miércoles, 26 de noviembre de 2014

Pagagnini: La locura musical de Ara Malikian e Yllana




Hace unas semanas tuve la oportunidad de asistir, en el Nuevo Teatro de La Felguera (Langreo, Asturias), al espectáculo Pagagnini salido del genio del espectacular violinista libanés de origen armenio, Ara Malikian, y del grupo de teatro madrileño, Yllana. Dos mimbres que a priori hacen pensar que el espectáculo va a ser de los memorables.

Y eso fue lo que vio un patio de butacas abarrotado y con las entradas todas vendidas desde días antes, rendido desde las primeras notas al genio del armenio y de los tres músicos que le acompañaban. La combinación de virtuosismo, de humor, de locura, se unieron para dar forma a un (des)concierto absoluto, genial, combinando temas clásicos con músicas klezmer, flamenco, tango, rock, e incluso música de dibujos animados.


Todo ello con la implicación del público y el desarrollo de una descacharrante historia de amor imposible entre uno de los músicos y una espectadora, que da lugar a algunos de los momentos más cómicos del espectáculo. Algo más de una hora sobre el escenario para que veamos rivalidades, complicidades, amistad entre los músicos, siempre resueltas a través de la música y del humor.

El espectáculo consigue la total complicidad con el público, asombrado por la velocidad con la que se puede llegar a tocar un violín, sacando notas de forma asombrosa, invadidos los músicos por sus instrumentos, mecidos en un tsunami musical que, en ocasiones, amenaza con llevárselos por delante. Sin embargo, logran de algún modo dominar a la bestia y lograr, no sólo que no lo atropelle, sino que la ponen a su servicio, al de todos los espectadores que terminan inmersos de forma absoluta en la música.


Malikian vuelve a demostrar una vez más, la capacidad que tiene para hacer amena la música clásica, sin caer para nada en la banalización, y logrando que personas que no tienen por qué tener a ese tipo de música entre sus favoritas, pueden acercarse a ella y, quien sabe, desarrollar un nuevo gusto musical, mientras que los aficionados a la música clásica pueden disfrutar de una nueva manera de interpretar partituras con siglos de historia a sus espaldas.



jueves, 20 de noviembre de 2014

John Adams, serie a mayor gloria de la historia



Última de las series de la HBO a la que le he echado el ojo, un poco tarde eso sí, porque ya es de 2008, pero ya se sabe que nunca es tarde si la dicha es buena y esta vez el dicho se ha cumplido, especialmente por tratarse de una serie histórica de factura impecable que desarrolla los primeros cincuenta años de vida de los Estados Unidos de América a través de la figura del segundo de sus presidentes, John Adams, vamos el que sucedió a Washington y antecedió a Jefferson, dos nombres que seguro a los europeos nos suenan bastante más.


Siete episodios para contar un momento decisivo en la historia del mundo, cuando las trece colonias decidieron, más o menos, unirse para crear una nueva nación, aunque al principio se hablaba más de independencia de la Corona británica que de unirse bajo una misma bandera, preocupados también por mantenerse al margen unas de otras.


El caso es que el abogado John Adams se convertirá en una figura clave de ese proceso, y no menos clave su mujer, Abigail, personaje secundario por minutos de aparición pero absolutamente fundamental como mujer leal, inteligente, contrapeso ideal de un marido tendente a la vanidad, luchadora por su familia, capaz de soportar muchos años alejada de su marido, y tremendamente valiente. Un personaje femenino de los que no se suelen encontrar en este tipo de historias, siempre muy preocupadas por destacar el papel de los varones. Y este es uno más de los alicientes de la serie.


La vida familiar de John Adams daría casi para un drama de época por sí sola, y aquí se convierte en un contrapunto perfecto del devenir político de una nación en pañales, que pone en el abogado bostoniano muchas de sus esperanzas, primero como miembro del congreso constituyente y luego como embajador en Francia y Holanda, para regresar como vicepresidente de Washington y, finalmente, presidente.


Una carrera orlada por la incomprensión de sus conciudadanos, con duros ataques patrocinados en la prensa por uno de sus mejores amigos, Jefferson, incapaces de comprender la visión a largo plazo de Adams, modulada por su contacto con las cortes europeas (hedonista y decadente la francesa, envarada la británica, y con los protestantes holandeses sólo pendientes del dinero), que le hicieron comprender la necesidad de anteponer un proyecto de nación por encima de los intereses particulares de trece colonias no siempre bien avenidas entre ellas, y donde la división entre el norte y el sur empezaba a florecer.


Un hombre íntegro, de moralidad intachable, capaz de amar profundamente a su esposa, tanto que no le quedaba cariño para sus hijos, obligados a crecer en ausencia de un padre, lo que va a generar alguno de los momentos más dramáticos de la serie, obstinado en sus opiniones, con un punto de arrogancia intelectual y con toques de vanidad, controlados con enorme dulzura y astucia por su esposa, siempre dispuesta a criticar los discursos de su marido, un mérito que se reconoce y mucho, como tiene que ser, a lo largo de la serie.


La causalidad quiso que el mismo día en el que se celebraba el cincuenta aniversario de la independencia del país, murieran el segundo y tercer presidentes de los Estados Unidos, dos grandes amigos a los que la política distanció y a los que el tiempo ayudó a reconciliar.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Kenny Wheeler: El sonido más bello después del silencio



Ese era nada más y nada menos que el objetivo que buscaba este trompetista, compositor y arreglista canadiense, nacido en Toronto en 1930 y fallecido en Londres en 2014. Un objetivo que si lo unimos a unos temas a medio camino entre la melancolía y el caos, como él mismo definió su música en una entrevista en la BBC, completado con la elección de los músicos que procedieran a destrozarlas, también según sus propias palabras, se va dibujando una silueta tenue de que llegó a ser Kenny Wheeler.
Uno de esos genios discretos, humildes, hasta demasiado, mientras otros músicos con muchos menos méritos generan un ruido mediático mucho menos merecido. Y es que Wheeler fue un músico iniciado en el bebop que era incapaz de tocar bebop, en orquestas de baile británicas, que pasó por el free jazz y entrar en el jazz de vanguardia.


Nacido en el seno de una familia musical, con 12 años era trompetista y en los años 50 se trasladó a Londres, después de no haber conseguido un visado para viajar a los Estados Unidos, y allí desarrolló lo mejor de su carrera, desde las orquestas de baile hasta que una noche cruzó la puerta de un club en el que un grupo tocaba freejazz, un estilo que al principio no le gustó nada a Wheeler, pero, sin embargo, siguió visitando el club noche tras noche hasta que recibió una invitación para tocar con el grupo.
Wheeler era un músico que siempre era capaz de sorprender a los músicos o cantantes con los que compartió escenario, y alguno de ellos reconoció que nunca sabía por dónde le iba a salir. Eso no impidió que dejara una profunda y duradera huella en todos los músicos que le conocieron, y desarrollando esa imagen de genio tranquilo, alejado del mundanal ruido.


Al margen de consideraciones más o menos teóricas y entrando en el terreno de las sensaciones, Wheeler es un músico de esos absolutamente reconocibles, con un sonido distintivo, un sonido al servicio de unos temas inolvidables con un poso de belleza triste, de melancolía como escribía antes, de un caos controlado que lo que consigue es remarcar la parte sentimental de los temas, salidas de lo más hondo para que los oyentes nos dejemos tocar por unas composiciones para nada carentes de lirismo, sino más bien todo lo contrario.

Kenneth Vincent John Wheeler se ha ganado por derecho propio un puesto destacado dentro del Olimpo de los grandes músicos de jazz, y que se mantuvo activo hasta poco antes de su muerte, dando a luz su último disco en el año 2013. Como les ha ocurrido a muchas grandes personalidades, murió en medio de algunas dificultades económicas lejos de su país de origen.