lunes, 6 de julio de 2015

Francesca Woodman: La fotografía de la fragilidad



Con apenas 22 años de edad, FrancescaWoodman decidía poner fin a su vida arrojándose por una ventana de Nueva York, después de haber sufrido el rechazo a su obra por parte de los fotógrafos punteros de la ciudad y de tener que afrontar una ruptura sentimental. Esos dos acontecimientos se tradujeron primero en el paso por varias instituciones psiquiátricas, hasta llegar al trágico final.


Eso no es óbice para que en ese periodo de unos diez años, su primer fotografía la hace con 13 años y ya llamó la atención, construyera una carrera efímera pero muy poderosa, capaz de influir en otros fotógrafos posteriores, una vez que a los pocos años de su muerte, se empezara a conocer de forma amplia a través de algunas exposiciones dirigidas por sus propios padres, que son los encargados de gestionar las más de 800 imágenes que dejó Francesca Woodman para la posteridad.


Criada a medio camino entre el estado norteamericano de Colorado y la Toscana italiana, en una familia de artistas, pintor él y ceramista ella, su formación artística se fue consolidando entre las dos orillas del Atlántico, sobre la base de un interés fundamental por el blanco y negro, los formatos cuadrados y el cuerpo femenino, en muchas ocasiones, el suyo propio.


Un cuerpo femenino, la mayor parte de las veces desnudo, protagonista absoluto de sus fotografías, en interiores melancólicos, por los que ha pasado el tiempo de una forma muy evidente, decadentes, vacíos, casi diría que perdidos en algún rincón de la historia o de la memoria transmutada en polvo, en desconchones.


Espacios frágiles habitados por una mujer también frágil, vulnerable, que se encoge, a la que parece dolerle la mirada, apenas reflejada en un espejo sucio o sobre las aguas de una superficie acuosa sobre la que un árbol proyecta vagamente sus raíces a modo de abrazo, sobre un cuerpo femenino que no se sabe si va a nacer o busca, simplemente, un acomodo, una raíz a la que aferrarse para combatir, de alguna forma, una soledad que imaginamos, que sentimos, que vemos.


Mirada y morada introspectiva en la obra de Woodman, contrapunto poderoso de la que era una mujer con mucho sentido del humor y llena de determinación, tal y como la recuerdan sus padres, capaz de llevar al arte fotográfico ese maremágnum de sentimientos contradictorios que forman el territorio de la adolescencia, porque recordemos que apenas si había superado esa etapa de su vida cuando ésta terminó trágicamente.



Tal vez por ello, su obra también tiene algo de errática, de fiebre de juventud, no exenta de un poso que hace sospechar una capacidad artística que podría haberla llevado en vida a ocupar un escalón muy relevante dentro del mundo de la fotografía. El genio y la tragedia muchas veces van de la mano y ejemplos de ello hay muchos. Francesca Woodman es uno.
Más información: El País, La Fábrica, El Confidencial, The Guardian [en].

2 comentarios:

casss dijo...

dio mucho, pero qué pena.... cuanto más podría haber compartido.
El destino es así de duro, para los seres especiales, justamente los que con su sensibilidad nos hacen ver un mundo distinto lleno de emoción.

besos amigo Alfredo

casss dijo...

qué bueno que tantas actividades te permitan seguir con tu exquisito blog!!!