de objetos. Años más tarde el propio fotógrafo, que se tuvo que enfrentar a demandas judiciales por derechos de imagen, reconoció que utilizó a dos estudiantes de una cercana escuela de teatro, Françoise Bornet y Jacques Carteaud, novios en aquel entonces. Una foto que tomó sentado en la silla de una terraza de un café, y que refleja a una Francia joven, impulsiva, que está saliendo de las consecuencias de una guerra mundial. “La fotografía se convirtió en un símbolo y los símbolos tienen su propia verdad”, escribe Hans-Michael Koetzle en Photo Icons. The story behind the pictures (vol. 2).


Esa foto ocultó en cierta medida el grueso de la producción de Doisneau, al que se ha definido como el fotógrafo de la gente corriente, un auténtico cazador de imágenes, de los gestos corrientes, cotidianos, esos que hacemos sin pensar y de forma inconsciente, unas fotos que nos muestran a un fotógrafo tímido que casi se disculpa por haber tomado la instantánea, de ahí que evitara los primeros planos a favor de una distancia que capta el ambiente urbano en el que se inscriben sus improvisados modelos, para lograr unas fotos llenas de aire, de atmósfera, de una belleza sencilla, de instantes fugaces convertidos por obra y gracia del artista en arte.

lunes, 23 de febrero de 2009

Gwendal



Cuando empecé, hace ya unos años, a rascar la superficie de ese mundo musical que se etiqueta como “celta” (denominación sobre la que habría mucho que hablar), encontrarme con el sonido de este grupo bretón no podía más que causarme un impacto muy importante que obligaba a replantearse todo el esquema musical que uno se iba haciendo en su cabeza. Y es que Gwendal suena a otra cosa, se reconocen melodías, ritmos, pero al final la conjunción de múltiples elementos procedentes de otras formas musicales han hecho que Gwendal entre, y por derecho más que propio, en ese olimpo de grupos elegidos para formar parte de la leyenda.

Dentro de la efervescencia social y cultural que se vivió en nuestro continente (en otros también, pero ahora el que nos interesa es Europa), se asiste a un movimiento de modernización de las músicas populares lo que daría frutos muy interesantes en países como Irlanda o en regiones como la Bretaña francesa (vinculado en muchos casos a movimientos sociales y culturales de raíz nacionalista), entre otras, y que introdujeron en la modernidad a aquellos ritmos y canciones tradicionales, generándose una suerte de renacer musical, o de puesta al día, al entrar en contacto con el pop y el rock e incluso el jazz, en un primer momento, y con otras músicas un poco más adelante.

En ese contexto nace Gwendal en el año 1972, con el impulso de Jean Marie Renard, primero guitarrista y luego manager del grupo, siguiendo una estela que estaba abriendo el cantautor también bretón, Alan Stivel. Así se formó un quinteto de músicos con distintos lugares de procedencia musical, para dar lugar a un sonido muy característico ya desde sus inicios, y que sigue manteniendo su frescura a pesar de los años transcurridos y de los diferentes cambios que ha sufrido la formación en la que sólo se mantiene el flautista Youenn Le Berre.

Flauta de metal, violín, guitarra acústica, mandolina y bajo son los instrumentos con los que el grupo fue empezando a dar forma a su sonido, y a los que con el paso del tiempo se incorporaron la gaita, la batería, o los teclados. Si el grupo se formó en 1972, muy pronto, en 1974, graban su primer disco titulado Irish jig, y es que a pesar de su origen bretón, la mirada hacia Irlanda es constante; el segundo llegará un año después y lo titularon John Cant’s reel; y el tercero en 1976, Rainy Day.

Una carrera discográfica tan fulgurante como el inicio de sus giras fuera de sus fronteras naturales, una de las cuales les trajo a España por vez primera en el año 1975, muy poco después de la muerte del dictador, de la mano del cantautor vasco Imanol, quien había estado exiliado en Francia, y que los incluía en sus conciertos como teloneros, en lo que fue el principio de una larga relación con nuestro país que se ha mantenido a lo largo de los años, especialmente con regiones como Galicia o Asturias, donde han servido de modelo para muchos grupos aunque su influencia musical también se deja sentir en formaciones en otras latitudes nacionales.



Su forma de tocar tiene bastante que ver con la forma de hacerlo en el jazz, es decir, con un tema que tocan todos y sobre el que se van introduciendo improvisaciones de los diferentes instrumentos, en lo que probablemente es la marca distintiva del sonido Gwendal, en el que también nos podemos encontrar con esquemas roqueros, del pop, la música clásica o, como en el caso del disco Pan Ha Diskan de 1995, con ritmos e instrumentos propios del continente africano.

El grupo ya no mantiene la presencia de años atrás y su último trabajo de estudio lo sacaron en el 2005, cuando publicaron War-Rog, después de una década de silencio discográfico, si exceptuamos los recopilatorios de 1996, Lo mejor de Gwendal, y 1998, Aventuras Célticas, y en 2008 también aparecen en Best of, un recopilatorio de música celta editado por Keltia Musique.
La formación actual está formada por el flautista Youenn Le Berre, el violinista Jean-Claude Philippe, el guitarrista Ludo Mesnil, Jérôme Gueguen a los teclados, Pascal Sarton al bajo y David Rusaouen a la batería.

Larga vida a Gwendal.

viernes, 20 de febrero de 2009

Matthew Herbert, nuevos horizontes para la música



Whismountain, Doctor Rockit, Radio Boy, Mr. Vertigo, Transformer. Todos esos son distintos nombres bajo los que se ha ocultado alguna vez la personalidad musical de Matthew Herbert, un músico del que se ha llegado a decir que tiene en sus manos el futuro de la música electrónica, y es capaz de convertir en productores de música a elementos tan cotidianos como cajas de cereales, bolsas de patatas, y muchos otros, lo que le convierte en un músico absolutamente original al tomar como punto de partida cualquier elemento que le rodea. Como ejemplo, en su último trabajo titulado There’s me and there’s you, segundo trabajo acompañado por una big band, se puede escuchar a un centenar de personas diciendo “yes”, un centenar de tarjetas de crédito cortadas por unas tijeras a la vez, 70 preservativos rompiéndose a la vez, una bomba utilizada en Iraq, o un barril de petróleo entre otros muchos.

Sin embargo sus primeros aprendizajes musicales no tuvieron nada que ver con el mundo de la electrónica, ya que con cuatro años empezó a estudiar violín y después piano, y con 13 entró a formar parte de la big band de su colegio, hasta que, en un curso de historia de la música, entró en contacto con la música concreta, y más tarde, gracias a un profesor de música, conocería la obra de gente como Steve Reich.



Todo eso se fusionó en un crisol en el que la electrónica empezó a interesarle hasta el punto de empezar a samplear los sonidos producidos por cualquier tipo de objeto hasta convertirlos en algo difícil de reconocer, y esa es una constante que se puede apreciar en su obra posterior, incluso cuando sale al escenario con su big band, Herbert samplea los sonidos que salen de la orquesta para modificarlos a su antojo, y es que la improvisación y la casualidad, son elementos que le ayudan mucho a definir sus trabajos.

El jazz, el swing, son estilos musicales que le interesan mucho, como se puede apreciar en los dos trabajos que ha editado con su big band, formada por algunos de los mejores jazzmen de la escena británica, titulados Goodbye swingtime y There’s me and there’s you. Su carrera musical se inicia en el año 1996 con 100 lbs, un álbum en el que el house y el tecno eran los protagonistas, ritmos a los que dedicará algunos de sus trabajos posteriores. En 2007 un tema compuesto por Herbert para la película Manolete le fue rechazado por los productores, y es que este músico ha tenido una intensa relación con el mundo del cine, y Goodbye swingtime tuvo su gestación en la película francesa Le défi.



La música de Matthew Herbert no rehuye el compromiso político, sino que lo explicita con críticas a los sistemas de poder. Matthew Herbert es capaz de sacar belleza de una música iconoclasta, y lograr un conjunto que tiene una enorme coherencia, y reflexionar sobre las estrategias del poder y sus abusos, porque también a través de la música se puede pedir justicia.

martes, 17 de febrero de 2009

Ximo Lizana (Huesca, 1976)


“Creo que se puede hacer volar muy alto cualquier cosa; incluso toneladas de metal, si están unidas a un principio. Si permaneces unido a un principio, harás que todo vuele”. Esa sentencia del dibujante italiano Moebius está detrás de una de las obras de arte más singulares de las producidas por el oscense Ximo Lizana, quien está considerado como el artista español vivo más importante, según la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA).

La obra a la que hacemos referencia, y que es la que se puede ver en la fotografía que abre este artículo se titula Mid Air Shark. Una escultura que abre un camino absolutamente nuevo dentro del terreno de la escultura, ya que se trata de un tiburón hecho totalmente de luz, es decir, para el que no ha utilizado una materia tangible. Es la representación de un tiburón nadando en medio de la nada, una imagen tridimensional que se nos aparece de ningún sitio y que no va a ninguna parte, sólo nos impone su presencia casi fantasmal, y donde todo queda abierto, nada se cierra. La obra se presentó en la edición de 2007 de la feria ARCO.


Ximo Lizana, además de profesor en la Universidad Europea de Madrid, también puede presumir de ser el primer artista español que recibe un premio por parte de los críticos de arte alemanes, gracias a una trayectoria artística que le está llevando a investigar las posibilidades que ofrece la tecnología puesta al servicio del arte. Un osado explorador que ha sido el primer español en incluir obra robótica en las colecciones de un museo de arte contemporáneo del país, concretamente en el IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno)

Investigador infatigable, su obra navega por los mares de la escultura robótica, el láser, y otros, siempre con la preocupación de lograr una obra que sea interactiva, que se comunique con el espectador dispuesto a ello, aunque la primera sensación que éste reciba, en algunas ocasiones, sea de choque, de sorpresa de la que hay que reponerse para empezar a vislumbrar el mensaje que puede tener que ver con análisis estéticos relacionados con la biotecnología, y la relación que se plantea entre máquinas y seres humanos.

Otra de sus obras más comentadas es la que parte de la imagen de un Cristo crucificado, ahora convertido en una mujer envuelta en látex o plástico, con la que pretende llamar la atención sobre “como las instituciones están utilizando las imágenes religiosas como producto comercial desde una especie de merchandising”, según él mismo ha afirmado alguna vez. “Se trata de embalar imágenes para protegerlas de un mundo corrupto. Antes había moralidad e inmoralidad; ahora existe algo que es amoral. No existe respeto por la cultura”. Para hacer esta obra primero tuvo que tomar 400 fotografías, de las que seleccionó sólo una, aunque la cabeza y los brazos proceden de fotografías distintas combinadas en realidad virtual para componer la imagen que vemos, que tiene unas dimensiones de 3 por 1,80 metros.

Al final consigue unas imágenes que nos remiten a toda la historia de seres extraños a los que el hombre da vida, desde el Golem o Frankenstein, hasta los replicantes de Blade Runner, o los diversos tipos de robots o ciborgs que conocemos por el cine y la literatura, y que en un futuro tal vez no tan lejano como podemos suponer, van a convertirse en nuestros compañeros de viaje.

domingo, 15 de febrero de 2009

That night follows day (Victoria-Tim Etchells, Laboral Teatro 13 y 14 de febrero de 2009)


“Vosotros nos alimentáis. Vosotros nos laváis. Vosotros nos vestís. Vosotros nos cantáis. Vosotros nos miráis cuando dormimos. Vosotros nos hacéis promesas que pensáis que no recordaremos. Vosotros nos contáis historias con finales felices, historias con finales infelices e historias con finales inacabados. Vosotros nos explicáis es qué consiste el amor, cuáles son las causas de la enfermedad y las que provocan la guerra. Vosotros nos susurráis pensando que nos enteramos. Vosotros nos explicáis que la noche sigue al día”

Una obra de niños para adultos. Cuando entramos en la caja escénica del teatro nos recibe la algarabía grabada de niños que están en el recreo del colegio, mientras nos vamos acomodando en las gradas de un polideportivo de un centro escolar cualquiera. Un rato después, aparecen 16 niños con edades entre los 8 y los 14 años, que llegan en fila, disciplinados, hasta que forman una línea que se enfrenta a las butacas de los espectadores.


Entonces se convierten en un coro, para ir desgranando frases que nos ponen de manifiesto, con un sentido del humor que esconde un mensaje muy serio, cómo los adultos vamos modelando la personalidad de los niños y cómo ellos van construyendo su propia identidad a partir de los mensajes que les vamos enviando, de las prohibiciones que vamos construyendo, de los cuentos que les vamos contando, de las cosas que callamos, las que les ocultamos, las que les preguntamos…

Todo eso y también las contradicciones, porque hay muchas cosas que consideramos malas en un niño pero que no lo parecen tanto para los adultos. Así, les mentimos, les insultamos (pegas al balón como si fueras una nena, no sirves para nada, no dices más que tonterías…), ofendemos sus sentimientos con una facilidad pasmosa, para luego pavonearnos ante los demás de lo obediente, simpático, guapo o inteligente que es nuestro niño, o comprarle el último cacharrito de ultimísima tecnología como única forma que se nos ocurre de arreglar el desatino anterior.

Un conocido con el que coincidí en el espectáculo me decía al final de la obra que aunque le había gustado, le había parecido que los niños estaban sirviendo de monitos de un adulto (el director) y para el entretenimiento de otros adultos. Eso me hizo pensar en si no los estaremos utilizando en demasiadas ocasiones precisamente para eso: les hacemos cantar o bailar para los amigos o en platós de televisión, se les pide que hagan gracias a los amigos, que les enseñen lo que saben, y un montón más de cosas que ni siquiera nos paramos a pensar si son del agrado o interés del niño.

Un espectáculo más que interesante sobre un mundo al que no siempre prestamos la atención en profundidad que merece.

viernes, 13 de febrero de 2009

martes, 10 de febrero de 2009

Vito Acconci (Nueva York, 1940)


“Mi obra va de la poesía, es decir, del objeto y del sujeto, a la arquitectura, a la construcción del espacio. Tanto la escritura como la arquitectura están implicadas con el tiempo. La lectura de un libro tiene un principio y un final y la arquitectura tiene que ver con la ocasión, con lo que la gente puede hacer en un espacio”

Un peculiar viaje artístico, ha llevado a este creador desde los terrenos de la poesía hasta los de la arquitectura, pasando por caminos que le condujeron por el camino de la video creación y de la performance, en una trayectoria muy original y en la que el concepto de movimiento es uno de los pilares de su carrera.


Hijo de inmigrantes italianos, fue su padre quien dirigió sus primeros pasos que le llevaron acercarse al mundo del arte con visitas a museos o representaciones de ópera, y de ahí llegará hasta la Universidad de Iowa, donde estudiará literatura y poesía. A finales de los años 60 iniciará una evolución artística que le llevará a convertirse en uno de los autores de referencia dentro del arte conceptual, cuando empiece a trabajar con la hoja en blanco como un espacio en el que se podía circular y reflexionar sobre el movimiento que se hace a la hora de escribir, lo que le lleva a plantearse preguntas como: “¿Qué es lo que hace que te mueves desde el margen izquierdo hacia el derecho? ¿Desde la parte superior de la página hacia la inferior? En otras palabras, yo veía la página como un campo en el que yo como escritor, podía moverme y el espectador también lo podía hacer.”


Así, empieza a realizar los poetry events, un conjunto de performances que unen la escritura, unas palabras que salen del especio que les servía de contenedor, es decir, el papel, para entrar en relación con el lugar circundante, y así poder interactuar con ella, de introducir su propio cuerpo y documentarlo todo con grabaciones videográficas y fotografías, y que estarán en el origen de los trabajos que realizará en súper 8 entre los años 1969 y 1974.

Trabajos de factura simple pero con un contenido profundo, de difícil acceso desde el punto de vista psicológico. Instalaciones y performances que causaron una gran polémica por la confrontación tan directa que plantea al espectador, y que ahora se consideran obras clásicas dentro del panorama del arte conceptual. “Siempre me ha interesado mucho los agentes participativos e interactivos. De alguna manera he estado interesado en una persona manipulando un objeto o participando en algo más que en la que está simplemente mirando algo.”


Su trabajo empieza a adquirir un contenido arquitectónico en 1980, año en el que completa la Instant House, una instalación con la que quería que fuera el propio espectador el que diera forma a la arquitectura. A pesar de no haber estudiado arquitectura, en 1988 fundó el Acconci Studio, del que están saliendo una serie de propuestas que muestran una inventiva extraordinaria, y que, en muchas ocasiones, entran de lleno en la arquitectura fantástica, en una suerte de anticipo de lo que puede ser el futuro de nuestras ciudades y que le ha dado un importante reconocimiento internacional, sobre todo después de realizar una estructura llamada Murinsel, en medio del río Mur a su paso por la ciudad austriaca de Graz. Un edificio que es un nudo de acero, un material llamado Lucite y vidrio, conectado con las dos orillas del río por medio de pasarelas peatonales, y que contiene un teatro, una zona de juegos y un café.


Y en este punto cedo la palabra al propio artista: “Creo que la única arquitectura que significa algo, es la que trata de reinventar la ingeniería.”

“De algún modo, si pienso que la arquitectura que conocemos es una actividad totalitaria, yo trata de hacer lo contrario. Trato de dar a la gente múltiples opciones. Lo que realmente nos gusta de nuestros proyectos es liberar a las personas.”

“Nos gustan los diseños que liberan a la gente, que le permiten tener nuevas experiencias, o que les sacan de la rutina, estamos interesados, como muchos diseñadores del momento, en una suerte de diseño móvil.”

“La gente sabe de arquitectura porque en algún momento, por una puerta estrecha o un techo bajo, se puede haber sentido aprisionado. De hecho, mi miedo es que el diseño del espacio puede determinar la conducta de la gente en él y eso puede ser totalitario, por eso me gusta la arquitectura móvil, con paredes que se pueden taladrar y agujerear, con los límites entre lo público y lo privado imprecisos”

lunes, 9 de febrero de 2009

Zaha Hadid (Bagdad, Iraq, 1950)


Virtuoso de elegancia. Introspección personal, investigación, está cargada con tantas ideas que no puede plasmarlas en una sola, no hay un repertorio formal único.

Así ha definido esta arquitecta oriental de formación occidental, el estilo de la arquitectura que practica y que le valió ser la primera mujer que fue galardonada con el prestigioso Premio Pritzker en el año 2004, no sin haber tenido que superar antes múltiples reticencias. Ella misma dice: “El hecho de ser mujer, inmigrante, querer ser pionera, ser rica… Todo eso. La combinación entre una mujer inmigrante, árabe, autosuficiente y que hacía cosas raras no me facilitó nada las cosas. Pero estar tan marcada me ha favorecido. Me dejaban ser y hacer lo que quisiera. Pero a la vez me bloqueaban la entrada a ciertos encargos y terrenos profesionales. Empecé a trabajar en uno de los momentos más carcas del siglo XX, cuando la arquitectura estaba sumida en la recuperación de valores históricos muy conservadores. Aquello pasó. Y cuando se necesitó cambiar, las cosas fueron más fáciles para alguien como yo, que siempre había apostado por el cambio. A pesar de todo, seguimos teniendo mucha resistencia.”


Sea como fuere, el caso es que esta mujer formada en Londres, ya era uno de los arquitectos más famosos del mundo incluso antes de haber levantado el primer edificio, y es que sus diseños elegantes le habían dado una justa fama. Sin embargo, su carrera no despegó hasta que un empresario alemán, Rolf Fehlbaum, no le encargó construir una estación de bomberos en la localidad de Weil am Rheim, en el año 1993. Desde ese momento su estrella no ha hecho más que brillar con enorme fuerza. De esta arquitecta tenemos en España el Plan General de Zorrozaurre, en Bilbao, y el Pabellón Puente de la Exposición Universal de Zaragoza 2008, y algunos más que está en proyecto.

Su arquitectura nace de postulados próximos al deconstructivismo, un término que según Antón Capitel “identifica una arquitectura que hace de los problemas formales puros, y, más concretamente, del conflicto geométrico y de la huida de la lógica constructiva más inmediata su bandera formal.” Dentro de esa línea, la arquitectura de Hadid experimenta con los espacios logrando que sus edificios lejos de convertirse en unos extraños en el paisaje, potencien el espacio que les rodea dándole una nueva dimensión, gracias a una estética que, en muchos casos, parece sacada del futuro, o sería mejor decir, anticipan el futuro, y al que contribuyen todos los elementos por pequeños que sean.


Un estilo que ha ido evolucionando desde un enfoque más abstracto, fragmentario, hasta llegar a una arquitectura de “organización más líquida”, como dice la propia Zaha Hadid, quien es consciente de que sus diseños no son fácilmente aceptados, ya que su arquitectura “se caracteriza por una fuerte propuesta y para lograrlo cree que es muy importante construir los proyectos teóricos o sea, los proyectos ideológicos, pues de ese modo se trasciende la idea de hacer estructuras interesantes para lograr verdaderas estrategias construidas”, escribe Stewart Orozco.

Sus diseños y sus obras construidas, nos ponen delante de un código visual muy personal y que hay que decodificar para poder aprehender toda la complejidad que se oculta en unos espacios que, con frecuencia, se convierten en reversibles, en cambio permanente, en los que todo fluye como un líquido al que se libera de su envase. Es un estilo que tiene mucho de emocional, en los que moverse se convierte en algo intuitivo y en el que todo se cuestiona.


Devuelvo la palabra a Zaha Hadid para cerrar este articulo: “No me gusta imponer, sino liberar. Mire, a la gente le gustan los paisajes más extremos. Suben montañas, caminan en desiertos, bucean y encuentran maravillas. Se esfuerzan y vuelven con el espíritu elevado. Y eso es lo que yo busco hacer con la arquitectura, que engrandezca, que aporte experiencias a los usuarios. Trato de capturar una experiencia única en un espacio público porque no todo el mundo puede pagarse una estancia en los hoteles más caros del mundo. Me interesa ofrecer esa vivencia en salas de concierto, en bibliotecas, en museos.”

viernes, 6 de febrero de 2009

Alguien me contó



Lucía Pérez "Alguien me contó" (Quelqu'un m'a dit)



Carla Bruni - Quelqu'un m'a dit (subtitulada en español)

miércoles, 4 de febrero de 2009

El castillo blanco (Beyaz kale, Orhan Pamuk, 1979)


Íbamos de Venecia a Nápoles y nos barcos turcos nos cortaron el paso. Éramos en total tres naves, mientras que sus galeras, surgiendo de la niebla, parecían no tener fin. De repente estallaron en nuestro barco el miedo y la inquietud; los galeotes, en su mayoría turcos y moros, lanzaban gritos de alegría que nos crispaban los nervios. La proa de nuestro barco, como las de los otros dos, estaba orientada hacia tierra, hacia poniente, pero nosotros no pudimos ser tan rápidos como ellos. Nuestro capitán, que temía ser castigado si caía cautivo, era incapaz de ordenar que se flagelara con violencia a los galeotes. Más tarde medité a menudo que toda mi vida había cambiado a causa de la cobardía de aquel capitán.

En cambio, ahora pienso que mi vida habría cambiado en realidad de no ser por aquel breve ataque de cobardía del capitán. Es algo sabido que la vida no está predeterminada y que todas las historias son una cadena de casualidades. Pero incluso los que son conscientes de esa realidad, cuando llega cierto momento de su existencia y miran atrás, llegan a la conclusión de que lo que vivieron como casualidades no fueron sino hechos inevitables. Yo también pasé por una época parecida; ahora, mientras sueño con los colores de los barcos turcos que aparecían en la niebla como fantasmas e intento escribir mi libro en una vieja mesa, creo que esa época es la mejor para empezar y acabar una historia. 

Así empieza El castillo blanco, el primer libro que leo del Premio Nobel de Literatura en 2006, el turco Orhan Pamuk, un hombre al que sus referencias a los genocidios armenio y kurdo le valieron un juicio en su país del que finalmente salió absuelto, y que le obligaron a pasar una temporada exiliado en Estados Unidos antes de regresar en 2007 de nuevo a su país.

Centrándome en el libro, diré que me parece una novela magnífica acerca de la necesidad de que Oriente y Occidente acerquen posiciones, toda vez que son más las cosas que nos unen que las que nos separan, o si no son más, por lo menos hay suficientes puntos en común para tender puentes.

Eso se deriva de una historia hasta cierto punto inquietante, en la que un científico veneciano ve como su barco es atacado por los turcos y acaba como prisionero y vendido como esclavo en el Estambul del siglo XVII. Allí será comprado por un Maestro interesado en conocer los conocimientos científicos occidentales, y a fuerza de roces, peleas y muchas horas de escritura, irán poniéndose uno en el lugar del otro (proceso ayudado por el asombroso parecido físico entre los dos), hasta lograr una simbiosis en la que va a ser muy difícil diferenciar a uno del otro.

Una novela en las que las cosas van ocurriendo a su propio ritmo, lentamente pero sin pararse, como una lluvia fina que nos va empapando sin darnos cuenta, de tal forma que el desenlace de la novela no nos sorprende en absoluto, algo que no lo digo como algo negativo, sino todo lo contrario, ya que parece inevitable.

La pregunta que empieza a flotar en el aire acerca de la propia identidad y de la ajena, y la necesidad de enfrentarse a uno mismo, aunque sea a través de los pecados de los otros, va tejiendo una tela irrompible entre ambos personajes que terminan apropiándose de los recuerdos y conocimientos íntimos del otro, hasta lograr un respeto mutuo que puede muy bien llevarse al entendimiento entre Oriente y Occidente, que mantienen recelos que proceden en su mayor parte del desconocimiento mutuo. Un canto al conocimiento y la libertad, con dos personajes que estudian todo lo que tienen a mano: los astros, los animales, los sueños, la esencia humana…

Aunque tiene obra anterior a esta, es El castillo blanco la que está en el inicio del reconocimiento internacional de Orhan Pamuk, especialmente después de los elogios que le dedicó el recientemente fallecido John Updike.

Sobre la mesa había una bandeja con incrustaciones de nácar con melocotones y cerezas, tras la mesa había un diván de enea en el que habían colocado unos cojines del mismo color verde que enmarco de la ventana; allí estaba sentado yo, con un pie en la setentona; más allá se veía un pozo en cuyo brocal se posaba un gorrión, y olivos y cerezos. En el nogal que había entre ellos habían atado con largas cuerdas un columpio bastante algo que una brisa apenas perceptible balanceaba suavemente.

lunes, 2 de febrero de 2009

Rumore Rosa (Motus)


Es la primera vez que salgo del teatro de la Laboral, y ya he ido muchas veces, con la impresión de haber visto un espectáculo ramplón. Con esa sensación salí de Rumore Rosa, montaje de los italianos de Motus, y dirigido por Enrico Casagrande y Daniela Nicolò. Espectáculo que toma como punto de partida la película Las amargas lágrimas de Petra von Kant, del alemán Rainer Werner Fassbinder, que, por lo que he podido leer ya que la película no la he visto, cuenta una historia de amor entre mujeres con un desarrollo no muy plácido.

Un trabajo que se plantea en un terreno que recorre la performance, la instalación y lo más puramente teatral, en un espacio frío, vacío, desolado, sobre el que van desfilando tres mujeres con historias que en algunos momentos corren en paralelo pero que no se cruzan. Tres mujeres que parecen abandonadas, fantasmas en medio de unas ruinas sentimentales, que llevan el estigma de la derrota pegada a sus pieles.

Planteamientos todos ellos que pueden resultar enormemente atractivos, pero que no terminan de dar de sí todo lo que podrían, porque falla lo que resulta fundamental y que no es otra cosa que la implicación visceral de las actrices, quienes despachan unas actuaciones lejanas, aisladas de un espectador que asiste a la representación muy de lejos, lo que no favorece la complicidad con las actrices necesaria para salir de la sala afectado en lo íntimo.