miércoles, 30 de marzo de 2011

The Wire



Mi encuentro con esta serie de la HBO se resume en esa frase popular que dice que nunca es tarde si la dicha es buena. Y eso es así porque The Wire la forman cinco temporadas emitidas entre 2002 y 2008 y que yo he terminado de ver apenas hace unos días.

Todavía me flota en la retina esa despedida, ese adiós reposado, sin prisa, con el skyline de Baltimore, una de las ciudades con mayores niveles de delincuencia en los Estados Unidos, dejando tras de sí el recuerdo de algunos de sus protagonistas igualados por una muerte que también les llegó despacio pero de forma inexorable.



Una serie sobre policías y narcotraficantes en esencia pero que va mucho más allá. Tanto que uno siente la tentación de calificarla de “social”, y es que el panorama que nos dibuja el ex periodista David Simon y su equipo, va mucho más allá de la eterna lucha entre los hombres de azul y los hombres de negro. A lo largo de las cinco temporadas, Simon nos ofrece un crisol complejo, real como la vida misma, sin pie a la complacencia pero tampoco a la moralina.

Un mundo de límites difusos, en el que los chispazos de honradez terminan por extinguirse por las buenas o por las malas, en un mundo en el que confluyen todo tipo de intereses particulares que hacen imposible la salvación, si ella fuera posible.



Universo plagado de carroñeros de todos los tipos y en el que uno, al menos a ratos, siente más simpatía por esos narcos que van de frente y por derecho y que tiene asumido que la muerte no es más que una regla más del juego, que por esos otros delincuentes de traje y corbata, políticos que utilizan la política para enriquecerse, habitantes de un mundo maquiavélico en el que todos están esperando la oportunidad para apuñalarte por la espalda.

La serie nos dibuja con total realismo las calles, esas esquinas que son auténticos supermercados de las drogas por las que se mueven yonquis, críos que tienen en las aceras su auténtica escuela, narcos con las armas a puntos y potentes todoterreno. Una historia desesperanzada en la que los únicos destellos de esperanza son para individuos concretos que saben coger al vuelo ese asidero frágil que les puede sacar de su mundo de oscuridad.


La policía y el mundo de los narcos, la actividad en el puerto, la política, la educación y los medios de comunicación son las patas sobre las que se basa The Wire en cada una de sus temporadas. Por todas ellas van pasando tipos ya inolvidables y con ellos sientes y padeces y, como si se tratara de una tragedia griega, te enfrentas a la cólera de los dioses.

“El destino del hombre – y tal vez el destino del mundo en general (si éste existe separadamente del destino del hombre)- depende por entero de movimientos ínfimos: un trazo de pluma, una palabra pronunciada, una llave que gira, un hacha que cae, una bala que vuela…”. Eso lo escribió Jean Kross en la novela El loco del zar, pero casi parece escrito para los personajes de esta serie, destinos que se deciden en instantes efímeros convertidos en definitivos.


A uno le gustaría sentarse a compartir una cerveza con un tipo como Sobotka, hablar de economía con Stringer Bell, tal vez sobre la vida y la muerte con Omar Little, acerca de ética y periodismo con el editor del Sun, o emborracharse con McNulty y dejar que un último tren se lleve por delante, metafóricamente, toda la desesperanza, la impotencia, la imposibilidad de pensar en los otros; o despedir a un amigo de cuerpo presente encima de una mesa de billar en el bar de siempre mientras se cantan viejas canciones irlandesas.

McNulty se baja de su coche, mira a la ciudad, ese lugar del que ninguno de sus personajes puede escapar, y lentamente esboza una sonrisa irónica. Ahí nos deja, ahí nos dice adiós y ahí está el lugar al que nos gustaría volver. Ya no es posible.

sábado, 26 de marzo de 2011

Día Mundial del Teatro 2011

La reunión de hoy es un reflejo fiel del inmenso potencial que tiene el teatro para movilizar comunidades y sortear las diferencias.

¿Han imaginado alguna vez que el teatro podría ser una potente herramienta para la paz y la reconciliación? Mientras las naciones consumen sumas colosales de dinero en misiones para la paz en áreas del mundo en violento conflicto, se le presta poca atención al teatro como alternativa individualizada para la transformación y el manejo de conflictos. ¿Cómo pueden los ciudadanos de la madre Tierra lograr paz universal cuando los instrumentos que se emplean para ellos vienen de poderes externos y aparentemente represores?

El teatro permea sutilmente el alma humana atenazada por el miedo y la sospecha, alterando la imagen que tienen de ellos mismos y abriendo un mundo de alternativas para el individuo y por consiguiente para la comunidad. Puede dar significado a realidades diarias mientras previene un futuro incierto. Puede tomar parte de la política en formas simples, directas. Al ser inclusivo, el teatro puede presentar experiencias capaces de trascender preconceptos erróneos.

Además, el teatro es un medio probado para abogar e introducir ideas que sostenemos colectivamente, y por las que deseamos luchar cuando son violadas. Anticipando un futuro pacífico, debemos comenzar por usar medios pacíficos que busquen entender, respetar y reconocer las contribuciones de cada ser humano en el proceso de conducir la paz. El teatro es ese lenguaje universal por el que podemos enviar mensajes de paz y reconciliación. Involucrando activamente a los participantes, el teatro puede hacer que muchas almas deconstruyan preconceptos y, de esta manera, da al individuo la oportunidad de renacer para hacer elecciones basadas en conocimiento y realidades redescubiertas. Para que el trato prospere entre otras formas del arte, debemos dar un enérgico paso adelante para incorporarlo a la vida cotidiana, tratando temas apremiantes de conflicto y paz.

Buscando la transformación social y la reforma de comunidades, el teatro ya existe en áreas devastadas por la guerra y entre pueblos que sufren pobreza o enfermedad crónica. Hay un número creciente de historias de éxito donde el teatro ha logrado movilizar audiencias para construir conciencia y ayudar a víctimas de traumas de post-guerra. Plataformas culturales como el Instituto Internacional del Teatro, que apunta a “consolidar la paz y la amistad entre las gentes” ya tienen existencia.

Es entonces una farsa mantenerse en silencio en tiempos como los nuestros, conociendo el poder del teatro, y dejar que portadores de armas y disparadores de bombas sean los guardianes de la paz de nuestro mundo. ¿Cómo pueden herramientas de alienación ser también instrumentos de paz y reconciliación?

Los conmino en este Día Mundial del Teatro a pensar en esta perspectiva y a adelantar el teatro como una herramienta universal para el diálogo, la transformación social y la reforma. Mientras Naciones Unidas gasta sumas colosales en misiones de paz en todo el mundo con el uso de armas, el teatro es una alternativa espontánea, humana, menos costosa y mucho más poderosa. Puede que no sea la única respuesta para traer paz, pero el teatro debe seguramente ser incorporado como una herramienta efectiva en misiones de paz.

Manifiesto del Día Mundial del Teatro, escrito por la ugandesa Jessica A. Kaahwa.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mai-Thu Perret (Ginebra, Suiza, 1976)



Resumiendo en tres los anclajes sobre los que crece la obra de esta artista suiza, diríamos que son el poso literario (estudió literatura en Cambridge), sus investigaciones sobre las comunas utópicas del siglo XIX, y el feminismo.

Tres elementos que nos ayudan a entender algo más de la obra de Perret en la que se dan la mano multitud de posibilidades artísticas, resultado de la combinación de los textos escritos, con la pintura, las instalaciones, la escultura o el video.

Multiplicidad de lenguajes con los que construye un universo multidisciplinar en el que es posible rastrear huellas del Constructivismo ruso, del marxismo, del teatro, de las religiones orientales y el ocultismo, del Modernismo y las Arts and Crafts, del Minimalismo…


Todo un complejo mundo que cobra forma en objetos, en obras de arte que ponen de manifiesto el trabajo manual que hay detrás de cada de ellas, y que le sirven para hacerse preguntas acerca del papel del artista en la creación de la obra de arte y en qué plus aporta el creador para llegar a convertir un objeto que pudiera tener más que ver con la artesanía, en un objeto artístico.

Desde 1999 viene trabajando en un proyecto bautizado como The Crystal Frontier (La frontera de cristal), que no es otra cosa que la una historia escrita por la propia Perret acerca de una comuna feminista formada por personas cansadas de la sociedad capitalista y de los comportamientos de corte patriarcal.

Esa comunidad se llama New Ponderosa y Perret va narrando lo que allí acontece por medio de cartas, fragmentos de diarios, tablas de tareas escritos por los propias integrantes de la comuna, a lo que se unen objetos que formarían parte de la producción salida de la comunidad. Ello le sirve para plantear interrogantes referidos al estatus de la obra de arte y el contexto en el que se desarrolla su producción.


Son objetos que tendrían un algo más, un valor añadido, al haber salid de un contexto utópico, y que luego Perret sitúa en el espacio expositivo a la búsqueda de crear un triángulo de relación entre ese espacio, los objetos y el espectador. En alguna ocasión se ha dicho que las historias que inventa Perret tienen un poso “melancólico, satírico pero también optimista”.

“Se inventa mundos en los que sintetiza una profusión de referencias artísticas históricas y culturales, así como un amplio abanico de géneros –incluyendo la literatura, el diseño, lo artesano y la interpretación- para explorar nuevas posibilidades utópicas y dar forma a un lugar imaginario que está fuera de la concepción lineal del tiempo”. Cita traducida de la web del MoMA de San Francisco.

domingo, 20 de marzo de 2011

Día Mundial de la Poesía

El primer día de la primavera, el 21 de marzo, también es el Día Mundial de la Poesía. Os dejo en compañía de los versos de Neruda, Lorca y Ángel González.





martes, 15 de marzo de 2011

Cafamilu, cuarenta años de vida vecinal (Alfredo Rodríguez, 2011)


Creo que esta es la segunda vez que rompo la dinámica de este blog. Esta vez lo hago para hablar del libro Cafamilu, cuarenta años de vida vecinal del que soy autor. Un libro en el que se hace un recorrido somero por los éxitos y las preocupaciones de la asociación de vecinos de la localidad de Lugo de Llanera (Llanera, Asturias, España), y que responde al peculiar nombre de Cafamilu, acrónimo de Cabezas de Familia de Lugo de Llanera.

Nombre que nos habla muy bien de la época en la que le tocó nacer. Era el año 1971, un momento en el que solo se permitía el asociacionismo precisamente a los cabezas de familia, por aquellos años la práctica totalidad varones. Lo que nació como colectivo para defender los intereses vecinales frente al proceso expropiador que daría lugar a la construcción del Polígono Industrial de Silvota, terminó derivando en un movimiento social que buscó y, en buena medida, consiguió, resolver las carencias del pueblo.

"Si en Posada [capital municipal] no había nada, en Lugo había menos que nada". La frase es de un expresidente del colectivo vecinal, con la que me ponía de manifiesto la precariedad de servicios de todo tipo que vivía el municipio en general y Lugo de Llanera en particular.

Muy pronto la asociación va a conseguir la construcción de unos llamados Salones Parroquiales que además de dar servicio a la iglesia, servirán para acoger primero a una escuela de párvulos y, después, a una biblioteca. Servicios ambos gestionados por la asociación de forma directa.

Sin duda la gestión más eficaz y que les llevó cinco años de lucha, fue conseguir tener tres días a la semana de consulta médica, lo que les hizo adquirir un bajo en propiedad para su instalación.

Precisamente en ese bajo tuvo lugar el pasado día 12 la presentación de este libro, con la presencia del presidente de la asociación vecinal, Ángel Fernández-Peña; la concejal de Cultura, Belén Rodríguez; el autor del prólogo y catedrático de Literatura, Benigno Delmiro Coto; y la del propio autor.

Un libro con el que me gustaría que sirviera para que los vecinos de Lugo conocieran su pasado como instrumento para ganar su futuro como comunidad.

domingo, 13 de marzo de 2011

Luis García Montero

Canción 19 horas

¿Quién habla del amor? Yo tengo frío
y quiero ser diciembre.

Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Yo quiero ser diciembre.

Dormir
en la noche sin vida,
en la vida sin sueños,
en los tranquilizados sueños que desembocan
al río del olvido.

Hay ciudades que son fotografías
nocturnas de ciudades.
Yo quiero ser diciembre.

Para vivir al norte de un amor sucedido,
bajo el beso sin labios de hace ya mucho tiempo,
yo quiero ser diciembre.

Como el cadáver blanco de los ríos,
como los minerales del invierno,
yo quiero ser diciembre.

*****

Déjame, pensamiento, déjame...

Déjame, pensamiento, déjame,
mañana seré tuyo,
volveré a ser tu presa.
Pero hoy,
mientras la luz araña en los árboles y pide
una oportunidad,
quiero que me recoja la inútil primavera.

A la casa del frío
regresaré mañana, cuando el tiempo
exponga sus razones
y el corazón pregunte
lo que falta por ver,
cuántos latidos
pueden quedarle para detenerse.

*****

Por septiembre...

Por septiembre
se te llenan de sótanos los labios
y es relativo el cielo
después de haberte visto preguntarle a la vida.
Pero también el cielo,
arrugado y preciso
como tu cazadora adolescente,
quiere estar entreabierto,
brillar recién amado,
descansando en la hierba
el peso de su larga cabellera de nubes.

Por septiembre
se te llenan de humo los síes en la boca.

martes, 8 de marzo de 2011

Hans-Peter Feldmann (Düsseldorf, Alemania, 1941)


“Hans-Peter Feldmann creció durante la postguerra alemana, un mundo desprovisto de imágenes. Para él las escasas imágenes que encontraba a su alrededor eran ventanas a otros mundos. Fascinado, empezó a coleccionarlas, recortarlas y pegarlas en álbumes, y ha seguido haciéndolo hasta hoy. Por eso no es extraño que cuando empezó su carrera como artista, a finales de los años 60, cubriera la parte de atrás de sus pinturas con collages de fotos (…)”

“Y eso es lo que le interesa, el espacio que se abre entre lo que son las cosas y lo que significan para nosotros. Le gusta indagar cómo llenamos de sentido imágenes y objetos en nuestro día a día.”

“El universo de Hans-Peter Feldmann es la vida ordinaria. De ahí extrae sus temas y los materiales que emplea. La cotidianidad donde inscribe su trabajo se define por oposición a otros niveles de la actividad humana, es el reverso de la moneda del espacio social capitalista tapizado de imágenes superlativas y retocadas que nos animan al consumo.”


*****


“Feldmann engaña. Parece sencillo y es muy complicado. Parece fácil de masticar y está lleno de espinas. Parece narrativo y ofrece algo opaco. Parece impersonal pero cuenta cosas muy íntimas. Luce directo y acaba siendo oblicuo.”

“Pero ante lo que hace Feldmann realmente, al cabo de un rato, nota uno que la camisa no le llega al cuerpo y oye sus propios glups y casi el leve crujir de sus sonrisas heladas.”

“En realidad, toda ella funciona por acumulación de elementos heterogéneos, niega la idea misma de «estilo» y gira en torno a la idea obsesiva, frustrante, frustrada, de la enciclopedia, el compendio, la colección, la serie.”


“En esas sigue este anti-artista, porque si Feldmann engaña, lo hace a la fuerza: para recordarnos que también, y sobre todo, engañan las imágenes con las que nos relacionamos a diario y sin mirar dos veces.”


*****

“Es uno de los artistas más representativos de la escena artística alemana de los años sesenta y setenta, y además, ha sido precursor de las actitudes apropiacionistas de finales de los ochenta. Su producción artística más reciente ha logrado mantener la actualidad del movimiento performativo de los años setenta, insertándolo en la realidad política y social de los noventa.”


“Una primera etapa de la actividad profesional de este artista se desarrolla entre 1968 y 1980. Durante este período, Feldmann produce un cuerpo de obra variado, pero coherente, que incluye una extensa serie de cuadernos de pequeño formato con imágenes aparentemente triviales reproducidas en blanco y negro, cartas, carteles, postales, hojas de periódico coloreadas, juguetes encontrados y repintados, así como reproducciones en yeso de esculturas clásicas pintadas con colores vivos.”


“Feldmann las vacía de su carácter representacional para insertarlas en otro nivel de reproducción, sin representación ni contenido, que lleva implícita una crítica al mundo del arte y la cultura. Esta actitud crítica es la que, en 1980, le decide a abandonar el circuito artístico y a abrir una tienda de recuerdos, curiosidades, objetos de segunda mano y antigüedades en Düsseldorf.”


domingo, 6 de marzo de 2011

El cementerio de Praga (Umberto Eco, Editorial Lumen, 2010)

24 de marzo de 1897

Siento cierto apuro, como si estuviera desnudando mi alma, en ponerme a escribir por orden -¡no, válgame Dios!, digamos por sugerencia- de un judío alemán (o austriaco, lo mismo da). ¿Quién soy? Quizá resulte más útil interrogarme sobre mis pasiones, de las que tal vez siga adoleciendo, que sobre los hechos de mi vida. ¿A quién amo? No me pasan por la cabeza rostros amados. Sé que amo la buena cocina: sólo con pronunciar el nombre de La Tour d’Argent experimento una suerte de escalofrío por todo el cuerpo. ¿Es amor?

¿A quién odio? A los judíos, se me antojaría contestar, pero el hecho de que esté cediendo tan servilmente a las incitaciones de ese doctor austriaco (o alemán) me dice que no tengo nada contra esos malditos judíos.

Así empieza el segundo capítulo de la última novela escrita por el italiano Umberto Eco y que ha sido definida por el periódico oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, como “una sinfonía maligna”, y sin que tampoco haya terminado de agradar a la comunidad judía el menos en Italia. Y es que el personaje principal de la novela, y el único que es inventado, Simonini es un personaje de esos que no nos termina de caer simpático pero al que, sin duda, vamos a recordar.

Amante de la buena cocina, misógino, antisemita, conspirador, asesino, falsificador y muchas otras cosas más, para intentar recuperar su auténtica personalidad iniciará una suerte de diario, que tendrá que ir completando una tercera persona, para adentrarse por los intrincados caminos de una personalidad que corre en el abad Dalla Piccola y la que da forma al capitán Simone Simonini.

Hábil falsificador se introducirá en el mundo de los servicios de espionaje y para justificar la existencia de una conspiración judía para hacerse con el dominio del mundo, utilizará Los protocolos de los sabios de Sión como fuente para redactar documentos que apoyen esa tesis. Lo inquietante del caso es que esos Protocolos existieron realmente ya que vieron la luz en la Rusia zarista de principios del siglo XX, y a pesar de haberse probado su falsedad, serán uno de los pilares en el que los nazis construirán su teoría antisemita y todavía hoy hay países árabes musulmanes en los que se les da credibilidad.

A través de los recuerdos de tan singular villano, Eco nos lleva a recorrer los caminos de la historia de un atormentado siglo XIX en Europa, desde la unificación italiana hasta la guerra franco prusiana, y los levantamientos sociales en el París decimonónico. Una novela que dispara contra todo y contra todos (la iglesia católica, los jesuitas, la política, los servicios secretos, los masones, las sectas esotéricas…) y, sobre todo, pone de manifiesto como se fue desarrollando a través de todo el siglo el antisemitismo que tan trágicas consecuencias tendría en el siglo XX.


Un texto en el que se ponen negro sobre blanco todos los tópicos del momento relacionados con los judíos, pero también con otros países europeos o estamentos sociales. Así, por ejemplo, dirá que los alemanes son “el más bajo nivel de humanidad concebible”, de los franceses que son “orgullosos más allá de todo límite”, que los curas afirman que “su reino no es de este mundo, pero ponen las manos encima de todo lo que pueden mangonear”, entre otros muchos.

En definitiva, una novela que hace transcurrir su acción por el delgado borde que separa realidad y ficción, lo que parece ser verdad de lo que es manifiestamente falso. Una novela irreverente que, sin duda ninguna, hay que leer.

martes, 1 de marzo de 2011

Cada siete olas (Daniel Glattauer, Alfaguara, 2010)

A pesar de que sueles tocarle a uno la fibra sensible. ¡¡POR FAVOR, EMMI!! Ahora terminaremos esto. Fue tu explícito deseo, y fue un deseo justo. Prometiste que no destruiríamos lo “nuestro”. Yo me fío de ti, de tu “nuestro”, de mi “nuestro” y de nuestro “nuestro”. ¡Nos veremos cara a cara en un café durante una hora! ¿Cuándo tienes tiempo? ¿El sábado? ¿El domingo? ¿Al mediodía? ¿Por la tarde?

Los que habíamos conocido el primer encuentro entre Emmi Rothner y Leo Leike, correo electrónico mediante, y su peculiar historia de amor epistolar con varias idas y venidas y ningún conocimiento real, esperábamos con cierta expectación la continuación de Contra el viento del norte en Cada siete olas.

Un libro que, igual que su antecesor, nos ofrece una prosa ágil, entretenida, sin mayores pretensiones, de lectura rápida, para seguir la peripecias sentimentales de estos dos austriacos, casada ella y en vías de iniciar una relación él, que le dan vueltas y más vueltas a sus sentimientos y a la duda sobre si estarán realmente enamorados o no.

Siendo un libro que cumple con las expectativas, no puedo evitar tener la sensación de que no era del todo necesario, que si la historia hubiera terminado en la primera novela no hubiera pasado nada. En Cada siete olas (un libro que el propio autor ha reconocido que no tenía intención de escribir y solo el éxito del primero le llevó a seguir con la historia), se le dan, en mi opinión, más vueltas de las que serían necesarias para llegar a un final que me resulta decepcionante.

Por la parte positiva, los dos personajes son reconocibles porque todos conocemos a alguien o incluso puede que nosotros mismos, que haya pasado por situaciones similares porque el amor también tiene mucho de duda, de idas y venidas hasta que se llega a un momento en el que es necesario tomar una decisión que sea definitiva o, al menos, sirva de punto de inflexión.

Porque, porque, porque… Porque no quiero que creas que quiero tener una aventura contigo. Y lo que es casi más importante aún: ¡porque no quiero tener una aventura contigo! Para tener una aventura podríamos habernos ahorrado dos años y medio y treinta y siete metros cúbicos de letras.