miércoles, 28 de agosto de 2013

Tsotsi (Gavin Hood, 2005): un pasado infeliz, un presente criminal y un futuro incierto



En esos tres pasos se puede resumir la historia de Tsotsi, un joven de 19 años criado en la calle y residente en uno de los barrios marginales de la ciudad de Johannesburgo, donde lidera una banda junto con otros tres jóvenes igual de inadaptados que él.


Un líder que ni siquiera tiene nombre, únicamente responde a la palabra Tsotsi, un término que se utiliza en el lenguaje de la calle para designar a un gangster o un matón, y es que nuestro personaje quiere olvidar todo lo que alguna vez significó algo para él empezando por su nombre y, como descubriremos más adelante, razones no le faltan.


Marcado por una dura infancia, muy pronto se ve obligado a dejar atrás su infancia de una forma traumática y eso marcará su miedo y la violencia que desarrolla como coraza para no mostrar a los demás el terror que viaja con él, su inseguridad, su, en definitiva vulnerabilidad.


En un medio duro de la pobreza de los extrarradios de las grandes ciudades sudafricanas, no es posible mostrar debilidad y eso le llevará primero a dar una terrible paliza a uno de los miembros de su banda, Boston, un chaval que llegó al ghetto después de otra experiencia traumática, y después a robar un coche en un barrio de lujo, acontecimiento que todavía no lo sabe, pero que cambiará su vida para siempre.



Sin desvelar ningún detalle que le estropee la película a nadie, decir que ese robo, paradójicamente Tsotsi no sabe conducir y enfrentarse a un coche de cambio automático va a ser complicado, le va a llevar a recorrer algunos caminos sobre los que había dejado crecer la hierba y se va a ver retrotraído a un mundo en el que se encuentran todas las razones que le han llevado a ocupar un lugar marginal.


Ahí se abre un proceso irreversible que le pondrá en contacto con una nueva y desconcertante realidad a través de la cual ya no podrá transitar con el mismo equipaje de antes. Veremos así una nueva realidad del barrio marginal, esa que marca que en medio de la pobreza y de la violencia también hay gente que intenta hacer lo correcto y poner un poco de color en su vida, de mantener una dignidad conmovedora.


La película toma como base la novela de Athol Fugard del mismo título publicada en 1980, y en 2005 fue galardonada con el Óscar a la Mejor Película Extranjera y estuvo nominada al Globo de Oro del año siguiente en la misma categoría. Reconocimientos merecidos a una historia de pobreza, violencia y no exenta de un mensaje positivo por cuando que a ratos la cinta deja en el aire pequeñas notas de color en medio de un paisaje lleno de marrones.



Nota al pie: Ya solo faltan 9.

lunes, 26 de agosto de 2013

Stanton MacDonald-Wright, cofundador del Sincronismo

American Organization.

Decíamos en el artículo inmediatamente anterior a este, que MacDonald Wright (1890-1973) y Morgan Russell habían sido los pintores que desde París, dieron carta de naturaleza a un movimiento de vanguardia que se conoció como Sincronismo. Eso fue en París gracias al contacto con algunos de los grandes nombres del arte europeo de aquellos años 10 y 20 del siglo XX.

Oriental Synchromy.

El tratamiento del color como si fueran notas musicales, de tal forma que el pigmento fuera capaz de hacer llegar al espectador emociones más allá de la composición, al modo que la música lo consigue, fue la base de las obras de estos dos norteamericanos.

Aloha Hula Girl, 1972.

Ahora le toca el turno a MacDonald- Wright, un pintor que nada más terminar sus estudios en la Art League de Los Ángeles, con 17 años, se casa y se traslada con su mujer a París para completar sus estudios artísticos en diferentes instituciones de la capital francesa y, como no podía ser de otra forma, conocer de primera mano los postulados artísticos más vanguardistas.

Blossom, c. 1946.

En el taller del pintor canadiense Percyval Tudor-Hart, conocería a Morgan Russell, y ahí empezará una colaboración que les llevaría a desarrollar su teorías sobre el color y llevarlas a la práctica con un éxito relativo, especialmente en su país de origen, al que volverán juntos con la idea de lograr un soporte económico que les permitiera seguir desarrollando su obra.

La Tempête, c. 1955.

Ese regreso a los Estados Unidos separará a los dos pintores de una forma casi definitiva, aunque eso no les hará abandonar el camino que iniciaron juntos. Después de un tiempo en Nueva York y a la vista de que la ciudad no terminaba de aceptar su arte, Russell regresará a Francia, mientras que MacDonald-Wright se quedará en la ciudad durante un tiempo hasta que regrese a Los Ángeles.

Nature Synchromy, 1924.

Al respecto de las obras que estaba haciendo por aquellos primeros años del siglo XX, MacDonald-Wright afirmó que la idea era la de “eliminar de mi arte toda anécdota con el objetivo de simplificar la obra hasta llevarla al momento en el que las emociones del espectador dieran el contenido estético a la misma, como si estuviera escuchando buena música”.

Persimmon Extrapolation, 1964.

En la ciudad de Los Ángeles, iniciará una fecunda actividad cultural, al mismo tiempo que seguía pintando al modo sincronista, como escritor y director de teatro, además de actor y autor de escenografías en el Santa Monica Theater Guild. Luego se enrolará en un programa de difusión cultural promovido por el estado de California y, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, el artista entrará en contacto con el mundo oriental, concretamente con Japón, iniciando una etapa de contacto intenso con el arte del otro lado del Pacífico.

Synchromy, nº 3.

A partir de los años 50, MacDonald-Wright perdió presencia en el circuito artístico estadounidenses, hasta que en los años 60 y 70 gracias a varias exposiciones sobre arte contemporáneo se recuperó en cierta medida la obra de los dos pintores amigos.

Más información: Newdeal; Tobeycmossgallery.

lunes, 19 de agosto de 2013

Morgan Russell y el Sincronismo

La Place de L'Odeon, 1919-1920.

Junto con Stanton Macdonald-Wright, al que dedicaré una próxima entrada, Morgan Russell (1886-1953) fue el fundador del primer movimiento propiamente abstracto puesto en marcha por pintores norteamericanos, aunque para ello tuvieran que conocerse en París y a pesar del corto recorrido que tuvo en su momento al no conseguir el apoyo de los coleccionistas y las instituciones artísticas norteamericanas, más decididos por la compra de artistas europeos ya consagrados en el mercado y en la crítica.

Dressing, 1917.
De todos modos, no hay que reducir la trascendencia de este movimiento cuyas teorías sobre el color se centraba en otorgarle un protagonismo fundamental a la hora de la creación de las formas y las composiciones sin referentes con la realidad, después de haber llegado a la conclusión de que la figuración de raíz modernista ya se había convertido en un camino sin salida para la evolución artística.

Still Life.

La proximidad de esos postulados teóricos con los del Orfismo del matrimonio de Sonia y Robert Delaunay, les valieron a los dos pintores acusaciones de plagio que siempre rechazaron con vehemencia.

Study for Synchromy in Blue Violet.

Para llegar hasta ese punto, Morgan Russell tuvo que pasar por una infancia complicada con la muerte de su padre a los nueve años y con 13 la de su madre, situación que le obligó, a la vista del desinterés de su padrastro por su vida, a buscarse la vida como modelo en las clases de escultura de James Fraser.

Synchromy in Orange to Form, 1913.

Sus primeros estudios artísticos tuvieron que ver con la arquitectura, algo que dejaría una cierta huella en su obra pictórica. Fue en la Art Students League, donde conocería a su mecenas, Gertrude Vanderbilt Whitney, y gracias a ella podrá hacer un primer viaje por Francia e Italia en 1906, determinante para el devenir artístico de Russell.

Synchromy, 1913.

El contacto con la obra de maestros como Bernini o Giotto, además de Miguel Ángel, fue un impacto para el joven norteamericano, que luego conocería en Francia, por mediación de los Stein, a los maestros de la vanguardia parisina como Matisse, Picasso, o el poeta Apollinaire. Eso fue en 1909 cuando decidió regresar a París después de una breve estancia en los Estados Unidos.

Synchromy, 1920.

Dos años después conocerá a Stanton Macdonald-Wright, con quien pondrá en marcha el movimiento sincromista, basado en el tratamiento del color como si de las notas de una sinfonía musical se tratara, al modo en el que Kandinsky estaba desarrollando sus pinturas por esa misma época.

Reclining Woman.

Russell, desde su granja francesa en la que se instalaría unos años después, sufrió al ver como su arte abstracto no era recibido con toda la atención que le hubiera permitido vivir de sus pinturas, y se vio obligado a desarrollar una temática más de desnudos, naturalezas muertas y paisajes, para ir viviendo, situación que le causó algunas depresiones.

Serated Nude.

En los años 30, ya de vuelta a los Estados Unidos, empezará a pintar algunos temas religiosos previos a su conversión al catolicismo en 1947. Un año después sufrirá una parálisis en su parte izquierda que le obligará a aprender a escribir y a pintar con su otra mano. Fallece en 1953, después de que tres años antes viera su obra expuesta en Nueva York en la Rose Fried Gallery y en el MOMA.

Más información: Arts4x, sullivangoss.

domingo, 11 de agosto de 2013

Los Estados Unidos en color: Stephen Shore

Aitken, South Carolina, 1972.


Casi como si se tratara de un Mozart de la fotografía, el talento de Stephen Shore para la fotografía empezó a manifestarse muy pronto. Desde que a los seis años de edad un pariente suyo le regalara un kit fotográfico, Shore no ha parado de dar muestras de precocidad, tanta que con 14 años el MOMA adquirió tres de sus fotografías, con 17 estaba tomando imágenes de La Factoría de Andy Warhol, y con 23 fue el segundo fotógrafo después de  AlfredStieglitz, en ver como el MOMA le organizaba una exposición individual.

Greenwich, Connecticut, 1972.

Todo eso desde un aprendizaje autodidacta y que le llevará a ser el pionero en el uso de la fotografía artística en color, en un viaje que hizo desde Manhattan hasta la población de Amarillo, en el estado de Texas. Corría el año 1971 y Shore empezaba a recorrer los Estados Unidos y Canadá para dejar una serie de testimonios fotográficos sobre un país deprimido por la Guerra de Vietnam y los conflictos en defensa de los derechos civiles.

Lee Cramer, Bel Air, Maryland, 1983.

Con el aprendizaje de postulados teóricos y prácticos del movimiento conceptual americano de los años 60 y 70, los paisajes urbanos que se asoman a la cámara de Shore son, en ocasiones, como platós de cine que hubieran sido abandonados, dejados de la mano del paso del tiempo y en los que casi se puede escuchar un silencio quizás roto por alguna racha de viento o el chirrido agónico de un semáforo sin luces.

US 22 Union, New Jersey, 1974.

Pequeños detalles, facturas de restaurantes de carretera, habitaciones de hotel, una espalda de un hombre que deja adivinar más allá la cinta negra de una carretera que espera a que alguien se digne a transitar por ella. Testimonios de un tiempo que amenaza con detenerse y que parece habérselo llevado todo consigo antes de hora.

Toledo, Ohio, 1972.

Lugares comunes que bajo la lente de Shore adquieren un nuevo sentido topográfico o, tal vez sería mejor decir, paisajes que se abren a múltiples interpretaciones al menos tantas como posibles realidades habitan en ellos. Pero no solo de los Estados Unidos, porque también la cámara de Shore ha viajado por otros países, ahí están sus imágenes sobre Abu Dhabi, ese oasis de vanidad en medio de un desierto que recorre las calles recordando que solo está esperando su oportunidad para recuperar el terreno que siempre ha sido suyo y que un buen día, cuando menos lo esperamos, volverá a ocupar.

Abu Dhabi.

No sé muy bien si las fotografías de Shore hablan del olvido o son un recordatorio de la posibilidad que existe de volver al olvido en cualquier momento, dicho sea esto desde mi particular punto de vista subjetivo. Y es que cuando veo una obra de Shore me da por pensar en esas cosas.

Más información: Blouinartinfo, Vice, New York Times.

jueves, 8 de agosto de 2013

Bron / Broen (El Puente): El esplendor del género negro escandinavo



Se anuncia para el próximo mes de septiembre el estreno de la segunda temporada de esta serie coproducida entre Suecia y Dinamarca, una gran noticia para todos los que hallan visto la primera temporada de una serie de género nórdico negro, y que sigue la estela de éxito abierta por Forbrydelsen, esa magnífica serie de la que me ocupé aquí, aquí y aquí.


Esta vez estamos ante diez episodios magníficos, lo mismo que el puente que une a los dos países a lo largo de ocho kilómetros y que termina convirtiéndose en un protagonista más de la serie, desde el asesinato inicial de una fiscal sueca que aparece justo en la línea fronteriza entre los dos países. Un cuerpo que en realidad son dos y que justifica la colaboración entre la pareja de policías protagonistas.


Ellos son Martin Rhode (Kim Bodnia) y Saga Norén (Sofia Helin). Él un hombre bonachón, con buen humor y con un largo historial amoroso a sus espaldas, con una visión de las cosas flexible, mientras que su compañera sueca es todo lo contrario, asocial, dice siempre lo que piensa sin tener en cuenta las consecuencias, cuadriculada, todo ello debido a un trastorno por Asperger. Ambos terminan formando una pareja que pasará a la historia de la televisión por su química y sus excelentes interpretaciones.


Dos policías que se pondrán manos a la obra para intentar atrapar a un asesino en serie que busca lanzar mensajes sociales con cada uno de sus crímenes: la corrupción política, el trato desigual de los ciudadanos ante la ley, la situación de los sin techo, la prensa amarilla…, vamos algunos de los males que azotan a todas nuestras sociedades, y que ponen de manifiesto que las sociedades aparentemente modélicas escandinavas no lo son tanto cuando se les ponen los aumentos adecuados.


El caso es que la suma de ingredientes nos deja una serie oscura, inquietante, en escenarios algunos propios del género de terror en medio de calles desoladas, de una oscuridad tan profunda como las tinieblas de los seres humanos, de ambientes fríamente funcionales no se sabe muy bien si unidos o irremediablemente separados por el ese puente omnipresente.



Ahora mismo se está poniendo en España la versión norteamericana de la serie, en uno de esos canales temáticos, en este caso ambientada en la frontera entre Estados Unidos y México, y de la que dejaré mi comentario cuando termine. Al mismo tiempo, se está preparando otra versión en este caso franco-británica, con el túnel bajo el Canal de la Mancha como escenario.


El caso es si primero fue la novela negra nórdica la que impactó con fuerza en el resto del continente, ahora está siendo la ficción televisiva la que demuestra que en Escandinavia también son capaces de hacer magníficos productos televisivos basados en unos actores de mucho peso, y unos guiones a su altura.

martes, 6 de agosto de 2013

Maya Goded, una mirada sobre México



Si uno quisiera ponerse a desgranar solo algunas de las contradicciones con las que convivimos todos los días en nuestras sociedades, sería poner en pie un cuestionamiento total de las que consideramos como bases de nuestra civilización, de la forma que tenemos de relacionarnos con los demás, y, sobre todo, de fijar moldes de comportamiento y prejuicios basados en construcciones culturales más o menos artificiales, más o menos construidas a la medida.


Esas bases son las que remueven las fotografías de la mexicana Maya Goded, una mujer que a sus 43 años ha visto como su obra ha sido reconocida internacionalmente con varios premios, además de formar parte de la prestigiosa Agencia Magnum.


Por el objetivo de Goded pasan personas desfavorecidas de su país, desde las olvidadas comunidades negras de las zonas de Guerrero y Oaxaca, o las prostitutas de la Plaza de la Soledad de Ciudad de México. Ambientes ambos definidos por la violencia, por la persistencia de prácticas patriarcales muy profundas, y en las que las mujeres son los principales objetos de violencia.


Presas esas mujeres en la dicotomía entre el rol fuertemente definido por la sociedad patriarcal y profundamente religiosa, que exalta con fuerza los valores de la maternidad y de la virginidad, y se condena a aquellas mujeres explotadas en el submundo de la prostitución, poniendo de manifiesto la contradicción existente entre el respeto a las madres propias y el desprecio a mujeres que también son esposas y madres y despreciadas por una sociedad de la que son su producto.


Maya Goded se implica en la vida de las personas a las que retrata, se sumerge en su mundo para obtener así unas imágenes en las que destaca la complicidad con las retratadas, sacando así un plus de verdad de unas mujeres capaces de enfrentarse a todo, como destaca Maya, muy fuertes y que en medio de situaciones poco propicias son capaces de exhibir un gran sentido del humor, una inusitada alegría de vivir.


Situación que se troca en desesperanza casi absoluta, así lo ha dicho la propia fotógrafa, cuando se trata de la realidad de Ciudad Juárez, un lugar en el que dice haber notado el odio hacia las mujeres en las miradas masculinas del lugar y en la que se sintió en peligro por el mero hecho de ser mujer. Un lugar en el que se palpa el dolor de las madres y de toda la gente de bien, y en el que parece no haber ningún tipo de esperanza.


“Me gusta hablar de como las mujeres de México, las prostitutas, están criando a sus hijos porque en el fondo están educando a futuros hombres, pero esos hombres, muchos de ellos, van a ejercer violencia sobre las mujeres. En esa mezcla de sentimientos y esas dificultades es en lo que estoy interesada. A través de mi fotografía busco los límites y cuestiono la sociedad y el mundo y mis propios valores. Para mí la fotografía es eso, un intento de entender, de aprender sobre lo que me rodea”. (Maya Goded)

Más información: Excelsior, Magnum, Framed Magazine.