martes, 21 de febrero de 2012

Georg Grosz y la guerra


Autorretrato

Recientemente, Capitán Swing ha publicado en España las memorias del pintor expresionista Georg Grosz, que llevan por título Un sí menor y un no mayor. Un pintor cuya obra no se entiende sin su paso por las trincheras de la Primera Guerra Mundial, de la que salió con un fuerte sentimiento antibelicista luego reflejado en su obra al lado de su crítica social y política. Aquí reproduzco algunos fragmentos dedicados a su experiencia en el frente de batalla.

¿Qué os voy a contar de la Primera Guerra Mundial, en la que tomé parte como soldado de infantería? ¿De una guerra que desde un principio me disgustó y de la que siempre me sentí ajeno? Es verdad que era apolítico, pero en cierto modo me habían educado en un espíritu humanista. La guerra significaba para mí el horror, la mutilación y la destrucción. ¿No había muchas personas inteligentes e ilustres que en aquel momento pensaban de forma parecida?

Es verdad que al principio hubo algo así como el entusiasmo de las masas. Imposible negarlo, pues fue una realidad. Pero aquella borrachera pasó pronto, y lo que quedó fue un gran vacío. Las flores sujetas al casco y al fusil se marchitaron muy pronto, la guerra se convirtió en todo lo contrario que pretendía conjurar el entusiasmo inicial: se convirtió en suciedad y piojos, embrutecimiento, enfermedad e invalidez. Es cierto que algunos idealistas demostraron heroísmo -la entrega total a la patria-, pero eran virtudes de doble faz y, al final, ambas caras se compensaban.

La ciudad
Leyenda de invierno
No me gusta hablar del tema. Odiaba el hecho de no ser más que un número, y lo hubiese odiado aunque hubiese sido un número importante. Me gritaron tanto, que hasta encontré el valor necesario para defenderme también a gritos. Me opuse a la estupidez infame y a la brutalidad, pero siempre estuve en minoría. Fue realmente una lucha a muerte, y por mi parte no significaba más que una elemental defensa personal. Yo no defendía ni ideales ni fe alguna; me defendía a mí mismo.

En 1916 me licenciaron del servicio militar. No fue exactamente eso: dijeron que era una especie de permiso, y que al cabo de algunos meses me volverían a llamar. El Berlín al que retorné era una ciudad fría y gris. Los cafés cantantes y las tabernas funcionaban a todo tren, produciendo un contraste sobrecogedor con los oscuros y tenebrosos barrios de viviendas donde escaseaba la calefacción. Los mismos soldados que cantaban, bailaban y se agarraban borrachos de los brazos de las prostitutas, aparecían en otro lugar malhumorados, con paquetes colgándoles por todas partes y sucios todavía de la trinchera, atravesando las calles y marchando de una estación a otra. ¡Cuánta razón tiene Swedenborg, pensaba yo, cuando dice que en la Tierra se unen el Cielo y el Infierno! Aunque no creía en Dios, me resultaba difícil imaginar un mundo sin Cielo y sin Infierno.

Dibujaba hombres borrachos, hombres que vomitan, hombres que con el puño cerrado maldicen a la luna, asesinos de mujeres que juegan a las cartas en torno a una caja donde yace el cuerpo de la asesinada. Dibujaba bebedores de vino y cerveza, bebedores de aguardiente y a un hombre de mirada temerosa lavándose la sangre que llevaba pegada a las manos.

Hitler en el infierno
Dibujé soldados sin nariz, mutilados de guerra con brazos de acero que extendían unas manos como pinzas de cangrejo, dibujé dos sanitarios que envuelven en una manta a un soldado de infantería que se ha vuelto loco; a un inválido al que le falta un brazo, pero que con la mano sana saluda a una señora cubierta de medallas que le deja sobre el embozo de la sábana una galleta que acaba de sacar del bolso. Un coronel que con la bragueta abierta abraza a una gruesa enfermera. Un auxiliar del hospital de sangre que arroja a un agujero un cubo lleno de restos humanos. Un esqueleto vestido de recluta, sometido a examen médico con la intención de declararlo útil para ir a la guerra.

2 comentarios:

PACO HIDALGO dijo...

Siempre me gustó la nueva figuración alemana, y la obra de Grosz es la expresión más pesimista y destructiva de la guerra que tanto le marcó. Saludos.

Alfredo dijo...

Yo también encuentro muy estimulantes a estos artistas marcados por unas condiciones vitales muy complicadas y en un momento histórico más que agitado.

Un abrazo!!