miércoles, 30 de junio de 2010

Thomas Hirschhorn (Berna, Suiza, 1957)


“No soy un instigador del caos -escribe Hirschhorn -, soy un artista-obrero-soldado. Quiero ocuparme del mundo que está a mi alrededor y mientras tanto seguir siendo una persona libre. Necesito tomar posición y no debo preocuparme si hemos vencido o perdido la batalla”. (Citado por Francisco Javier San Martín el artículo Thomas Hirschhorn, la otra Suiza publicado en Arte y Parte nº 59, octubre-noviembre 2005)

Las instalaciones que hace este artista suizo, nacen al filo de la realidad, al filo de una historia de la humanidad que es una historia de una autodestrucción. A eso contrapone unas formas artísticas en las que la respuesta inmediata a lo que ocurre a su alrededor, es una de las constantes, para formar un corpus artístico con el que si bien no quiere hacer política si hace arte políticamente, según dice el propio artista.


“No creo en el arte político, sino en hacer arte de forma política. Y lo político es lo cotidiano, es decir la economía, la cultura y la educación que podemos tocar” (Citado por Elsa Fernández Santos en su artículo El arte despedazado de Hirschhorn, publicado en el periódico El País el 7 de octubre de 2009)

El arte utilizado como vehículo de crítica política y social, una crítica de la que tampoco se escapa su país, y donde las guerras, los conflictos cobran una gran fuerza en unas obras en las que no ahorra la visión de cuerpos destrozados que combina en ocasiones con mujeres desnudas.


Lo explica Hirschhorn cuando dice que “no me importa mostrar esas fotos, son parte de nuestro mundo. No sé si eran de víctimas o de verdugos. No me importa, son cuerpos destrozados. Los maniquíes no son una obsesión sino una preocupación. Son figuras que representan la sociedad de consumo pero que también están ligadas al arte a través del dadaísmo o el surrealismo. Los maniquíes se reconocen, están vivos, son esculturas en sí mismas, están cerca nuestro y a la vez lejos. Te permiten hacer de todo, y representan de manera excepcional el miedo al vacío”, tal y como aparece recogido en el artículo de Elsa Fernández citado más arriba.


Y eso es así porque lo que le interesa al artista es transmitir energía, esa es la única belleza que le preocupa, y con ello construye una suerte de obras de arte total, muy relacionadas con algunos postulados del dadaísmo, en unos espacios precarios en los que pueden desarrollarse conferencias o se instala un bar para que la gente pueda entrar y salir, y pasar el rato, mientras lee un libro.


Y cita al filósofo italiano Negri, cuando dice que “el artista da la idea, pero también da la forma. Ésa es una de las grandes bellezas del arte. Negri habla de cuatro fundamentos: la pasión, la perseverancia, la capacidad intelectual y la capacidad para tocar la realidad”. De nuevo según la cita que hace Elsa Fernández, que también incluye otra cita del artista en la que explica que “quiero implicación, venga de donde venga. Es lo único que espero. No juzgo nada más, lo que me importa es lo que pasa entre el espectador y la obra, ya sea actual o un Leonardo da Vinci, es un misterio y cualquier artista busca ese misterio”.

1 comentario:

Lebasi dijo...

Muchas gracias por la información, es un placer pasear por este blog.