viernes, 30 de marzo de 2012

Manifiesto del Día Mundial del Teatro


El Instituto Internacional del Teatro-ITI de la UNESCO me ha honrado con su petición de realizar este mensaje en la conmemoración del 50 aniversario del Día Mundial del Teatro. Voy a dirigir estas breves consideraciones a mis compañeros del teatro, mis pares y camaradas.

Que vuestro trabajo sea convincente y original. Que sea profundo, conmovedor, reflexivo y único. Que nos ayude a reflejar la cuestión de lo que significa ser humano y que dicho reflejo sea guiado por el corazón, la sinceridad, el candor y la gracia. Que superéis la adversidad, la censura, la pobreza y el nihilismo, algo a lo que, ciertamente, muchos de vosotros estaréis obligados a afrontar. Que seáis bendecidos con el talento y el rigor necesarios para enseñarnos cómo late el corazón humano en toda su complejidad, así como con la humildad y curiosidad necesarias para hacer de ello la obra de vuestra vida. Y que sea lo mejor de vosotros – ya que será lo mejor de vosotros, y aun así, se dará sólo en los momentos más singulares y breves – lo que consiga enmarcar esa que es la pregunta más básica de todas: “¿Cómo vivimos?” ¡Buena Suerte!

JOHN MALKOVICH

miércoles, 28 de marzo de 2012

El agujero de Helmand (Carlos Fidalgo, Menoscuarto Ediciones, 2011)


La torturada geografía de un no menos torturado Afganistán, un país imposible, tumba de multitud de ejércitos que a lo largo de los siglos intentaron dominarlo sin terminar de conseguirlo nunca ninguno, es el espacio en el que se mueve un pelotón de marines de los Estados Unidos encargados de mantener un peñasco al que llaman La Roca.

Una roca desde la que dominan, visualmente hablando, el serpentear de un río condenado a no encontrar nunca el mar, mientras el viento, el polvo y la arena son los amos de un paisaje desolado, de una tierra inmisericorde que guarda más esqueletos de la historia que ningún otro país.

Polvo, sudor y muerte se dan cita en esta novela de apenas cien páginas, ganadora del periodista del Diario de León Carlos Fidalgo y galardonada con el Premio Tristana 2010. Una novela precisa como el disparo de un francotirador, con frases que salen disparadas como ráfagas de las armas automáticas de unos estadounidenses en medio de un país hostil, un lugar que no comprenden y en el que más que extranjeros son el enemigo.

Unas tierras duras que mantienen la memoria de Alejandro Magno y sus intentos de llegar al océano del que le había hablado su maestro, de los rusos que vivieron su Vietnam particular y de los estadounidenses presencia ultramoderna estrellada en los mismos villorrios espectadores mudos (el silencio es una clave importante de la novela) del desastre de los ejércitos más poderosos.

Geografía inmisericorde en el que el tiempo tiene sus propias reglas, su propio devenir capaz de atraer con particulares cantos de sirena a aquellos humanos ajenos a ella y el misterio se cierne sobre los páramos mientras el tiempo entra en una espiral capaz de absorberlo todo y devolver únicamente los restos del naufragio.

“Las guardias en La Roca duran dos meses. Dos meses largos. Durante ese tiempo, un mismo pelotón se encarga de otear el horizonte, día y noche, y es lo único que tiene que hacer. Sé que antes o después nos va a tocar a nosotros. Lo sé desde que encontramos el cementerio. Pero después de la emboscada, empiezo a pensar que quizá no sea tan malo”. 

domingo, 25 de marzo de 2012

Norman Rockwell, el ilustrador de una nación


Girl with black eye (1953)
“Rockwell pintó el sueño americano mejor que nadie” (Steven Spilberg). Seguramente por eso Norman Rockwell (Nueva York, 1894 – Stockbridge, 1978), todavía es hoy en día el artista estadounidense más conocido por sus compatriotas y más apreciado. Porque supo retratar la psique colectiva del país como nadie, de un modo ameno, divertido, irónico, pero también crítico en el reflejo de esa otra cara del país relacionada con el racismo y la desigualdad.

The runaway (1958)
Freedom from want (1943)
Rockwell creció en contacto con la naturaleza, con un padre al que le gustaba salir a pintar al aire libre los domingos, siguiendo un poco la estela del abuelo de Rockwell al que parece que también le gustaba pintar. Padre e hijo compartían el dibujo de portadas de revistas, y mientras el padre leía a la familia las obras de Dickens, el joven Rockwell iba dibujando a los protagonistas de las mismas, según se cuenta en este artículo.

Así las cosas parece que el joven no iba a tener otra vocación que la de ilustrador, como así fue. De hecho dejó la secundaria para aprender en serio la técnica que le haría famoso, y muy pronto despertó la atención del director de una revista de los Boy Scouts, pero lo que quería Rockwell era trabajar para el Saturday Evenig Post. Sin pensárselo gran cosa se presentó en las oficinas de la revista y el director se quedó impresionado por el talento de aquel joven ilustrador y en 1916 dio comienzo una relación que se mantendría hasta 1963, dejando para la historia más de 300 portadas.

Durante el periodo de la Primera Guerra Mundial, se alistó en la Armada y allí trabajará en publicaciones de la Marina estadounidense, dando muestras de un compromiso con su país que volverá a ponerse de manifiesto durante la Segunda Guerra Mundial, con la confección de algunos carteles animando al pueblo estadounidense a contribuir al esfuerzo de guerra.

The art critic (1955)
Con breves paréntesis, Rockwell puso su talento al servicio de unas imágenes tiernas, cotidianas, de esas que uno ve y siente inmediatamente que le suenan de algo, y eso sin ser siquiera estadounidense o saber quien es el autor de las mismas. Imágenes de niños que salen corriendo de un lugar en el que está prohibido bañarse, una niña de aspecto travieso y con un ojo amoratado espera en el pasillo de su colegio una probable reprimenda, o un crío con aspecto de haberse fugado de su casa está desayunando en un bar mientras habla con el camarero y un policía.

The connoisseur (1962)
Son algunas de las escenas cotidianas, la mayor parte de ellas construidas a partir de fotografías compuestas por el propio Rockwell o de historias de su propia infancia o adolescencia o relatadas por otras personas. En ese poso de realidad está la esencia de una escenas que si algo son es eso, reales, pero no por ello tienen menos valor artístico.

The problem we all live with (1964)
No fue ajeno a lo que estaba aconteciendo en su país en las décadas de los 50 y 60 en relación al racismo y a los conflictos entre blancos y negros, situación que criticó poniéndose del lado del débil lo que le valió, como no, algunas críticas airadas de sectores reaccionarios. Especialmente llamativa es esa obra en la que se ve a una niña negra, vestida de un blanco luminoso, acompañada por cuatro adultos, podríamos decir que guardaespaldas, mientras pasa por delante de una pared en la que se lee la palabra despectiva “nigger", u otra en la que un blanco está ayudando a un negro que parece haber recibido una paliza.

Southern justice (1965)
Imágenes en general optimistas, llenas de vitalidad que no hacen sospechar la travesía del desierto particular de un hombre que sufrió depresiones y una baja autoestima acerca de su propia obra.

Fuentes consultadas:






martes, 20 de marzo de 2012

Louise Lawler, la fotografía del espacio


Nacida en Bronxville, Nueva York, en 1947, Louise Lawler empieza a desarrollar su carrera artística a finales de los años 60, momento en el que deja la universidad y se instala en Manhattan. Ahí empieza un desarrollo artístico a lo largo del cual se viene centrando en destapar algunos de los mecanismos que están detrás de lo que podríamos llamar la industria artística.

Y eso a través de unas fotografías que tienen mucho de irónico, de sacar a la luz situaciones que en muchas ocasiones están ocultas para el espectador. Indaga a través de sus fotos en las razones por las que las obras de arte se sitúan de una determinada manera en las galerías, en las paredes de los museos, en las casas de los coleccionistas, en las de subastas, para descubrir que nada es inocente, que todo obedece a algún tipo de razón aunque nos sea incomprensible.


En realidad las fotos que hace Lawler de obras de artistas de gran relevancia (Warhol, Richter, Mondrian, Koons…) más que hacer que nos fijemos en la obra, lo que consiguen es que nos fijemos en el entorno, en lo que las rodea, en los lugares que las acogen. Imposible que no llame la atención ver un Mondrian colocado detrás de un armario, un conejo de Koons valorado en 80 millones de dólares situada encina de una nevera, o ver como una mujer lleva en las manos una escultura de Picasso como si llevara un objeto totalmente anodino.


Como escribe Birgit Pelzer: “Inmovilizando las operaciones de inclusión y exclusión, de reunión y de ruptura, las imágenes de Lawler revelan una forma personal de relacionarse con las obras de otros artistas para, a partir de ellas, crear su propia obra.”


Y luego añade: “Más allá de la puesta en duda de los poderes, los sistemas, las autoridades, existe el lugar singular que estos fríos análisis dan a una actividad de la mirada singular, una sensibilidad sin pathos, sin nostalgia, sin lamentos, sin militancias, que no propone la adhesión a ninguna postura, sino más bien una visión llena de perplejidades, una constatación funcional de la nueva gestión de los asuntos simbólicos, las aventuras frágiles de una relación en el presente marcada por la separación.”


En su caso Lawler no toma partido pero nos deja un conjunto de fotografías en las que predomina la ambigüedad, y en las que habla de las relaciones del arte con “los mecanismos económicos del deseo, el intercambio, el prestigio, el género y el poder”, en palabras de Todd Alden.

domingo, 18 de marzo de 2012

Miriam Schapiro, conciencia de mujer artista

The Twinning of Adam and Eve in the Garden of Eden (1989)
Connection (1978)
Aunque nacida en Canadá en 1923, se la conoce como una artista genuinamente norteamericana ya que en Estados Unidos hizo sus aprendizajes artísticos y sigue desarrollando su carrera. Animada por su padre, también artista, desde muy joven empezó a estudiar arte y ya no dejará de explorar ese mundo, a pesar de que tardará unas tres décadas en dedicarse al arte a jornada completa.

En 1946 contrae matrimonio con el también artista y profesor Paul Branch y el primer destino de la pareja será la ciudad de Nueva York. Por esos años, Schapiro estaba realizando cuadros dentro de la órbita del expresionismo abstracto aunque con un mayor contenido lírico, sin embargo, su condición de mujer va a ser un impedimento para que el grupo expresionista a reconozca como a una igual a pesar de que alcanza un buen nivel de éxito.

La toma de conciencia definitiva le llegará en California, estado al que se habían trasladado por una oferta laboral que había recibido su marido. Estamos hablando de los años 70, y del momento en el que Schapiro toma conciencia feminista y junto con Judy Chicago pondrá en marcha el Programa de Arte Feminista en el California Institute of Arts, dirigido exclusivamente a mujeres y en el que tomaron parte 21 alumnas en la primera edición.

Fanfare (1958)
High Stepping. Strutter I (1985)
De ese programa saldrá uno de los proyectos de mayor relevancia posterior para el arte etiquetado como feminista. Fue la muestra Womanhouse (1972). El grupo “ocupó” una casa antigua y en cada habitación cada una de las alumnas o un grupo de ellas desarrolló una intervención con absoluta libertad creativa, que trascendió el puro ámbito universitario hasta conseguir un amplio eco incluso internacional.

La propia Schapiro cuenta en una entrevista con Ruth Bowman, como después del trabajo se reunían todas para poner en común sus sensaciones: “En esa mansión abandonada, nos sentábamos en el suelo, teníamos nuestro tiempo para hablar, y después pasábamos la mopa y lo dejábamos todo limpio. Pero cuando hablábamos en la cocina aparecía el drama, al menos yo lo recuerdo así. Todas contaban cómo habían crecido al lado de su madre y las experiencias que habían tenido en la cocina (…) En última instancia daban una descripción de cómo habían sido sus relaciones con su madre”.

“Cuando entrabas en la Womanhouse para ver las performances o para caminar por las habitaciones, inmediatamente te dabas cuenta de que estabas viendo algo que nunca se había visto antes en el arte mundial”, cuenta Schapiro en la misma entrevista.

Costume for Mother Earth.
Desde un punto de vista artístico, Schapiro, una vez dejada atrás la fase expresionista, desarrollará una serie de obras en las que el collage y el ensamblaje son las técnicas fundamentales y a las que bautiza como “femmages”. Bajo ese nombre se incluyen obras coloristas formadas a través de lazos, botones, tapetes de te, lentejuelas para crear unas composiciones que remiten a los trabajos asociados tradicionalmente a las mujeres.

Otras veces dará forma de vestido o de abanico a sus obras, siempre con el color como protagonista fundamental y con un sentido de la búsqueda de la identidad femenina.

“Schapiro fija el término femmage para referirse al trabajo de mujeres anónimas, esas que han sido excluidas del arte con mayúsculas. La obra de Schapiro desde los setenta hasta hoy es una carrera por rescatar esas imágenes marginalizadas de la cultura femenina y a las mujeres artistas de la invisibilidad”, tal y como se afirma en el artículo Mariam Schapiro: Works on Paper, a Thirty Year Retrospective.

martes, 13 de marzo de 2012

Judy Chicago, pionera del arte feminista

Probablemente Judy Chicago (Chicago, Estados Unidos, 1939), sea la primera mujer artista a la que se haya etiquetado como artista feminista toda vez que ella fue una de las primeras mujeres en reivindicar la historia de las mujeres y el rechazo a esquemas culturales de raíz patriarcal construidos para mantener a la mujer en una posición secundaria en relación al hombre. De hecho esta artista va a ser la primera en desarrollar un programa de arte feminista en los Estados Unidos, concretamente en la Universidad Estatal de California.

Ese es uno de los hitos en la carrera de una artista que ya a los tres años recibía clases de dibujo y a los cinco tenía absolutamente claro que lo que quería hacer en la vida era vivir del arte. Esa fue la motivación que la va a llevar primero al Art Institute de Chicago y luego a la Universidad de UCLA.

La relación entre arte y política visible en la obra de Chicago a lo largo de los años, tiene su punto de arranque en la figura de su padre, un rabino de izquierdas, militante del Partido Comunista de los Estados Unidos, y un hombre muy sensibilizado acerca de los derechos de la mujer y de los trabajadores. Esa militancia política va a traer muchos problemas a la familia en los años 40 y 50, especialmente durante la época del macartismo.


Otros momentos personales de especial intensidad emocional van a tener su reflejo en las formas artísticas de Chicago. El primero será el fallecimiento de su primer marido y, años más tarde, el de su hermano y madre. Ya viuda, nuestra protagonista decidió dejar de utilizar el apellido familiar y el de su marido, en una búsqueda de su identidad como mujer y como artista, más allá de unas denominaciones que vienen dadas por herencia, por matrimonio y, en última instancia, por convenciones sociales.


Después del fallecimiento de su marido, Chicago se embarcó en la creación de una serie de obras de arte abstractas en las que es posible reconocer órganos sexuales tanto masculinos como femeninos, tomando como motivación los roles diferenciados según sexo y la construcción de las respectivas identidades.


Ya en los años 70, cuando el movimiento feminista esté cogiendo auge, Chicago trabajará durante varios años, concretamente entre 1974 y 1979, con la ayuda de algunos cientos de voluntarios, en la impresionante The Dinner Party, una reinterpretación de la Última Cena con un claro trasfondo feminista. Así, utilizó una estructura de triángulo equilátero para la mesa, forma que remite a la igualdad entre todos, además de remitir a las representaciones antiguas de la vulva femenina.


La mesa está preparada para acoger a 39 comensales, todos ellos mujeres, y cada una con un sitio reservado con su nombre. Se trata de nombres de mujeres artistas, diosas, activistas y mártires. La mesa se apoya en una base de azulejos pulidos en los que se escriben, con letras doradas, otros 999 nombres de mujeres. El hecho de colocar 13 comensales por lado tampoco es casual, sino que alude por un lado al número de personas presentes en la Última Cena y, por otro, al número que en la Edad Media se consideraba que formaban parte de las comunidades de brujas.

La maternidad será otro de los temas a los que Chicago dedique otra de sus obras de mayor relevancia. Se trata de The Birth Project (1980-1985), una obra que busca exaltar el papel femenino de la maternidad negado en la creación del mundo según la narración del Génesis, en el que se cuenta que Dios creó a Adán de la nada, algo que Chicago considera como una negación del papel fundamental que tiene la mujer en el desarrollo de la humanidad. Son en total un centenar de paneles a través de los cuales explora la construcción del concepto de lo masculino y como los roles de poder han afectado a los hombres.

Ese trabajo empezó a cobrar forma después del fallecimiento de su hermano y de su madre, y se puede ver como un homenaje, un sentido recuerdo a la figura materna y a la importancia simbólica y real que tenía y tiene la maternidad en las sociedades tradicionales.

The Holocaust Project está formado por dieciséis obras de gran formato, en las que, como es habitual en la obra de Judy Chicago se combinan diferentes técnicas artísticas, supone la revisión de su pasado como judía, de la historia de su pueblo, espacialmente de la Shoah, que es como los judíos aluden a la barbarie de los campos de concentración nazis, y que Chicago fusiona con la matanzas sufridas por los indios americanos a manos de los blancos, la guerra de Vietnam, fusión que no fue bien comprendida por la comunidad judía norteamericana, lo que no impide que estemos ante una obra poderosa y de profundo significado.


De las primeras obras minimalistas, a las que entran en el terreno de lo conceptual, las performances a las obras de gran formato en las que cabe la pintura, la escultura, el dibujo, el grabado, la pintura china y otras técnicas muy relacionadas con el papel tradicional de lo femenino como pueden ser la cerámica, el tejido o el punto, lo que Judy Chicago pone de manifiesto es un compromiso inquebrantable con sus ideas, con la defensa a ultranza de los derechos de las mujeres.


En definitiva, se trata de estudiar y de conocer los roles de hombres y de mujeres, conocer los mecanismos que se esconden detrás de esas construcciones culturales para, desde ahí, crear una identidad propia femenina, una teoría crítica con los modelos imperantes para hacer un camino que lleve a las mujeres a superar esos roles y encontrar su verdadera personalidad, su auténtico lugar en el mundo, en este caso a través del arte y del discurso ideológico, simbólico y concreto subyacente en toda su obra.

domingo, 11 de marzo de 2012

Jorge Luis Borges


LABERINTO

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino
como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
de interminable piedra entretejida.
No existo. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.


LAS COSAS

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido
no sabrán nunca que nos hemos ido.


DE QUE NADA SE SABE

La luna ignora que es tranquila y clara
y ni siquiera sabe que es la luna;
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara.
Las piezas de marfil son tan ajenas
al abstracto ajedrez como la mano
que las rige. Quizá el destino humano
de breves dichas y de largas penas
es instrumento de Otro. Lo ignoramos;
darle nombre de Dios no nos ayuda.
Vanos también son el temor, la duda
y la trunca plegaria que iniciamos.
¿Qué arco habrá arrojado esta saeta
que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?

miércoles, 7 de marzo de 2012

Robert Johnson: el diablo en las cuerdas


Cuentan los viejos músicos negros del sur de los Estados Unidos, esa zona en la que ser músico y negro es ser dos veces negro, según ha dejado dicho B.B. King, que si quieres ser un buen músico tienes que coger tu instrumento, dirigirte a medianoche a un cruce de carreteras y empezar a tocar. Entonces una gran sombra negra vendrá a tu lado, tocará tu instrumento y a partir de ese momento sabrás que has vendido tu alma al diablo para tocar como ningún otro ser humano va a ser capaz de hacer.

Esa es una de las múltiples leyendas que rodean a la figura de Robert LeRoy Johnson, un bracero pobre nacido en el estado de Misisipi en 1911. Hijo ilegítimo, tendrá una infancia marcada por el nomadismo tanto de residencia como de amantes de su madre, un escaso paso por la escuela y un enorme amor tanto a la música como a las mujeres.


Dos aspectos estos últimos que serán determinantes en su devenir vital. Primero empezó con la armónica, instrumento con el que parece que consiguió un buen nivel aunque lo que él quería era ser guitarrista. Así, empezó a acudir a los bailes que se celebraban los sábados por la noche en lugares en los que tocaban músicos excepcionales, había tipos de mirada torba y puños rápidos y mujeres de moral distraída.

Un ambiente perfecto para un joven Robert Johnson casado y viudo con 17 años, después de que su mujer un poco más joven que él muriera en el transcurso del parto junto con el niño. Ike Zinnerman fue uno de los músicos que tuvo Johnson como maestro y en alguna ocasión explicó que nuestro músico estuvo desaparecido como cosa de un año y que a su regreso tocaba la guitarra de una forma increíble, sin que nadie lograra encontrar explicación a ese hecho.

Sea como fuere, Johnson terminaría por convertirse a pesar de su fallecimiento, al parecer envenenado con estricnina por un marido celoso, en 1938, en el rey del blues del Delta y con una influencia que ha trascendido el tiempo para llegar a artistas de la talla de Bob Dylan, Eric Clapton, los Rolling Stones, Jimmy Hendrix, Led Zeppelin o The Yardbirds, por citar solo algunos.



Un bluesmen capaz de sacar de su guitarra unos sonidos que no se habían escuchado nunca antes, de llevar al slide (esa guitarra que se toca con un tubo metálico) a terrenos casi inexplorados hasta ese momento. A eso se unió una prodigiosa forma de cantar, con unos agudos impresionantes y unos textos en los que Johnson daba rienda suelta a sus obsesiones, sus miedos, sus pesadillas siempre alrededor de la fragilidad de la relaciones humanas, de amores que se acaban y demonios que nos acechan.


Para la historia ha dejado auténticos himnos del blues como son Sweet Home Chicago, Love in Vain, Hellebound in Trail o Cross Road Blues. Canciones que forman parte de las 29 que dejó grabadas en sendas sesiones que tuvieron lugar en 1936 y 1937, todas ellas piedras angulares de la historia del blues y bases del nacimiento del rock and roll como así han sido reconocidas por todos los grandes.

La leyenda continúa y nos dice que si empezó a aprender los rudimentos del blues sentado encima de una lápida, su cuerpo luego sería enterrado en un ataúd de pino en una tumba anónima. Seguro que ese día entró por las puertas del infierno tocando algunos de sus temas y hoy sigue volviendo a alguno de aquellos cruces polvorientos y en las noches de luna llena su música le devuelve a la vida.


domingo, 4 de marzo de 2012

Elizabeth Peyton, retratos desde la memoria


Ben Drawing.

“Como santos nacidos de un Greco que hubiera cambiado las visiones sacras por el pastilleo, amanecen con la violenta resaca de una noche al raso, esclerotizados de venenos y, al mismo tiempo, morbosos de fragilidad sin sentimentalismo”. Así definía Julio Valdeón Blanco, en las páginas del diario El Mundo, los personajes retratados por los pinceles de la norteamericana Elizabeth Peyton (Danbury, Connecticut, 1965)

David Hockney.
Una pintora que empezó a hacerse un nombre al amparo del regreso a la figuración que inició el mundo pictórico en los primeros años 90. A partir de ese momento su arte entra en una fase de madurez que la ha llevado a convertirse en una de las retratistas de mayor éxito artístico y comercial.

Gladys Presley y Elvis.
Eso gracias a una particular combinación de dibujo, fotografía y pintura, para dar nacimiento a unos retratos nacidos del recuerdo de la propia artista, de los dibujos realizados por ella y de fotografías tomadas de los medios de comunicación o llevadas a cabo por Peyton. Con todo ello forma la base de la saldrá el retrato.

Michelle y Sasha Obama listening to Barack Obama
at the Democratic National Convention august 2008.
Son personajes vinculados al mundo del arte, de la historia, de la música pop, la política o la monarquía británica a los que sitúa en posiciones que poco o nada tienen que ver con la actividad profesional que les ha dado la fama. Así en sus cuadros caben los hermanos Gallagher, Napoleón, los hijos de Lady Diana o la familia Kennedy o los Obama.

Larvis and Liam samoking.
Figuras estilizadas a la manera de un Greco, con una paleta pop a lo Andy Warhol o David Hockney, en las que resalta la ambigüedad, un cierto aire andrógino, de sexualidad ambigua, que aparecen reclinadas, sentadas, fumando, de muchas formas menos posando para la artista. Personajes que viven en el aire de sus cigarrillos, en los márgenes de la fama y las barras de labios capaces de provocarnos una reacción emocional intensa, de hacernos pensar en la relación que mantenemos cada uno de nosotros con cualquiera de esos personajes.

Little Em.
“No estoy únicamente interesada en sus cabezas. Es su cuerpo y su cara y sus ojos”, le dice Peyton a David Shapiro en esta entrevista, en la que también reconoce que sus pintores favoritos son Warhol, Sargent, van Dyck, Goya, Velázquez, Manet, Hockney y Karen Kilimnik.

Kurt.
Cierro este artículo de nuevo con las palabras de Julio Valdeón: “Sorprende que la evangelista del pop desmaquillado, accesible e intenso, no recibiera antes los galones. Embajadora de una sentimentalidad plenamente contemporánea, sus cuadros viajan entre el fogonazo público y la fontanería íntima. El culto a la litografía del héroe y el contrachapado de la celebridad no evita que indague en las convulsiones del yo, lejos del inquietante fanatismo que convirtió a Warhol en pelele”.