domingo, 29 de noviembre de 2009

Manuel Vilariño (A Coruña, 1952)


“Mi proyecto es un proyecto espiritual muy vinculado a la sombra oscura a sondear en lo que me rodea oscuro y mi obra se fundamenta en eso”.

Fotógrafo y poeta, la obra de este gallego galardonado con el Premio Nacional de Fotografía 2007, se mueve en un mundo inquietante que obliga a pararse delante de sus fotografías más tiempo del que lo haríamos ante la obra de otros muchos artistas, para intentar desentrañar algo de los arcanos secretos que se ocultan y medio asoman en sus obras.


La soledad, el silencio, lo poético, la vida, son algunos de los elementos que nos enseña a través de unas fotografías de hondo calado filosófico y también místico, no en vano el propio Vilariño reconoce deudas contraídas durante sus estancias en la India. Como ha dicho alguna vez el propio artista: “Mi proyecto es un proyecto espiritual muy vinculado a la sombra oscura, a sondear en lo oscuro que me rodea, y mi obra se fundamenta en eso”.

“En su trayectoria, conviven el blanco y negro y el color como un continuado intento de fusionar valores de la naturaleza con aspectos de cariz cultural, en un panteísmo objetual que oscila entre los extremos de lo religioso y lo profano, de lo sagrado y lo proscrito. Nociones en torno al límite, lo sagrado, lo sublime, o la soledad del tiempo en el devenir de la vida y la muerte, reposan en las metáforas y símbolos de sus composiciones , de una belleza austera y clásica, protagonizadas por animales, acompañados a veces de otros elementos alegóricos como calaveras, especias, frutas, velas o herramientas”. Eso ese explica en el artículo publicado en la Wikipedia dedicado a Vilariño.


“La vida es un proceso de demolición que yo documento, es trazar círculos de desaparición. Esta idea del círculo está presente en mi obra, representa que la mirada interior, meterme en el poso de donde sale el agua”, explica el propio artista. En su universo creativo tienen una gran importancia los animales, a los que encuentra en colecciones de museos o en el propio bosque, a los que coloca en composiciones en las que juega con el “círculo de la existencia y la inexistencia, no exactamente de la muerte”. Animales que aparentan estar muertos, colocados sobre un lecho de especias, con las que se simboliza la vida, algo que tiene mucho que ver con las lecciones del brahmanismo. Son animales que “aparentan estar muertos pero que a lo mejor están vivos, en ese renacer y resurgir de la vida y de la propia materia”, como afirma Vilariño.

El bodegón barroco español, es otro de los puntos de inspiración de este artista gallego, al que también le gusta utilizar elementos simbólicos o alegóricos como velas, calaveras, frutas, herramientas. Elementos que remiten al concepto de ritual, de lugar, de naturaleza en transformación.

Escribió David Barro: “En todo caso, entiendo que Vilariño vincula ese paisaje a lo más íntimo, a esa infinitud silenciosa que también podemos advertir en la luz individualizada de una vela, en esa existencia. Todo a partir de un simple pliegue, de una lógica desdoblada, como en Rayuela de Cortázar, donde un personaje camina por París y al doblar la esquina se encuentra en Londres. En este caso, de la soledad sin refugio del océano, de ese silencio inabarcable, se pasa al enigma del recogimiento, a esa materia oscura -que diría Valente- que es el silencio interior, vomitado hacia dentro”.

martes, 24 de noviembre de 2009

Hanneke Beaumont (Maastricht, Holanda, 1947)


Las esculturas de Hanneke Beaumont, artista holandés aunque vive y trabaja desde Bélgica, son capaces de transmitir, desde su estatismo, una gama muy amplia de sensaciones. Una figuración expresionista que, por un lado, arraiga en la tradición greco-romana y que, por otro, se transporta hacia el futuro desde un presente en el que se asientan y del que parece que no pueden o no quieren salir.

Y es las obras de Beaumont aparecen sentadas, reclinadas, de pie, en el suelo, mientras piensan, reflexionan, quién sabe si acerca de una contemporaneidad de ritmo inhumano, o se han quedado congeladas en un tiempo que no quieren abandonar o, tal vez, no encuentran el camino para hacerlo. Las vemos y esperamos que en cualquier momento tomen la decisión y conviertan el pensamiento en acción, ese movimiento que contienen en potencia y que no terminan de desarrollar.


Unas figuras que nos desafían con su actitud, que entran en los laberintos de nuestra mente y su presencia nos cala, nos desconcierta, nos invita a sumarnos a ellas y compartir la serenidad, la calma, el sosiego de sus almas. Son figuras que hablan con su presencia, que, en ocasiones, se miran y comparten conversaciones silenciosas, de esas en las que una mirada dice más que cualquier palabra. Esculturas que no están individualizadas, sus rostros no nos dicen nada de su historia, de su personalidad, del por qué han llegado al momento en el que se encuentran. Son almas que reflexionan.

Seres andróginos, tenuemente vestidos con una suerte de túnicas, en la que, si nos fijamos con detenimiento, vemos que el artista ha intentado diferenciar diferentes tipos de tejidos, eso sí, de una forma muy sutil. Figuras en bronce o terracota, anónimas en su individualidad, algo que comparten con todos nosotros, integrantes de una sociedad en la que la pérdida de identidad y la masificación son cosas con las que convivimos todos los días. A veces las miramos, y casi parece que son ancianos que llevaran toda su vida ahí, congelados, en esa postura, y nos gustaría sentarnos a su lado y dejar que nos contaran su historia, algo que reconocemos como imposible y eso nos deja un poso de tristeza porque no podemos ayudarles.


Obras que representan el cuerpo como una unidad cohesionada en la que los elementos formales y los psicológicos son independientes del material que da forma a unas figuras capaces de modificar nuestro estado de ánimo y de “darnos el coraje de ir a cualquier lugar y de ser alguien sin vergüenza y sin temor”, como dice el crítico de arte y artista, Robert C. Morgan, quien también afirma que Beaumont “es un artista que busca mostrar algo muy real, un momento en el tiempo que contiene un momento emocional muy concreto”. Son magníficos ejemplos de dignidad, de la importancia que tenemos como seres humanos.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Sospecho que mi marido es una planta (Emilio Méndez, Teatro De Mente)

Lo primero que tengo que decir es que mi opinión, una vez vista la obra, no coincide con la de otras personas con las que compartí el patio de butacas y que salieron encantadas del espectáculo, así que cabe perfectamente la posibilidad de que el raro sea yo, pero lo cierto es que, para ser sincero, me aburrí más que mucho.

Este montaje es uno de los primeros de este grupo recién llegado al panorama del teatro profesional asturiano, y que, por las noticias que tengo, está formado por gente joven licenciada recientemente por la Escuela Superior de Arte Dramático de Gijón. El texto está escrito por Emilio Méndez, también director del montaje y actor en el mismo, y el que a mí me pareció que tenía una mejor presencia escénica, siempre dentro de los cánones de club de la comedia que de lo que deberían de ser cánones estrictamente teatrales. Sus compañeros estuvieron sobre el escenario pero no nos dejaron ni un momento de verdad, apoyando sus acciones en lo meramente externo, y sin que los momentos que se suponían de mayor dramatismo me movieran a implicarme emocionalmente con ellos debido a una sensación de falsedad. Eso sin hablar de la falta de registros vocales y de que a la chica costara trabajo escucharla con claridad desde el patio de butacas.

Un texto que pretende entrar en el terreno del teatro del absurdo, al plantear la boda de una mujer, aquí interpretada por un hombre que hizo gala de todo el amaneramiento del que fue posible sin caminar en ninguna dirección concreta, con una planta. Mujer-hombre que luego se transmuta en hombre homosexual con una escena imposible en medio de la selva feraz, con unos desnudos francamente prescindibles por injustificados, y que se quedaron en nada cuando ya con la obra acabada, uno de los actores enseñó su pene al respetable haciendo unos comentarios acerca del tamaño (al parecer menguado por el frío) mientras nos animaba a que hiciéramos aquello que realmente nos apetecía hacer, y que tal vez suponía que tenía que ver con andar por ahí enseñando los genitales a discreción.

Se salva y mucho, la escenografía muy efectista, muy bien trabajada, que cumple su función con eficacia, y apoyada en un buen juego de luces que produce unas ambientaciones también eficaces, más teniendo en cuenta las pequeñas dimensiones del escenario.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Leu Yee-Chang

Esos tiempos pasaron. Todo lo que había entonces desapareció.

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Él recuerda esa época pasada. Como si mirase a través de un cristal cubierto de polvo, el pasado es algo que puede ver, pero no tocar. Y todo cuanto ve está borros y confuso.

martes, 17 de noviembre de 2009

Woody Guthrie, las canciones de los desheredados



Este prolífico cantautor norteamericano es el genuino representante de un folk nacido en las llanuras del medio oeste y que adquiere su carta de naturaleza en el oeste, siguiendo una vía de compromiso con todo tipo de causas sociales y desde un punto de vista político vinculado a las ideas comunistas y anarquistas, siempre saliendo en defensa de los más débiles, de los obreros en paro, de los granjeros desplazados, de los huelguistas. Su compromiso antifascista lo dejaba meridianamente claro con el lema que llevaba en su guitarra: This machine kills fascists (Esta máquina mata fascistas)

Woodrow Wilson Guthrie nació un 14 de julio de 1912 en Okemah, en el estado de Oklahoma, debe su nombre al del presidente de los Estados Unidos elegido ese mismo año. Nace en el seno de una familia que vivía de un negocio que se vio afectado por la crisis del 29, en lo que fue uno de los primeros reveses que viviría la familia, y que vino seguido del fallecimiento de su hermana en un accidente, y el internamiento en un psiquiátrico de su madre.

A la vista de la situación, Guthrie decidió, a los 19 años, trasladarse al estado de Texas en busca de mejores condiciones de vida, y allí oficiaría el primero de sus tres matrimonios, y sus inicios en el mundo de la música de la mano del The Corn Cob Trio, sin mucho éxito. Allí le tocó vivir uno de los mayores desastres ecológicos de la historia y que recibió el nombre de Dust Bowl. Sucintamente, explicar que el fenómeno vino provocado por un largo periodo de varios años de dura sequía, sobre unos terrenos que habían sido sobreexplotados, lo que hizo que el viento se llevara por delante, provocando auténticas tormentas de arena, la tierra que cultivaban los campesinos, lo que provocaría un éxodo humano muy importante dentro de los Estados Unidos.



Eso colocó a Guthrie en el camino de la ciudad de Los Ángeles, y en su libro de memorias Rumbo a la gloria (1943), cuenta como se vio obligado a viajar sobre el techo de uno de los vagones del tren junto a tres amigos, escapando de una pelea en el vagón provocada por el hacinamiento. Con la guitarra como compañera inseparable, Guthrie recorrerá todo el país siempre perseguido por el fantasma de una acuciante pobreza, y conocerá de primera mano las difíciles condiciones de vida de los trabajadores del país.

Ahí está la raíz de su conciencia social, de su compromiso por ayudar en lo posible a conseguir un mundo mejor. Eso queda patente en sus canciones, en las que canta a la desolación, al sufrimiento, a las miserias económicas y morales, lo que le convirtió en el “trovador de los pobres”, como le califica Manuel de la Fuente en un artículo publicado en el periódico ABC.

Siempre dispuesto a acudir con su guitarra para dar apoyo a las reivindicaciones obreras, siempre con el aspecto de alguien que hace tiempo que come en condiciones, para hablar en contra de la opresión, de la represión, de la guerra. Con un estilo en el que se dan la mano sonidos llegados desde la verde Irlanda y del blues negro “sus baladas disparaban tanto contra la guerra imperialista y el desempleo, como sobre los huelguistas, los vagabundos, los perseguidos, los represaliados y los presos. Recuperó las historias de bandidos generosos y anarquistas asesinados, pero también cantó con su voz, su armónica y su guitarra, a los niños y a los viejos, a los montes boscosos y a las llanuras desérticas de su país.” Serán los combatientes de la Brigada Abraham Lincoln los que traigan las tonadas de Guthrie a España durante la Guerra Civil, entre otras, la archifamosa Jarama Valley, un tema que se basa en la canción Red River Valley, y que fue el auténtico himno de la brigada de soldados norteamericanos, cuyos supervivientes tantos problemas tuvieron a su regreso a su país al término de la Guerra Civil Española.



Ya en los años 60, Guthrie murió en 1967 del mal de Huntington, el mismo que había matado a su madre, cantantes como Dylan, Bruce Springsteen o John Mayall, empezaron a seguir los pasos que Guthrie había ido dejando sobre las carreteras polvorientas de la América profunda, o en los vagones en los que los empobrecidos campesinos viajaban como ganado. Hoy, paradojas de la vida, su música aparece de fondo en el anuncio de un vehículo de la marca Audi que podemos ver todos los días en televisión.

El músico norteamericano afincado en Asturias, a quien debo el descubrimiento de Woody Guthrie, Michael Lee Wolfe, ha editado hace unos meses un disco titulado Woody Guthrie Revisited, junto con la acordeonista María Álvarez (Maraya Zideco) y el percusionista Manuel Cordero, en el que se incluyen 16 de los temas más conocidos de Guthrie, y que demuestra que el espíritu de este “trovador de los pobres” sigue más que vivo.

Donde haya niños con hambre y llorando, / donde la gente no sea libre, / donde los hombres luchen por sus derechos, / allí estaré yo... (letra de la canción Tom Joad)

domingo, 15 de noviembre de 2009

Hamlet (Kenneth Branagh, 1996)


La relación que ha establecido este actor y director con Shakespeare, nos ha dejado a los aficionados a ambos mundos, el cinematográfico y el teatral, un puñado de películas realmente apreciables, y un claro ejemplo de ello es este Hamlet convertido por valor propio como la mejor adaptación contemporánea de la genial tragedia del genio de Stratford upon Avon.

Branagh nos regala una versión íntegra del texto de Shakespeare (aunque también hay un montaje de dos horas de duración), en el que se rehúye el ambiente opresivo, oscuro, envuelto en una neblina constante, y lo sustituye por unos interiores plagados de luz, de color, en medio de un invierno que transcurre en un palacio real decimonónico, alejado del estereotipo de castillo medieval de Elsinore.

Una película en la que los personajes tampoco son esos seres permanentemente atormentados, sino que son personas reales con sus luces y sus sombras, capaces de mostrar generosidad, caballerosidad y poseedores de un profundo sentido del honor, que se contrapone con la capacidad para la crueldad, para provocar dolor, para la intriga más canallesca. En fin, nada que no veamos todos los días a nuestro alrededor.


Además de la soberbia actuación que nos ofrece Kenneth Branagh, se rodea de un plantel de auténtico lujo con la presencia de actores como Julie Christie, Kate Winslet, Jack Lemmon, Robin Williams, Charlton Heston, Richard Attenborough o John Gielgud, por citar a algunos. Nombres que ya nos hablan de la importancia que cobran en esta película los personajes considerados como secundarios, y que aquí son algo más que esas piezas pequeñas pero imprescindibles para que todo el engranaje funcione a la perfección.

Un texto en el que la palabra es la protagonista fundamental, todo se pone a su servicio: las actuaciones, la fotografía, la música, el vestuario…, para dar forma a una historia de suspense, no exenta de un fino sentido del humor, que mantiene todo el aspecto épico y toda la pasión que se concentra en los personajes de la tragedia, que luego da paso a una segunda parte que se vuelve más intimista, con una evolución más sosegada hasta llegar al culmen mortal y la entrada en escena del ambicioso Fortimbrás al frente de sus ejércitos.


Un final de película, recordemos que ambientada en un momento indeterminado del siglo XIX, que también parece hablar del final de una época, de la extinción de una estirpe de caballeros que tenían en el código de honor su orientación vital, que, en este caso, es la causa misma de su extinción ya que es lo que obliga a Laertes y a Hamlet a enfrentarse en mortal duelo para lavar con sangre las afrentas que el honor ha sufrido, y que servirá de excusa al ambicioso rey para buscar la forma de deshacerse de su hijastro con las funestas consecuencias que todos conocemos.


En medio de un ambiente luminoso presidido por un magnífico salón de suelos que se asemejan a un gran tablero de ajedrez sobre los que se van moviendo las diferentes piezas de la trama, Branagh nos ofrece un melodrama en el que Horacio termina condenado a vivir como protector de la memoria para que la historia de Hamlet no caiga en el olvido, y el sacrificio no haya sido en vano.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Dan ar Braz y L'Heritage des celtes

Este es mi post número 500, un cifra redonda y que no me acabo de creer del todo. Como me parece que no hay celebración que se precie que no cuente con el debido acompañamiento musical, aquí dejo unos vídeos para ponerle banda sonora al fin de semana. Gracias a todos los que me venís acompañando en esta travesía.

El primer vídeo hay que dejarlo cargar un poco para que la reproducción no se pare, la espera merece la pena.





martes, 10 de noviembre de 2009

Kroke en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo



Con la música de Kroke uno se siente en la cima de la montaña más alta, o en el valle más profundo y en medio, en lugares propicios para la calma, la meditación. Y es que cuando se escucha la música de este trío polaco, especialmente en directo, uno tiene la sensación de que se adentra en esas corrientes telúricas que circulan por el interior de la vida, y accede a dimensiones que, de otra forma, serían inalcanzables.

El pasado día 8, entre la Sociedad Ovetense de Festejos y la empresa Producciones La Ideal, fuimos muchos los que pudimos volver a emocionarnos muy profundamente con la música de esos tres genios absolutos como son Tomasz Kukurba (viola, silbidos y voz), Jerzy Bawol (acordeón) y Tomasz Lato (contrabajo).

Un concierto enmarcado dentro de la gira que están llevando a cabo por nuestro país para presentar su octavo disco, que lleva por título Out of sight, un trabajo en el que vuelven a la formación clásica de trío, dejando fuera la percusión, y que durante más de una hora y media, consiguieron ponerme la piel de gallina con su particular forma de entender la música klezmer, la tradicional de la cultura judía decimonónica, que se fusiona de una forma magistral con el jazz sobre todo, pero también con el rock, el blues, los aires españoles y muchas otras cosas.

Un concierto de Kroke con muchos conciertos en uno sólo, con muchas las sensaciones que consiguen transmitir con su música, todas las alegrías y las tristezas, más abundantes las primeras (no en vano la música klezmer acompaña a muchas de las ceremonias judías como puede ser el matrimonio), que nos encontramos en la vida, de ahí que empezara este comentario diciendo que la música se hizo vida.

Escuchar a Kroke le hace a uno consciente de que la vida sin música tendría una tristeza infinita, mientras que con ella se ilumina, nos hace sentirnos más vivos, más en contacto con la esa realidad intangible del espíritu. Kroke construye unas melodías en las que nos lleva, nos trae, nos coloca al borde del abismo y regresa para volver a recogernos con enorme suavidad y volver a dejarnos a salvo, en un territorio en el que la única tabla de salvación son los aplausos, los bravos, la sensación de haber compartido un momento que va a ser inolvidable.

En este octavo disco, con tema titulado en español (Madrugada), y en el concierto lo pudimos escuchar en vivo, Tomasz Kukurba también hace gala de un virtuosismo vocal, que tiene mucho que ver con oriente, haciendo gala de una sutileza cargada de una belleza extraordinaria, mientras su cuerpo se retuerce sobre sí mismo para dejar salir el borbotón de música que parece poseer su cuerpo.

Tres virtuosos a los que tuve la ocasión de ver en Gijón hace dos años, y que si aquella vez terminaba mi artículo tomando prestadas las palabras de Ramón Trecet que decían, más o menos, que cuando se escucha a Kroke en directo, cuando termina el concierto, inevitablemente vas a empezar a buscar donde van a volver a tocar, esta vez me ocurre lo mismo.

Una música absolutamente recomendable para estados carenciales, y no hace falta que se consulte con ningún farmacéutico. Vida en estado puro.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Sed de mal (Touch of Evil, Orson Welles, 1958)


Es imposible que una película firmada por Orson Welles deje indiferente a quien la vea. Un cine capaz de despertar adhesiones incondicionales o críticas furibundas, según el caso, algo que también ocurre con esta película a cuya dirección Welles llegó casi podríamos decir que por error, y que luego los productores mutilaron por un lado, y le añadieron escenas nuevas, incluso con actores diferentes, después. Consecuencia: fracaso absoluto en su estreno.

Welles no pudo hacer nada para evitar el desaguisado, ya que en ese momento se encontraba en España intentando levantar el proyecto de rodar una adaptación cinematográfica de El Quijote, y que luego escribiría un documento de 58 páginas en el que especificaba cómo tendría que recomponerse la película, algo que no se ha hecho hasta finales de los años 90 del pasado siglo, cuando se volvió a estrenar en los cines, y disponible en DVD desde el 2000.


Para unos una obra imprescindible de la serie B y del género negro, para otros una película que no se puede encasillar como serie B ni como género negro, para unos una obra con graves defectos técnicos, mientras que para otros es genial, y así podríamos seguir un largo rato. Sin embargo, en lo que está todo el mundo de acuerdo es que el largo plano-secuencia con el que se inicia la película es uno de los hitos en la historia del cine, y que nos prepara para todo lo que va a suceder a continuación.

Y lo que vendrá es, simplificando mucho, la contraposición entre un íntegro policía mexicano, al que da vida Charlton Heston (Mike Vargas), y un policía duro, corrupto y alcohólico, interpretado por Orson Welles (Hank Quinlan), mientras intentan esclarecer un asesinato por el procedimiento del coche bomba. A partir de ese hecho inicial, se va desarrollando una película que tiene unos escenarios tirando a pobres y unos diálogos no especialmente brillantes, pero que consigue, en parte gracias a la iluminación expresionista que tiene la película, introducirnos en una atmósfera densa, de tugurios infames, calor intenso, sudor y una sed de mal que anima a casi todos los personajes.


Aunque los protagonistas son Heston y Welles, con dos destacadas actuaciones, brilla con luz propia Marlene Dietrich, en un personaje que apenas si tiene dos apariciones en la pantalla, pero en ambas su mirada traspasa esos límites, y nos regala unos momentos inolvidables. Brilla todavía más en medio del ambiente sórdido en el que se mueven los personajes, y ante ella Quinlan recupera algo de su juventud, de su pasado antes de que un suceso trágico le hiciera deslizarse por el lado oscuro.

“Sed de mal es retorcida, oscura (casi todas las escenas suceden de noche ) y trágica. Fascina por la admirable fotografía de Russell Metty, por la inspiradísima y ya inmortal música de Henry Mancini (mestizaje puro de jazz, rock and roll y música latina ) y por el delirio visual de su expresionismo”. Así describe esta película Emilio Calvo de Mora. Y sigue: “Los decorados son mínimos. Los diálogos no brillan por su genialidad. Cómo a partir de una irrelevante narrativa o de un muy escaso atrezzo el genio de un director es capaz de crear Arte. Arte malsano, claro, pero una de esas experiencias cinéfilas imperecederas, a las que uno acude de vez en cuando porque necesita una sesión vitaminada de cine en estado puro”.

martes, 3 de noviembre de 2009

Las grosellas (Barataria Teatro)

La lección (Eugene Ionescu), Las sillas (Eugene Ionescu), Magma (Roberto Corte), Ñaque (Sanchís Sinisterra), Gasolina con capullos (Chechu García y Roberto Corte), Fin de partida (Samuel Beckett), Hasta que la boda nos separe (Roberto Lumbreras). Todos esos son montaje del grupo de El Entrego, Barataria Teatro, que he tenido la oportunidad de ver y todos ellos me parecieron excelentes.

Un grupo al que vengo siguiendo desde hace ya varios años y que me parecen de lo mejor que uno se puede encontrar en el exiguo panorama teatral asturiano. Así que en cuanto tuve una oportunidad me fui a ver Las grosellas, un texto basado en un relato corto de Chejov adaptado por el propio director de la compañía, Roberto Corte.

Una obra que ni fú ni fá, pensada únicamente para contarnos el cuento chejoviano con la disculpa de una familia muy cerca de ser disfuncional, que se reúne para celebrar el cumpleaños de la niña revolucionaria, aunque nos quedamos con la duda de si es una joven rebelde o una pija disfrazada de alternativa de subvención, y que cae en todos los tópicos de una juventud de aspecto rebelde pero que sólo se queda en malcriada.

Para poder quedarse con los euros que le corresponden por el cumpleaños, primero tiene que resistir al abuelo disfrazado de ruso contándole el cuento de Chejov, que va cayendo entre trago y trago de vodka, hasta llegar al final sin más trascendencia. Una hora de función que se pasa indiferente ante un montaje insulso en el que únicamente cabe destacar la composición de personaje que hace Silvino Torre, mientras que Jorge Moreno, Eva Vallines y Cristina Cillero tienen que lidiar con unos personajes planos y que no dan juego interpretativo digno de mención. Esperemos que haya sido un simple tropezón en una trayectoria por lo demás muy brillante.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Erich Mendelsohn (Allenstein, Prusia Oriental, hoy Olsztyn, Polonia, 1887; San Francisco, Estados Unidos, 1953)


“La obra de Mendelsohn no puede entenderse sin los materiales moldeables como el hormigón de la Torre Einstein, el vidrio curvo y el acero para su arquitectura apaisada, la luz, la imagen y la escenografía cinematográficas, las relaciones entre la música y la arquitectura, la danza, la euritmia, y las teorías del movimiento aparente del espacio, las reglas de la Gestalt, los aún desconocidos fractales, las nuevas tipologías de grandes almacenes y cines, la influencia de la Bauhaus de Mies y de Gropius en la consideración de la arquitectura como objeto, el diseño, la composición gráfica o el cine como precursor del futuro y de la vida artificial” (Mercedes Peláez López, en el prólogo de la monografía Mendelsohn, obra de Arnt Cobbers, y editada por Taschen)

Como vemos son múltiples los aspectos que se dan cita en la obra de este arquitecto genial, individualista, y uno de los padres fundamentales de la arquitectura moderna con una influencia que llega hasta nuestros días a través, por ejemplo, de las obras de Zaha Hadid, por citar a una sola figura. Nacido en el seno de una familia judía modesta, en 1921 perdió uno de sus ojos a causa de un cáncer que pudo superar, lo que le impuso una minusvalía que le impidió tener una buena percepción espacial.

Sus inicios en la educación universitaria, después de completar el bachillerato de Humanidades, primero en Comercio y luego en Economía Política, no hacían presagiar que Erich Mendelsohn iba a convertirse en uno de los arquitectos más importantes del mundo. Afortunadamente para el mundo de la arquitectura, después de esos devaneos, acabaría por centrarse en sus estudios acerca del arte de la construcción en unos años en los que en Alemania se estaba dando una pugna entre los presupuestos todavía enraizados en el neoclasicismo y los del Judgenstil, el estilo moderno.


No sería hasta después de la Primera Guerra Mundial, que Mendelsohn pudo ganarse la vida con la arquitectura, y fue durante el conflicto bélico cuando haga algunos de los diseños que luego llevará a la práctica, como fue el caso de la famosa Torre Einstein (1918-1924), en Potsdam, edificio que se convertiría en el paradigma de la arquitectura expresionista, y a la que el propio Einstein calificaría de orgánica. Un edificio destinado a albergar un observatorio astronómico con el que el genial científico alemán quería apuntalar su famosa teoría de la relatividad.

Un edificio este que resumen toda la subjetividad de su creador, su fantasía, las armonías musicales tan importantes para un arquitecto que se casó con la violoncelista, Luisa Haas, y que hacía sus dibujos bajo el influjo de la música de Bach. Un edificio dinámico, que se levanta progresivamente hacia lo alto, y en el que predominan las líneas curvas, sin aristas, con entrantes y salientes que nos sugieren la imagen del flujo y reflujo del mar en una playa. Forma, luz y materia forman tres pilares fundamentales que se aprecian en esta obra, pero también en toda la producción de Mendelsohn.


Con la llegada de los nazis al poder, iniciará un periplo vital y profesional que le llevará a Holanda, Inglaterra, Palestina y, finalmente, los Estados Unidos. En sus obras cobra un protagonismo esencial el hormigón, un material que le va a permitir conseguir los efectos que quería para sus edificios, y que luego sustituiría por el vidrio y el acero “pero se mantuvo fiel a las ondulaciones expresionistas incluso al emplear el cristal en forma de cilindro, dando lugar a las ventanas más bellas de la arquitectura racional”, dice Mercedes Peláez. Un arquitecto que conocía la obra de Mies van der Rohe, de Walter Gropius, aunque nunca formó parte de la Bauhaus, y que reconocía a Wright como uno de los arquitectos que más le influyeron.


Metidos en los años 20, Mendelsohn recibirá importantes encargos por parte de importantes firmas para construir sus edificios, bien fábricas, bien grandes almacenes, bien cines. Unos encargos que le auparon a la fama y que despertaron algunas envidias entre sus colegas. Uno de esos diseños será el que haga para los Almacenes Schoken (Stuttgart, 1926-1928) para los que diseñará una de las esquinas más dinámicas de la arquitectura, y también una de las más copiadas.

“Su arquitectura es expresionista en el sentido de que materializaba sus ‘rostros’, y él se abandona a su inconsciente, a su intuición. Ésta es radical, subjetiva, individual, poética y no es, en absoluto, ‘científicamente objetiva’ como exigía, por ejemplo, la Bauhaus. A la vez, la arquitectura de Mendelsohn ‘funciona’; se basa en el análisis de la tarea de construcción y no es una arquitectura utópica, como la de los dibujos futuristas de Sant’Elia o los expresionistas de Finsterlin o del temprano Bruno Taut.” (Arnt Cobbers)

“El artista lleva en sí mismo la constante que dirige su propio trabajo, su labor se basa en tomar partido, nunca en exigir. Su logro definitivo resulta juzgado por sí mismo tras el transcurso del tiempo… La vía por donde voy, camino forestal, calle militar o sendero para animales de carga, está fuera de toda crítica contemporánea. La tendencia de mi trabajo es ineludible e irremplazable” (Erich Mendelsohn, citado por Cobbers en la monografía citada al principio)