domingo, 31 de mayo de 2009

8 lessons on emptiness with a happy end (Ocho lecciones sobre el vacío con final feliz, Marina Abramovic, 2008)



El pasado viernes 28 de mayo, el Teatro de La Laboral acogió la presentación de la última videoinstalación de la artista serbia Marina Abramovic, y que se puede visitar hasta el próximo 30 de junio en la capilla del recinto de la Universidad Laboral.

Presentación que incluía dos partes, una con la proyección del making of de la videoinsalación y, una segunda, con la visita a la propia instalación visual y sonora, con la presencia de la autora. Un trabajo éste último de la Abramovic que indaga sobre la violencia a la que asisten todos los días, vía pantallas de televisión, los niños de cualquier esquina del mundo. El trabajo lo realizó en la población laosiana de Luang Prabang, un lugar en el que, según comentó la autora, todas las viviendas, incluso las más pequeñas, tienen una parabólica instalada a través de la cual pueden ver infinidad de películas con grandes dosis de violencia, en un país en el que se dice que cayeron más bombas durante la guerra de Vietnam que en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.

En medio de un entorno de una riqueza paisajística maravillosa, Marina Abramovic convierte en protagonistas de su instalación, a los niños y al paisaje. Niños vestidos con uniformes militares que se desenvuelven en el interior de una casa en la que los muebles son un 20% más grandes de lo habitual, lo que acentúa lo grotesco de ver a unos niños dispararse con armas de juguete pero de gran realismo. Niños que duermen y se despiertan acosados por el ruido de unos disparos de mentira, o que simplemente están colocados de pie en una de las grandes sillas, con el arma cogida, y que nos miran fijamente sin decir nada en una pose más que inquietante.

A lo largo de las imágenes van desfilando ataques por sorpresa, el asalto a la casa, una ejecución, el proceso negociador y se concluye con una simbólica quema de todas las armas de plástico, mientras los niños desfilan fuera de plano, tal vez, para encontrarse de nuevo con la inocencia de la infancia.

Eso lo complementa con imágenes de una montaña reflejada en un gran río, de una cascada o de un árbol de los espíritus en el que moran los espíritus de los habitantes de dos aldeas arrasadas por una gran riada por lo que la isla sólo puede visitarse durante el día, y ante ese árbol son muchos los que depositan ofrendas.

Como se dice en el programa de la obra se dice: “La obra más reciente de Marina Abramovic, transmite una profunda preocupación por los excesos de las representaciones contemporáneas de la violencia. Abramovic, nos llena de impactantes imágenes de personas sufriendo a través de una compleja video-instalación que debe entenderse como contrapunto a las incontables atrocidades que vemos representadas constantemente. Es la recreación de una guerra representada por niños.”

viernes, 29 de mayo de 2009

Madeleine Peyroux, esencia soft jazz



Algo tiene la Atenas estadounidense, esto es, la ciudad de Athens en el estado de Georgia para que allí hayan surgido grupos como B-52’s o R.E.M., y que sea el solar natal de la cantante a la que dedico este artículo, Madeleine Peyroux. En éste último caso, la formación musical tiene más que ver con Europa, concretamente con la ciudad de París a la que se fue a vivir con su madre después del divorcio de sus padres. Allí, en uno de sus barrios más famosos, el Latino, entrará en contacto con los músicos callejeros y se despierta su interés por la música, y con sólo 15 años se enrolará en una banda de medio pelo de swing, la Lost Wandering Blues & Jazz Band.

Con ese grupo realizará diversas giras por Europa, hasta que Madeleine (nombre que le pusieron por el personaje homónimo de Marcel Proust), decide regresar a los Estados Unidos y dar el primer paso de su carrera en solitario en forma de trabajo discográfico y que llevará por título Dreamland, un disco que la puso en lo alto de las listas después de vender 200.000 copias y de tener una más que buena acogida por parte de la crítica. Era el año 1996, y es entonces cuando se empieza a comparar su voz con la de la inmortal Billie Holiday. Un disco de versiones entre las que se incluía una del tema que inmortalizó Edith Piaf, La vie en rose.

Vocalmente, el gran público descubrió a una de esas voces que rozan la perfección, una voz suave, aterciopelada, con un timbre que efectivamente está próximo al de Billie Holiday, pero que las comparaciones no se pueden llevar más lejos. También se empezó a acusar a Peyroux de falta de sentimiento, de cantar de una forma desganada, con un punto de frialdad, características que efectivamente se pueden apreciar pero que yo considera definitorias del estilo absolutamente personal de la Peyroux, a la que se considera, creo que con justicia, como una de las grandes voces surgidas en los estertores del siglo XX.



A pesar de sacar un primer disco de éxito, nuestra cantante no volverá a poner en pie un nuevo trabajo discográfico hasta 8 años más tarde. Periodo sobre el que nadie parece tener ninguna información, y en el que la cantante y guitarrista pareció esfumarse de la faz de la tierra. Para este segundo trabajo, Careless love, contó con la producción de Larry Klein, con el que forma una simbiosis tan buena que la han mantenido en los trabajos posteriores de Madeleine. Un disco que los entendidos consideran mejor que el primero, y que también tuvo una excelente acogida por parte del público.

Si Careless love lo edita en 2004, en el 2006 ya tenía un nuevo disco en el mercado, de nuevo con el sello Rounder Emarcy Records, y será básicamente una continuación del anterior. Se tituló Half the perfect World, un trabajo más personal y maduro, en el que sigue destacando por encima de todo la calidad vocal de Madeleine Peyroux.

Este mismo año 2009, puso en el mercado su cuarto disco hasta el momento, Bare bones, trabajo que marca un punto de inflexión importante porque abandona el mundo de las versiones en el que se había estado moviendo hasta ese momento, y se adentra con decisión en el mundo de la composición, lo que convierte a Bare bones en su disco más personal con diferencia. Disco que se adentra en los terrenos de un jazz suave, de nuevo de la mano de Larry Klein, y que se inspira en un libro escrito por una monja budista, Pema Chodrán, que anima a aceptar el hecho de que todo termina y todo cambia.

Con este disco demuestra que también hay que tenerla en cuenta como compositora, y en él pone su voz de cierto recuerdo antiguo, al servicio de unas letras intimistas, en las que desnuda parte de su alma después de hacer un ejercicio de autoanálisis que le resultó duro por momentos, como ella misma ha reconocido en diversas entrevistas.

Uno termina de escuchar este disco y queda en el aire, flotando, invisible pero con una presencia instintiva, una voz que acaricia, suave, que acompaña y que nos gustaría que siguiera siempre ahí.

miércoles, 27 de mayo de 2009

John Baldessari (National City, California, 1931)


“Siempre he sentido una fascinación por el lenguaje y la palabra. A menudo, me considero más un escritor frustrado que un artista.”

Unos dicen que en 1969 y otros que en 1970, pero el caso es que un buen día este artista norteamericano cogió toda su producción pictórica anterior, la que iba de de 1957 a 1965 o de 1955 a 1966 (según el autor que se lea), y decidió quemarla, recoger las cenizas para meterlas en una especie de urna con forma de libro y materializar así su “muerte” como pintor y su “renacimiento” como artista que tomó el lenguaje como forma fundamental de transmisión de su obra. A ese acto lo denominó Cremation Project.


Ese fue un ejemplo extremo del permanente cuestionamiento al que Baldessari somete a su propia creación, lo que le lleva a abrir múltiples caminos y a emplear una variedad de formas artísticas como la fotografía, la escultura, el libro, el cine, proyectos pensados para Internet, carteles, intervenciones en espacios públicos… En todo caso siempre abriendo o planteando interrogantes, preguntas, dudas, o lo que es lo mismo, embarcarse en un “continuo proceso de nacer, morir y renacer. De lo contrario estaría sólo muerto” o, como dice, Vicente Todolí: “se debate en una continua interrogante que nunca abandona”

Con unos inicios vinculados a los postulados del pop pero siempre con un contenido conceptual, estilo del que está considerado como uno de los grandes maestros, a finales de esa década decide abandonar la pintura para empezar a dar una mayor presencia a las palabras, al concepto, en detrimento de la imagen, y como consecuencia crea un corpus de obras en las que sólo aparecen frases o pequeños textos. Son las que llama pinturas narrativas, a las que se unen fotografías reveladas sobre tela, generando un enfoque original, novedoso en el que se juntan imágenes y palabras que en principio no parecen guardar correspondencia las unas con las otras, y que contienen un fuerte contenido irónico.


Entre finales de los 60 y principios de los 70, Baldessari, como otros artistas relevantes del momento, se adentra en el terreno del vídeo con una pieza titulada Folding hat, una cinta rodada en blanco y negro de media hora de duración, en la que el artista aparece jugando con un sombrero al que somete a toda clase de manipulaciones manuales, como si de un juguete se tratara, en una suerte de interacción entre el artista y la cámara que da lugar a una “creación plástica y una composición de imágenes bidimensional” (Arte del siglo XX, Editorial Taschen).

En todo caso Baldessari es más conocido por las obras en las que las imágenes extraídas de los medios de comunicación de masas son las protagonistas, y con las que elabora montajes fotográficos que dotan a las imágenes primigenias de una multiplicidad de significados y de posibles lecturas, en unas obras híbridas que tienen mucho de juego y de crítica hacia un determinado tipo de cultura popular.

“Este genuino artista se asoma al interior de nuestra mente con imágenes robadas, aclaradas e intervenidas cuyas relaciones alteradas e ilógicas (entre ellas, con el color, o con textos escritos por sí mismo) rebobinan asociaciones ya asumidas por nuestros mecanismos culturales para mostrarnos su origen, su condición, la motivación postrera y resultado matemático.” (Abel H. Pozuelo)

“Si por un lado aborda, aunque lo haga de modo inverso, algunos de los dispositivos de engaño propios de la pintura (así, el trampantojo) para hacer que los volúmenes devengan planos a la mirada o la aplicación de colores inverosímiles a imágenes naturales, por otro alude al cuerpo a través de, me atrevo a decir, sus partes menos estéticas o menos elevadas por las artes, como la nariz, los codos (de los que creo, como de las rodillas, que le atrae el ángulo con el que son capaces de abrazar otras formas más lineales-, los brazos y las piernas. Un cuerpo, pues, cortado y fraccionado, reducido a aquellos elementos menos significativos, pero que, convertidos en signo y mancha de color activan su vida sobre el muro y nos hacen tanto advertirlos en su simulación como recomponerlos en el cuerpo que somos.” (Mariano Navarro)

lunes, 25 de mayo de 2009

El marido de la peluquera (Le mari de la coiffeuse, Patrice Leconte, 1990)


Una sencilla historia de amor, erotismo, sensualidad y, por qué no, de fetichismo, es la que nos presenta el francés Patrice Leconte en esta película que tiene un algo también de fábula, de cuento, de historia de aquellas que se inicia con un “pues tenía yo un amigo…” o un “cuando yo era un crío…”

Un cuento para adultos en el que un protagonista, un efectivo Jean Rochefort, una tarde de verano vislumbra a través de la bata entreabierta de la peluquera del pueblo, un seno blanco, redondo, acogedor, y con esa imagen en la retina el niño ya no tendrá más ambición en la vida que la de ser marido de una peluquera, algo que le valdrá un soberano castigo cuando su padre un día, durante la comida familiar, le pregunte qué es lo que quiere ser de mayor y sin pensarlo diga que lo que quiere es casarse con una peluquera.


Con esa visión carnal da comienzo una historia de enamoramiento platónico que también será la introducción a la tragedia, probablemente porque no puede haber amor sin dolor. Pasión infantil que pervivirá durante toda una vida y que se verá colmada ya entrada la madurez, cuando un día la casualidad haga que el protagonista entre en la peluquería que regenta una hermosa peluquera a la que da vida una fantástica, desde todos los puntos de vista, Anna Galiena, actriz que dota a su personaje de un erotismo diríamos que discreto pero al mismo tiempo enormemente perceptible.


Ahí se inicia una nueva historia de amor, esta vez consumada, de juego erótico, aderezada por una excelente banda sonora de Michael Nyman, y por una serie de músicas procedentes del Magreb que le dan a la historia un tono exótico y, al mismo tiempo, un tono humorístico que encaja a la perfección con las pequeñas historias que van pasando por el pequeño salón en el que prácticamente se desarrolla la totalidad de la película, con un momento especialmente divertido cuando entra la madre con el niño rebelde y al que consigue “hipnotizar” con su jocoso baile Leconte como si de un encantador de serpientes se tratara.

Un despertar preadolescente a la fantasía erótica en un círculo que devendrá perfecto en la madurez, perfecto en su simplicidad, con un amor que llena el pequeño universo del salón convertido en un oasis de sensualidad en medio de una de esas ciudades provincianas en las que raramente sucede algo que pueda sacar a sus habitantes del tedio, y que el director convierte en historia grande la pequeña anécdota y nos regala una pequeña gran obra maestra.

viernes, 22 de mayo de 2009

Arthur Fellig “Weegee” (1899 - 1968)


“Mi coche se convirtió en mi casa. Tenía dos asientos y una cajuela especial muy grande. Guardaba todo ahí: una cámara, bombillas, de magnesio, soportes adicionales, una máquina de escribir, botas de bombero, cajetillas de cigarros, salami, película infrarroja para fotografiar a oscuras, uniformes, disfraces, una muda de ropa interior y zapatos, calcetines extras.”

Ese era el equipamiento básico que permitió a Arthur Fellig, un emigrante polaco que llegó a los Estados Unidos con 11 años, más conocido por su mote Weegee. Eso convertía a su coche en el apartamento más pequeño de toda la ciudad de Nueva York, y que le permitía una movilidad que le convertía en ser el primero en llegar al lugar del suceso, incluso muchas veces antes que la propia policía. 


Coche que iba equipado con una radio con la que estaba en contacto permanente tanto con la policía como con los bomberos, siendo el único periodista autorizado para tener esa tecnología en su coche, y eso le mantenía constantemente al filo del suceso. De hecho una de las versiones que existen para explicar el mote de este fotógrafo, es el que lo relaciona con la pronunciación de la palabra ouija en inglés, como si Weegee estuviera conectado con otra dimensión que le permitiera recibir las noticias antes que nadie.

Después de aprender el oficio y de trabajar para agencias, cansado de no ver su nombre en las fotografías que hacía, decidió echarse a la calle y convertirse en free lance. Entonces empezó a recorrer las calles de la ciudad y a establecer relaciones con la policía, con camareros, con bomberos, con conductores de ambulancia…, en definitiva con todo aquel que en un momento determinado, y a cambio de unos dólares, le pudiera poner sobre la pista de un suceso.


Atropellos, peleas domésticas, incendios, asesinatos de gángsters, forman parte de las escenas que Weegee inmortaliza en unas fotos en las que el uso del flash es la firma de autor de un fotógrafo que también tiene mucho de mirón, de voyeur, que no duda en colarse en los cines o en recorrer las playas para fotografiar a los amantes, para lo que utiliza una película infrarroja.

Fotógrafo durante décadas de la realidad más dura y sucia de la ciudad, de la pobreza, de las protestas sociales, de los ambientes nocturnos, de los personajes de la alta sociedad retratados con una ironía fantástica, la silueta de Weegee con su traje arrugado y su sombrero perlado de acreditaciones, y su sempiterna presencia le valieron el apellido de El Famoso. En 1941 exhibió su trabajo en la Photo League y la tituló Murder is my Business (El asesinato es mi negocio)


Se mantendría al filo del suceso durante más de una década hasta que en 1946, decidió dejar atrás la ciudad de los rascacielos para emigrar a la emergente Los Ángeles, en la que bullían los estudios de Hollywood, para obtener papeles secundarios en varias películas, hasta que en 1964, recibirá la llamada de Stanley Kubrick para colaborar en la fotografía de la película ¿Teléfono Rojo? volamos hacia Moscú.

“A lo largo de mis safaris y tours de conferencias por el mundo, la gente quiere que les revele el secreto de mi éxito. Es muy simple, he sido siempre yo mismo. Por otra parte, he nacido con un fuerte complejo de inferioridad, lo qué me ha obligado a exigirme al máximo, entregando mi vida y mi energía al trabajo. Lo mío no es hobby como para los vendedores de zapatos, camareros, plomeros, peluqueros, verduleros o pedicuros, para quienes la fotografía no es más que un buen hobby.”

martes, 19 de mayo de 2009

Anabel Santiago en Lugo de Llanera y la Casa de Cultura de Pola Siero





Fuera de los terrenos de la tonada tradicional, no había tenido la oportunidad de escuchar en directo a la que muchos consideramos como la gran voz femenina asturiana y la que ha tenido la valentía y el talento para meter a la tonada en el siglo XXI, y sacarla del ghetto en el que estaba confinada, demostrando que en música todo es posible y todo es válido siempre que esté bien hecho. Ella es Anabel Santiago, y después de juntarse con un guitarrista norteamericano que ya lleva más de 20 años entre nosotros, Michael Lee Wolfe, sacaron a la luz un disco titulado Desnuda que, en mi opinión, marca un antes y un después para la tonada asturiana.

Como no se nota nada que los dos están entre mis músicos de cabecera, no pude dejar pasar la oportunidad de ver y oir a los dos en directo. Fue el pasado día 2 en el marco del mercado tradicional de san Isidro que se hizo en el parque de Lugo. Mal día y peor hora, ya que el concierto coincidía con el partido Madrid-Barcelona que decidía prácticamente la liga de fútbol, así que fue un poco triste ver como riadas de gente se marchaban para sus casas o para el bar más cercano a ver el partido.

Ni eso, ni el hecho de que los dos prácticamente se acababan de bajar de un avión que los había traído desde Alemania, impidió que ofrecieran un concierto lleno de energía, de vitalidad, en el que quedó de manifiesto la buena química que existe entre los dos sobre un escenario, y sólo con la voz y con la guitarra, consiguieron que los que nos habíamos quedado pareciéramos llenar el parque. Anabel hizo gala de esa voz prodigiosa que la caracteriza, mientras Michael demostró ser un gigante con su guitarra, e incluso cantó Jarama River, un tema que ya forma parte del cancionero de la Guerra Civil, y que en los Estados Unidos cantó Woody Guthrie, un pionero del folk al que Michael dedica su disco más reciente titulado Woody Guthrie revisited, un disco salvaje en el que el folk es el protagonista casi absoluto.

Un concierto en el que los dos pusieron lo mejor de sí mismos, demostrando talento y profesionalidad a partes iguales, y que dejó un gusto excelente entre los que allí estuvimos.

Con ese precedente, unos 15 días después, el dúo esta vez transmutado en terceto por mor de la aparición de Jacobo de Miguel, uno fantástico pianista de jazz, ofreció su repertorio en la Casa de Cultura de Pola de Siero, con unas constantes similares pero corregidas y aumentadas, toda vez que el concierto ya fue en un auditorio cerrado y con un soporte musical de mayor calado para dar forma a temas del disco Desnuda y otros que ya forman parte de la discografía de Anabel Santiago, quien volvió a demostrar que posee un instrumento vocal absolutamente privilegiado que le permite afrontar con total garantía una amplia variedad de registros, en un concierto que tuvo sus momentos divertidos, y en el que la cantante buscó y encontró la complicidad con un público que supo premiar al trío con unos merecidísimos aplausos.

Sólo queda esperar a que otra vez vuelvan a caer dentro de mi radio de acción para volver a disfrutar con su talento. De momento me tengo que conformar con sus discos, lo que no es poco.



domingo, 17 de mayo de 2009

El corrector (Ricardo Menéndez Salmón, Seix Barral, 2009)

Los hombres, sin excepción, negros y blancos, felices y tristes, inteligentes y necios, somos así: enarbolamos banderas que otros odian, adoramos dioses que ofenden a nuestros vecinos, nos rodeamos de leyes que insultan a quienes nos rodean. La consecuencia es fácil de deducir: de vez en cuando, haga sol o nieve, en democracia o bajo la égida de algún fascista disfrazado de inspector de Finanzas, estrellamos aviones contra rascacielos, bombardeamos países pobres de solemnidad y nos embarcamos en cruzadas tan atroces como injustas.

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Nunca he comprendido a quienes afirman que la infancia es el paraíso del hombre. Mi infancia fue triste. La abundancia material que me rodeó, incluso el afecto de las personas que cuidaban de mí, jamás consiguió librarme del aburrimiento, pues desde muy pronto comprendí cuál es la verdadera maldición de la vida. La verdadera maldición de la vida no es el trabajo, ni el sinsentido de la existencia, ni siquiera el dolor o la enfermedad: la verdadera maldición de la vida es el tedio. Sólo quien vence al tedio ha vivido, sólo quien es capaz de hacer algo distinto a matar el tiempo merece decir “he vivido”

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Pero en realidad la libertad es un incordio. Casi todas las personas nos pasamos la vida luchando por ser libres para descubrir, en el momento en que la libertad se nos concede, que la libertad es una cosa muy difícil. Pronto, pues, nos rodeamos otra vez de obligaciones, contratos y servidumbres que, en general, nos otorgan una especie de invulnerabilidad. Hoy estoy convencido de que no existen personas que deseen la libertad. Las personas adquirimos hábitos y contraemos deudas con la mayor rapidez posible. Felices de pertenecer a Leviatán, hemos nacido para el rebaño.

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Una y otra vez somos burlados, despojados de nuestro honor, compelidos a comulgar esa hostia llena de náusea que ellos llaman democracia, justicia o libertad. Todas esas palabras, en realidad tan profundas que deberían quemar la lengua del que las pronuncia sin respeto, han perdido su significado, al punto de que suenan en nuestros oídos como la canción del verano o como una plegaria aprendida en la catequesis cuando niños.

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En realidad, como cualquier ser humano, necesito de un conjunto más o menos abigarrado de creencias a las que sentirme atado como un bote a su pantalán. Hay quien se vincula a un dios con cara de viejo terrible; otros lo hacen al intangible murmullo del patrón oro; yo, a fecha de hoy, me refugio en el afecto de mi mujer y en ciertos libros. No miento. Para mí el paraíso incluye una biblioteca sin cercas de espino ni cepos visibles, un vientre de ballena donde algún azar bondadoso me ha arrojado para la eternidad. Todo es polvo, deseo y silencio, y una luz cruda, cenital, que conduce por largas escaleras de caracol hasta el Walhalla de los ilustrados. Y el olor…

Porque el olor del libro es la quintaesencia de todos los olores, la geografía del héroe, el trópico de la quietud y los bosques nemorosos. Todo libro es pasaje. Cuando abro un volumen y aspiro sus páginas, ya no estoy allí. Mucha gente no puede entender que Tucídides huela a aurora de islas griegas, pero así es. (Nunca he estado en Grecia, pero mi convicción es irrefutable precisamente porque es irracional.) Se puede vivir sin leer, es cierto; pero también se puede vivir sin amar: el argumento hace aguas como una balsa capitaneada por ratas. Sólo quien ha estado enamorado sabe lo que el amor regala y quita; sólo quien ha leído sabe si la vida merece la pena de ser vivida sin la conciencia de aquellos hombres y mujeres que nos han escrito mil veces antes de que naciéramos. Y que nadie se sonría ante estas líneas. Por una vez, y sin que sirva de precedente, han sido escritas sólo desde la emoción. 

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Todo tiempo posee sus signos, sus emblemas, sus cábalas. El nuestro ha hecho del miedo su estandarte, su venero de dolor, su firmamento. Navegantes de la galaxia de la sospecha, adustos, desconfiados, llenos de rencor hacia el prójimo, deambulamos los que un cercano día nos sentimos solidarios del final de la Historia pero hoy, desesperadamente, como topos en una construcción cuya fisonomía hubiera cambiado de la noche a la mañana, buscamos un resquicio por el que huir este intolerable tiempo cíclico que nos acosa.

En aquella estación de llegada en la que llevábamos viviendo hacia al menos una década, desde la caída de la Unión Soviética y la conquista del mundo feliz de un capitalismo sin edulcorantes, y hasta que unos fieles que rezaban a Alá, el Compasivo, decidieron penetrar en avión por las cristaleras del paraíso y poner de nuevo en marcha los relojes, todos –hombres y mujeres, argivos y troyanos, obreros y burgueses, pies negros y sangre azul- nos habíamos ido congregando en la multitud de mercados que celebraban la plasticidad de nuestra cultura y la versatilidad de nuestro talento. La salvación, el premio a toda una vida dedicada al trabajo, parecía residir entonces en la posibilidad de escoger entre la infinidad de objetos que desfilaban ante nuestros ojos. Cualquier cosa que hubiéramos soñado (huesos musicales, muñecas masturbatorias, delfines de titanio) ya había sido inventada por alguien. Nuestros ingenieros se anticipaban a nuestros sueños; la alquimia era una propiedad del mercado; los banqueros eran los nuevos nigromantes. El deseo era un virus inoculado en nuestra corriente sanguínea, una propiedad de nuestro código genético, el quinto aminoácido sobre el que se erigía la vida. En una palabra, éramos rehenes de nuestra felicidad, que se nos imponía como un deber, no como un derecho.

martes, 12 de mayo de 2009

Eleftheria Arvanitaki en el Teatro de La Laboral



El pasado día 10 las puertas del Teatro de La Laboral se abrieron de par en par para acoger el primer concierto de esta cantante griega en la región. Para mí que llevo ya varios años siguiendo la trayectoria musical de Eleftheria Arvanitaki suponía un momento de enorme emoción, y al terminar el concierto la única palabra que se me ocurre es la de sublime.

Un concierto en el que hizo gala de una voz salida directamente de las costas del Mediterráneo, ese mar que acunó el nacimiento de las civilizaciones más importantes para la historia del planeta, y permanente confluencia de pueblos, de culturas, y eso queda muy patente en el repertorio de una cantante nacida para la música de la mano de un grupo dedicado a recuperar estilos tradicionales de la música griega como son el rembetiko, la demotika, la nisiotika y la laika.



Luego dará el salto en solitario para fusionar todo eso con los ritmos más contemporáneos: pop, folk, electrónica… hasta convertirse en una de las voces más internacionales de Grecia. Eso fue lo que puso sobre el escenario gijonés en su concierto, en el que incluyó cinco temas de su último disco que lleva por título Mírame, y que cuenta con la producción de Javier Limón. Un trabajo en el que se unen las dos orillas del Mediterráneo, con prolongación hacia el norte de África, y con un repertorio que incluye una versión de la copla Cárcel de Oro y el tema que da título al disco y que canta acompañada por Buika, y que incluyó en el concierto logrando el respaldo del público al esfuerzo que hizo por cantar el tema en castellano.

Muy bien acompañada por un septeto de músicos y por un atractivo juego de luces, Eleftheria desplegó su voz espléndida sobre el escenario para regalarnos a los presentes uno de esos conciertos memorables que dejan con ganas de más.

lunes, 11 de mayo de 2009

Andrew Bird: Música para enemigos del artificio



Reconozco que siento un algo pudoroso a la hora de sentarme a escribir este artículos, y es que temo que un exceso de palabras no encaje bien con la hermosa sencillez que se oculta y se nos muestra en cada una de las canciones de Andrew Bird, un profesor de piano de Chicago que primero quiso tocar swing, luego pensó en hacerse silbador, y que, finalmente, aprendió a tocar la guitarra e inició una carrera en solitario jalonada por un puñado de discos de esos que se convierten en compañeros imprescindibles en los buenos viajes musicales.

Noble Beast, disco editado este mismo año 2009, es su producción más reciente, y en ella podemos encontrarnos con algunas de las constantes en la música de Bird, como es el sonido del violín, la guitarra y, sobre todo, ese silbido tan característico y que tantas cosas aporta a sus canciones. Un disco que me atrevo a considerar como perfecto para acompañar esta incipiente primavera, y es que los temas que le dan forma invitan a que nos sentemos a escucharlos tranquilamente, a que dejemos que las canciones vayan dejando en nuestro paladar toda la gama de sabores que contienen, y que piden varias escuchar para que el proceso de decantamiento sea completo. Un disco que camina por terrenos amables, nada abruptos, por un delicado equilibrio que es también el que mantenemos con la naturaleza que permite la vida.



Antes de llegar hasta ahí, se enroló con un grupo que reinterpretaba los temas clásicos de los años dorados del swing. Eran los Squirrel Nut Zippers. Aquello no duró mucho y en 1996 ya sacará su primer disco en solitario en el que ya dejaba ver que su música se iba a mover por los terrenos del blues, el jazz y el folk, territorios que seguirá visitando en los discos siguientes.

Aunque el primer disco con el que consiguió llamar la atención de una forma más llamativa fue Weather Systems, editado en el 2003, después de una serie de trabajos en los que el sonido tenía mucho de experimental, la piedra fundamental se apoyará en Armchair Apocrypha (2007). Ahí consiguió reunir un grupo de canciones realmente memorable, un disco lleno de emoción, de instantes de gran belleza, muy redondo, con un sentido lírico que ya se ha convertido en toda una seña de identidad en la discografía de Andrew Bird.

Escuchando su música, en ocasiones, es muy difícil no dejarse acunar en los brazos de una nostalgia indefinida, un sentimiento que no tiene por qué tener algo real detrás, canciones que nos hablan de la soledad, de la necesidad de vivir de una manera diferente lejos de las falsas seguridades con las que intentamos arroparnos en nuestra existencia. Y si se va a acercar por vez primera a la música de Andrew Bird, no espere encontrarse con una gran voz, pero sí con alguien que consigue hacer virtud de una limitación, y a través de unas melodías muy elaboradas al servicio de unas canciones que sugieren muchas más cosas de las que dicen.

Discografía: Noble Beast (2009), Soldier On (2008), Armchair Apocrypha (2007), The Mysterious Production of Eggs (2005), Weather Systems (2003), The Swimming Hour (2001), Oh Grandeur (1999), Thrills (1998), Music of Hair (1996)

viernes, 8 de mayo de 2009

Ojos azules (Arturo Pérez Reverte, 2009)

La noche triste. Así se conoce a la, para los españoles, noche del 30 de junio de 1520. En esa fecha las tropas de Hernán Cortés se vieron obligados a salir de la ciudad de Tenochtitlán para buscar refugio en Veracruz. Fue una noche de lluvia y de muerte, con los aztecas decididos a tomarse cumplida venganza de las atrocidades cometidas por las huestes de los conquistadores deslumbradas por el brillo del oro y de las riquezas.

Centrándose en ese episodio, Arturo Pérez Reverte construye un microrelato inspirado por la contemplación de un mural de Rivera en el que vio a una india portando a un niño de ojos azules, en lo que es una muestra del mestizaje que se viviría durante siglos en aquellas tierras, mestizaje que el autor quiso reflejar "de un modo seco, duro, breve y brutal", según sus propias palabras.

Fragmentos

Llovía a cántaros. Llovía, pensó el soldado, como si el dios Tlaloc o la puta que lo parió hubieran roto las compuertas del cielo. Llovía mientras resonaban afuera los tambores, y los capitanes iban llegando cubiertos de hierro, sombríos, con las gotas de agua corriéndoles por los morriones y la cara y las cicatrices y las barbas. Llovía sobre Tenochtitlán, cubriendo la capital azteca de una noche húmeda; lágrimas siniestras que repiqueteaban en los charcos del patio del templo mayor, y se disolvían en regueros pardos las manchas de sangre de la última matanza, la de centenares de indios mexicanos, cuando en plena fiesta el capitán Alvarado mandó cerrar las puertas y los hizo degollar, ris, ras, visto y no visto, hombres, mujeres y niños, por aquello de que al que madruga Dios lo ayuda, y más vale adelantarse que llegar tarde. Los he cogido en el introito, dijo luego Alvarado, cuando Cortés fue a echarle la bronca. Se me fue la mano, jefe, se disculpaba, huraño. Pero por lo bajini se reía, el animal. Los he cogido en el introito.

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Siguió adelante, y ya ningún otro español iba a su lado. Soy el último, pensó. Soy el último de nosotros en este puñetero sitio. Soy la retaguardia de una vanguardia que ya está a una legua de aquí. Soy la retaguardia de Cortés y de su puta madre, y este oro me pesa tanto que ya no puedo caminar. Estaba cubierto de barro y de agua y de sangre suya y mexicana, y los pies se negaban a moverse, y el brazo le dolía de tanto acuchillar. Estaba ronco de dar gritos y le ardían los pulmones y la cabeza; pero el hueco del corazón seguía allí, y no podía dejar de pensar en ella. Estará en alguna parte de esta ciudad con su bastardo en la tripa, mirando lo que pasa. Mirando cómo a los teules nos hacen filetes. Igual hasta piensa en mí. Igual se pregunta si he logrado pasar. Igual hasta siente que me vaya.

martes, 5 de mayo de 2009

Teoría del miedo (Leopoldo María Panero, 2000)

Soy un nido de ceniza
adonde los pájaros
para buscar el maná de la sombra
la flecha clavada en el poema
el beso del insecto

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Acerca del prójimo

Cara a cara
no descifran el misterio
y el espejo no es sino
como si sólo la ruina
acariciase la ruina

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Cuánto oro hay en la ruina
y cuánto dolor
para medir el verso
y olvidar la llama
que crece en mis pies:
porque el único hombre supremo
es aquel que está muerto, y ya no es.

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Soy una mujer barbuda
soy la cabellera del poema
el cofre azul en que guardo un susurro
junto a los dientes de Berenice
y tú mañana, lector
profanarás esta tumba.

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La armada de los días caídos
la armada de los días de lluvia
cayendo contra el poema
mientras con una cosmética afilada
lloramos de rodillas ante el poema.

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Amémonos sin decirlo
porque el amor no se dice
estando ahí, no se dice
porque la palabra no es amor,
sino un asesino
a las puertas del palacio y el brillo
de tu espalda:
Oh destrucción mi Beatriz segura
el olvido como esporas
siembra los versos.

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El sapo sobre el poema
deja un rastro de baba
un animal azul
y un testamento de saliva.

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Teoría del miedo

No sé si tortuga o tumba
muerto o vivo, muerto o vivo
no sé si ángel o desastre
muerto o vivo, muerto o vivo
no sé si espíritu u oruga
muerto o vivo, muerto o vivo
no sé si alucinación en lo oscuro
o premio para el desastre
la vida es un mal pensamiento
este poema que aún supura.

domingo, 3 de mayo de 2009

El baile de los malditos (The young lions, Edward Dmytryk, 1958)


Sé que no lo apruebas, pero escúchame un momento. Dime, ¿somos seres humanos o bestias salvajes? Un ser humano sabe cuándo ha perdido e intenta salvarse. Cuando te meten en el ejército, esperan que arriesgues tu vida, pero no esperan que simplemente la desperdicies. Después de todo, en cualquier guerra, cuando todos los brazos y todas las piernas han saltado por los aires, realmente ya nada importa porque nada ha cambiado.

Una película que nos hace llegar las consecuencias que la guerra deja sobre las personas, en este caso, tomando un doble punto de vista. Por una lado, tenemos a Marlon Brando dando vida a un oficial alemán, y, por otro, a Montgomery Cliff y Dean Martin, encarnando a dos soldados norteamericanos. Los tres, en diferentes medidas, sufrirán en sus carnes la brutalidad de la que es capaz el ser humano.


Desde mi punto de vista, el personaje más interesante es el oficial alemán, zapatero en tiempos de paz, por la evolución psicológica que sufre, desde sus simpatías por Hitler por sus promesas de sacar a Alemania de la humillación y devolverle su orgullo como nación, hasta el desencanto total cuando va descubriendo lo que se oculta detrás de esas palabras y de la realidad de la guerra.

Marlon Brando hace aquí una de sus interpretaciones memorables, dando vida a la transformación psicológica de su personaje, en muchos casos por medio de pequeños gestos que cuentan muchas cosas, y al que vemos ir cayendo por los bordes de un abismo en el que no hay posibilidad de agarrarse, y al que pone contrapunto su capitán, un soldado vocacional y que hará todo lo que haga falta para cumplir con lo que él considera su deber. Al teniente Diestl (Brando) sólo la imagen de una mujer parisina le permitirá mantener el gramo de cordura necesaria para sobrevivir en medio de una barbarie que le dejará una huella imposible de borrar.


Menos interesante es la parte norteamericana, con un Cliff dando vida a una estrella de Broadway que recibe como un fastidio su llamamiento a filas, y hará todo lo posible por no aparecer por el frente de batalla, mientras es incapaz de comprometerse con la mujer que está enamorada de él. La guerra le obligará a reflexionar sobre su cobardía, su falta de compromiso, la camaradería, y después de la guerra ya nada volverá a ser lo mismo para él. Sin duda, esta es la interpretación más plana de todas, debido también a la falta de perfiles que tiene su personaje.

El tercer vértice del triángulo, lo pone el soldado Noah (Dean Martin), un judío que se verá rechazado por sus camaradas de armas durante el periodo de formación, precisamente por ser judío y por tener unas inquietudes intelectuales que no parecen las más adecuadas para un buen soldado (en su taquilla guarda varios libros, uno de ellos el Ulises de Joyce), y sólo utilizando la violencia conseguirá el respeto de sus compañeros, lo que le llevará a desertar porque el es un hombre corriente, hecho para el trabajo, la familia y la paz. La bonhomía de Noah se pondrá de manifiesto cuando sea capaz de salvar la vida a alguno de aquellos que le propinaba palizas en la época de recluta.


En definitiva, El baile de los malditos es un gran alegato antibélico (dura dos horas y 40 minutos en la versión sin cortes, porque en España en su momento se le hicieron cortes de unos 15 minutos de duración aproximadamente), que pone de manifiesto lo absurdo de la guerra y de la violencia, que termina afectando a todo tipo de personas rompiendo los rastros de humanidad que nos tienen que diferenciar de las bestias. Sin tener grandes dosis de acción, se trata de una película que no se hace pesada y que yo incluyo entre mi lista de imprescindibles.

Cuando estás en un agujero… lleno de tu propio excremento durante días y días, y cuando ves los rostros y los cuerpos de los hombres a los que has matado, cambias. Y cuando estás así, cuando tienes que vivir con la muerte todos los días durante tanto tiempo… necesitas algo frente a ti, o te vuelves loco.

viernes, 1 de mayo de 2009

Almacén de lo fugaz (Pedro de Silva)

Esa canción desconocida que está sonando cuando encendemos la radio, y no sube al cielo, pero acaba y el conductor del programa, sin decir el título, pasa a otra. O bien, antes de que empezara hemos oído el título, pero se ha perdido, y cuando nos cautiva es demasiado tarde para pillarlo, con lo cual la canción se ha ido para siempre. Pasión por la eternidad de lo sublime: núcleo de la condición humana. En realidad “sublime” y “eternidad” son contrarios. Esa misma canción, en otro momento del día, con la cabeza ya en sus menesteres, o sin los efectos del golpe del primer café o sin la luz raseante de la mañana frenando la mirada y echándola hacia dentro, no sonaría igual. Y repetida la canción durante días, a cada hora, sería un suplicio. La belleza se nos ofrece así, efímera y huidiza. Puede ser canción, frase, mirada de alguien por la calle. ¿Eternidad disponible?: la memoria.

Artículo publicado en el periódico La Nueva España 29/04/09